A los que vivimos en este siglo XXI, los nombres del siglo XIX se nos presentan en imágenes, pero muchos tienen encuadres perfectos, por ejemplo, cuando de madre de la Patria se habla, llega a los ojos de los cubanos una mujer guerrera que fomentaba el amor a la libertad y conoció la hostilidad a su raza.
Este ejemplo lleva el nombre de Mariana, el portento de la familia Grajales, ella, así sin decir más, representa muchos significados, disímiles sentimientos.
MANOS QUE SALVAN HASTA CON LAS ARMAS
Pero comienzo a escribir de Mariana para, a través de ella, llegar a otra mujer hecha a su semejanza, para trasladarme de lo general a lo particular, venir de la figura que inspira a la nación a una que infunde a los pinareños, esa, que de mil colores se nos dibujó para no despintarse jamás.
Alguien, que lo mismo sabía luchar valientemente que curar heridos y enfermos en los hospitales de sangre con la delicadeza propia de la mujer. Allá en el Seborucal, Los Palacios, se dice que fue donde último le vieron entregarse a su causa en cuerpo y alma; cuentan otros que cuando no tenía material para curar heridos rasgaba su ropa y utilizaba las tiras para los vendajes o usaba remedios caseros aprendidos de antaño.
Fue tal vez ese arrojo el que llevó a Maceo, el hijo de Mariana, a conferirle el grado de Capitana del Cuerpo de Sanidad del Ejército Libertador, pienso que el Titán sabía que ella, tan patriota como su madre, encarnaría el rol de mujer valiente con análoga dignidad.
Isabel Rubio Díaz, la Capitana de este occidente, vive hasta hoy por su legado, en tanto constituye un paradigma para todos los cubanos. Su labor patriótica fue coronada cuando protegía con su cuerpo a los lesionados y enfermos, luego de las heridas recibidas por la guerrilla española en San Diego de los Baños el 15 de febrero de 1898, la consecuencia fue su muerte, pues no le alcanzaron los brazos para proteger a todos de la agresión traidora y ella misma recibió la arremetida mortal.
A 125 años de acabar España con la acción directa de la patriota vueltabajera, no escapa la historia de querer recordarle, en tanto no se escribió en los libros sobre ella, así de pasada, fueron muchas páginas las que recogieron sobre la labor de sanidad de ella en la manigua, así como sus movimientos conspirativos o reuniones clandestinas con José Martí cuando se preparaban las condiciones para el reinicio de la guerra por la independencia.
Su casa en el municipio pinareño de Guane fue el escenario de conspiración más grande que tuvo la provincia en aquella época. Allí mismo, en su tierra natal, organizó un hospital de sangre y trabajó curando en plena manigua a los mambises revolucionarios.
Hasta aquel acampado llegó Maceo cuando atravesó toda Cuba durante la invasión en 1896. Fue un 20 de enero, antes de llegar a Mangos de Roque en Mantua, cuando estuvo él en el hospital de Isabel; fue en esa visita, precisamente, la designación que le hiciera del grado de capitana.
Acunaría entonces Pinar del Río, por los siglos, la estirpe de una mujer luchadora, una Mariana nuestra, la misma que, meses más tarde, acompañará al Titán en su segunda campaña en estos lares, del 15 de marzo al tres de diciembre de 1896. El hospital de Isabel Rubio recorrería así 150 kilómetros para prestar sus servicios sanitarios a las tropas cubanas.
Contaba ya con 60 años de edad cuando fue sorprendida una tarde de febrero, debido al hecho de tener que trasladar frecuentemente el hospital para evitar el asalto de las guerrillas. Fue en Loma Gallarda, allí Antonio Llodrás rodeó el campamento y la hirió en una pierna. Conducida posteriormente en calidad de prisionera de guerra al hospital de San Isidro de la capital pinareña, la asistieron médicamente porque su curación tardía estaba gangrenada.
Apuntes sobre aquellos años refieren que su hermano mayor, el doctor Antonio Rubio, había pretendido que fuera trasladada a su consulta particular, pero murió el día 15, rodeada de sus sobrinas y sus nietos René y Rosa.
NACIÓ PARA LA LIBERTAD
La vieron nacer entre sábanas de lino, desde la cuna le corría la sangre curadora, y como hija de médico, anotaría bien las enseñanzas y luego las pondría en práctica para ayudar a causas más justas.
Prefirió vivir entre los campos que le regalara su pueblo antes de ostentar los vicios finos de la burguesía del momento. No obstante, no escapó de los convencionalismos que la época deparará a la mujer y contrajo nupcias a temprana edad.
Experimentó tempranamente la aventura de vivir para los suyos, pues asumió como propios a César y Octavio, los hijos de Ana María, la hermana que murió demasiado pronto. Después fue Rosa, su hija, que partió tranquila como describen los apuntes, y dejó en sus brazos a una pequeña. Depararía el destino para Isabel Rubio, no solo curar el cuerpo de los revolucionarios años después, sino el alma de la familia antes, la misma que tuvo que convivir demasiado pronto con las secuelas de la muerte de los seres queridos.
Después de toda una vida dedicada al hogar pudo corroborar, con 58 años, que los mismos impulsos revolucionarios de su juventud no cesaron y que era el momento de salirse del marco de la familia y hacer, de lo que bien sabía, un servicio de todos, pues tenía para ello la mejor de las intenciones, lograr la independencia de Cuba.
Fue entonces que en muy pocos años una mujer se hizo más grande, ya que era más brava que el filo de un machete. Conminó en más de una ocasión a los soldados enemigos, pero en su afán de protectora, de que no dispararan a niños ni mujeres de su hospital, recibió ella una descarga de fusilería que le causara la herida fatal.
Falleció hace más de un siglo, pero estudiarla nos convence de que tuvimos a grandes mujeres de las cuales enorgullecernos, volver sobre su impronta es obligado para no olvidar de dónde nos viene el amor por esta Isla.
A los cubanos todos, los encaminó por estos rumbos de soberanía la madre de los Maceos; pero, a nosotros los pinareños, nos tocó más de cerca La Capitana de Occidente.