A veces me pregunto si los seres humanos estaremos condenados al fracaso y al ocaso de la especie, por aquello de repetir nuestros propios errores o, simplemente, porque vivimos de forma constante riéndonos del peligro.
Si no lo cree así, piense en cuántas ocasiones ha sido inconsciente con su escenario y su entorno… sí, piense en la basura que ha dejado tirada en una esquina, en el pedacito de patio y áreas circundantes que no ha chapeado, o en los recipientes con agua acumulada tras las últimas lluvias.
Y hablo del peligro y de las nefastas conductas anteriores, pues como estamos entrando en temporada de precipitaciones, proliferan los vectores, díganse los mosquitos.
Ya no se sabe a ciencia cierta si tenemos dengue, chikungunya, oropouche o, siquiera, si este virus malo que hoy día hace estragos en la población pinareña es una combinación de los padecimientos anteriores.
Lo cierto es que con el aumento de las lluvias, la humedad relativa y los apagones nocturnos, es casi que imposible no padecer de alguna enfermedad de ese tipo.
Es cierto que estas enfermedades están en todas partes, y que donde quiera, y a toda hora, hay mosquitos y jejenes. Pero también debemos saber que en gran medida, tanto su contención como la propagación de enfermedades que transmiten dependen de nosotros.
Quizás algunos dirán que si el repelente, que si el dinero, que si los mosquiteros, que si el calor… y es entendible. Pero vecino, amigo, circunde de forma visual sus ambientes cercanos, y le bastará para darse cuenta de lo irresponsable que podemos llegar a ser, y de las tareas que para mañana estarán tarde. A buen entendedor…
Pero amén de los criaderos de mosquitos, existe otro problema, incluso, más grave: también hemos perdido la cultura –para no levantar llagas al decir otras cosas– de fumigar las viviendas y las calles varias veces al mes. Recuerdo que las campañas de fumigación eran obligatorias en las viviendas, y si te ponías de “suerte”, en las noches o las mañanas podías quedar atrapado en una nube de humo en plena vía.
Sí, era incómodo, entorpecía las labores hogareñas en muchas ocasiones, dejaba un mixto no tan fácil de erradicar, pero, espantaba a los mosquitos, y de qué manera.
Ya, al menos en mi locación, la fumigación es a demanda del propio vecino o poblador. Y esto está mal. De nada vale que usted fumigue su casa si su vecino los cría impunemente.
Es mucho más fácil decir “aquí todo está tapado”, “no hijo no, aquí no hay mosquitos”, que realizar una guardia vieja. En ese sentido, la indisciplina de unos pocos fomenta entonces la preocupación de todos, e imposibilita, además, la detección de posibles focos y la aplicación de abate en recipientes con agua limpia para impedir la aparición de las larvas.
Ya lo decía, desafortunadamente nos ha dado por jugar con cosas tan serias como la muerte. Sí, porque aunque usted no la haya visto cerca, amigo lector, la muerte reside en estas enfermedades.
Por esta razón, es importante destacar que la mejor prevención recae en nosotros mismos. Razón por la que debemos realizar el tratamiento autofocal en cada vivienda, con la meta de eliminar cascarones de huevos, latas abiertas, tanques destapados y otros objetos que sirvan de refugio e incubadoras a este ingrato individuo.
La fumigación, en consecuencia, es una de las mejores opciones con que disponemos para erradicar al Aedes, pues su ciclo de incubación es de siete días, y una mera limpieza del hogar es insuficiente para detenerlo. El compuesto químico que escapa de las llamadas “bazookas”, actúa como inhibidor y neutralizador del ciclo vital del mosquito, reduciendo casi a cero las probabilidades de su existencia.
Me resulta irónico que aún permanezcan posturas reaccionarias e inconformes ante una batalla tan costosa como la lucha antivectorial, y que amén de las campañas publicitarias y la divulgación que se lleva a cabo por los principales medios de prensa y los centros de salud comunitarios, a nuestra población aún le falte percepción del riesgo.
Por tanto, tengamos siempre presente que nuestra mejor aliada para estas fechas es, precisamente, esa lucha que no debe cesar, y la etapa venidera es una de intensivos.