“La normalización, en sociología, es el proceso por el cual ciertos comportamientos e ideas se hacen considerar “normales” a través de la repetición, la ideología, la propaganda u otros medios, muchas veces llegando a tal punto que son consideradas naturales y se dan por sentado sin cuestionamiento”.
No pasa nada entonces cuando se normalizan las buenas prácticas, un saludo, un gesto de ayuda, la limpieza de las calles, el buen uso del lenguaje sin chabacanerías, el gusto por la buena música en los espacios públicos. Ello sería, en todo caso, un logro para la sociedad.
El problema está cuando normalizamos aquello que por normas sociales, sin caer en esquematismos ni ser extremistas, no está bien o es incorrecto. ¿Qué ocurre si se asumen como normales, prácticas que perjudiquen a la mayoría? ¿Hay que aprobarlas por su cotidianidad, por cansancio? ¿Está bien esto o aquello porque siempre ha sido así? El primer error está en justificar lo mal hecho: la basura está en cualquier esquina por falta de combustible para su recogida; la gente viola la cola en la parada porque no hay transporte; el joven gritó una mala palabra porque proviene de una familia disfuncional y por eso también roba; el bodeguero substrae en la pesa, y también el del mercado y el de la
carretilla, porque todos tenemos que escapar; en el hospital los baños están sucios porque jamás en la vida han estado limpios; y así podríamos dejar en esta página de Guerrillero un rosario de malas prácticas que se normalizan, que se asumen como naturales porque invariablemente forman ya parte de la sociedad.
Y no. No puede ser que se entienda que todas esas prácticas son normales porque vivimos en Cuba y este país funciona diferente al resto del mundo, como hemos dicho sin cansarnos.
A decir verdad, la basura está en las esquinas en primera instancia porque no somos disciplinados a la hora de botarla, en un segundo momento, las culpas recaerán en el combustible; si las personas violan la cola no es solo porque falta el transporte, sino porque no son lo suficientemente educadas como para respetar que ella o él llegaron primero; y por muy mala que esté la situación no se roba por necesidad, se roba porque existe un resquebrajamiento de valores y no son pocos los que prefieren el dinero fácil que se gana cuando se toma lo ajeno y nadie, absolutamente nadie, ni el bodeguero, ni el placero, ni ninguna persona que expenda algo con una pesa de por medio, debía tener el derecho o la oportunidad de robar aquello por lo que uno está pagando de su bolsillo, y casi siempre a precios exorbitantes.
Una sociedad no va bien cuando estas prácticas se convierten en habituales, porque el civismo, entendido como el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública, según la Real Academia Española, nace en cómo se relaciona una persona de forma armónica con su entorno y en su comunidad.
Un país educado no es lo mismo que un país instruido. Si logramos mantener las dos cosas, a pesar de las dificultades, de las carencias, tendremos la mitad del camino ganado, pues en medio de las vicisitudes que nos acechan estaríamos muy perdidos si la permisibilidad
hace que cada quien haga lo que quiera o actúe como mejor le parezca.
Normalizar lo que no está bien en la sociedad cubana actual sería un error garrafal, un error que le costaría a esta nación años de educación, de cultivar las buenas prácticas, de apostar por el buen gusto, por la estética; de formar individuos que crean en la solidaridad, en la responsabilidad, en valores morales como aquellos que inculcaban los abuelos del tipo “lo que no es de uno no se toca”, y, sobre todo, de mantener una conciencia ciudadana en beneficio de todos.