En Cuba solo basta la llegada de un niño a la vida para que en pocos minutos ese pequeñísimo cuerpo reciba de forma gratuita su primera inmunización vacunal. Se convierte este acto en un primer paso de amor que busca el crecimiento y desarrollo sano del infante y a la vez, la forma de no opacar jamás una tierna sonrisa a causa de retorcidos gérmenes o de enfermedades que antaño no tenían cura.
Desde las más tempranas edades inicia un recorrido tan humano como necesario, que es únicamente fruto de la progresión y el ascenso científico y biotecnológico de la Isla. Un total de 12 vacunas son puestas a disposición en consultorios, hogares o en recónditas serranías durante las etapas de niñez, adolescencia y juventud.
Con naturalidad se asumen por el país verdaderas campañas de inmunización masiva que solo persiguen la recompensa de una palabra agradecida o aquel gesto venido de la sencillez. Cientos, miles de dosis vacunales son producidas cada año en los laboratorios cubanos, mientras otro grupo llega al país gracias al esfuerzo del sistema de Salud para garantizar la inmunización de millones.
A simple vista pareciera una obra colosal y ciertamente lo es. Quizás no exista otra nación en el mundo que exhiba en términos médicos, preventivos y con tan pocos recursos los resultados incuestionables que muestra Cuba. Hablar por ejemplo de la poliomielitis, el paludismo, sarampión, rubéola o la desnutrición infantil es cosa -desde hace décadas- del pasado.
Para beneplácito de todos, esa lista ha crecido hasta superar en la actualidad la decena de enfermedades erradicadas dentro del país. Sin dudas, estos categóricos datos, muchas veces pasados por alto o minimizados ante la vorágine diaria, son el reflejo de una voluntad política e institucional que ha logrado desde la ciencia hacer más placentera y duradera la vida.
Por eso hoy, cuando todos en el mundo hablan sobre vacunas y de respuestas biotecnológicas para la presente coyuntura sanitaria, en Cuba se erige como bálsamo tranquilizante un pensamiento optimista que descansa en los prometedores estudios a candidatos vacunales nacidos bajo la absoluta soberanía.
Un total de cuatro fármacos: Soberana 1, Soberana 2, Abdala y Mambisa guían las esperanzas de millones en ese firme propósito de asestarle un contundente nocaut a la COVID-19. Y aunque no podemos ser víctimas del exceso de confianza, como lamentablemente ha pasado en los últimos meses, sí sobrecoge el sano orgullo por sentir más cerca un producto auténtico salido del noble ingenio.
Lo cierto es que a esta Isla le resultaba imposible entrar al dispar e injusto juego del monopolio capitalista que domina la industria farmacéutica. Sin embargo, no debía por eso quedarse inmóvil frente al gigantesco reto que representa el nuevo coronavirus. Fue entonces cuando recurrió a la autosuficiencia científica en los tiempos de crisis y otra vez, ante los ojos incrédulos de muchos, va acertando en su apuesta por la salud y el mejoramiento humano.
Quizás haya quienes anhelan sentir con prontitud en su cuerpo los alentadores resultados que se preconizan. Mas todo lleva su justo tiempo. Nadie tenga dudas que llegará esa ansiada campaña de inmunización que abarque el amplio universo poblacional. Pero primero se deben cumplir las etapas mínimas de pruebas para ajustar dosis, medir efectividad y lo más importante: probar su seguridad.
A las puertas de que dos de estos candidatos vacunales pasen a la decisoria fase tres el próximo mes de marzo, los laboratorios alistan su industria para producir a gran escala millones y millones de dosis. Si se alcanzarán o no tan altas cifras es lo de menos, porque el verdadero crédito descansa allí donde el esfuerzo y la voluntad hacen del futuro un sorprendente espacio.
Lo importante ahora radica en cuidarnos individual y colectivamente como el mejor antídoto a corto plazo. Mientras tanto, esperemos con paciencia el alistamiento de nuestras vacunas, esas que ya avanzan con el compromiso de esperanzarlo todo para llegar más temprano que tarde como un producto seguro y plenamente soberano.