Creerá el lector que en el título de este comentario he cometido una innecesaria reiteración. Pero rotundamente les digo que no. Ha sido muy intencional la repetición del posesivo, porque se quiere hacer notar en dos importantes sentidos la pertenencia, o sea, estoy induciendo a una doble lectura: es nuestro porque forma parte indisoluble del patrimonio nacional, y nuestro también, porque son notables las variantes y peculiaridades cubanas y latinoamericanas, sin que ello perjudique a la unidad de la comunidad lingüística como tal.
Y esta reflexión nos parece cardinal para celebrar el Día del Idioma, ya que nos pone en disposición de proteger y preservar uno de los tesoros más valiosos que nos definen y tipifican como pueblo ante el mundo.
Dicho de otra manera: el idioma es identidad, y es esencia, es una bandera. Con esa convicción debemos aproximarnos a la fecha escogida por la Unesco para rendirle tributo anualmente, en recordación de ese genio de las letras hispanas que es Miguel de Cervantes y Saavedra.
El español es una lengua vibrante repleta de bondades como su flexibilidad y diversidad, que ha evolucionado constantemente y se ha convertido en una lengua global al extenderse por varias regiones del planeta y es empleada en los ámbitos del comercio, la diplomacia, la educación y la cultura.
Su contribución al enriquecimiento de la literatura la hace más trascendente, al quedar como soporte material de obras clásicas en los diferentes géneros, las cuales han resistido la irrebatible prueba del tiempo. Claro que El Quijote ha quedado como la novela cumbre que marca un antes y un después dentro de su diacronía.
Estudiarla constituye un deber ciudadano, por encima de programas y plataformas escolares. Y como usuarios debemos siempre tomar las enseñanzas de José Martí, quien afirmaba:
“Acicalarse en exceso es malo, pero vestir con elegancia no. El lenguaje ha de ir como el cuerpo, esbelto y libre; pero no se le ha de poner encima palabra que no le pertenezca, como no se pone sombrero de copa una flor, ni un cubano se deja la pierna desnuda como un escocés, ni al traje limpio y bien cortado se le echa de propósito una mancha…Háblese sin manchas”.
Eso queremos nosotros, hablar y escribir sin manchas, evadir toda manifestación de vulgarismo y chabacanería, evitar que se contamine con tendencias que atenten contra su pureza y estabilidad. Todos, absolutamente todos, como comunicadores que somos, tenemos esa alta responsabilidad. No asumirla resulta imperdonable.
Entonces nos estamos refiriendo a una acertada política lingüística que nos una en el combate contra cualquier signo de deterioro y mal empleo.
Ello implica acciones tales como no permitir carteles o anuncios en los recintos y espacios públicos con errores ortográficos, mantener una mirada crítica ante alguna incorrección en los medios de difusión, exigir una expresión adecuada a nuestros dirigentes cuando conducen reuniones y otras actividades colectivas…, en fin, “salirle al paso” a esos deslices que emborronan la imagen de una población instruida. Nunca perdamos de vista que la cultura idiomática forma parte esencial de la cultura general que podamos mostrar.
Cada contexto reclama un código distinto, en dependencia de su mayor o menor formalidad. Por eso no nos basta con saber colocar un adjetivo delante o después de un sustantivo, tampoco con conjugar los verbos más irregulares, y ni siquiera es suficiente desarrollar habilidades en torno a la sinonimia y antonimia. Creo que el sentido común aquí es fundamental para advertir que no puedo comunicar mis ideas de forma similar en el hogar o en mi centro laboral.
Otra importante distinción se nos presenta en este asunto: se trata de la necesaria diferenciación entre lo popular y lo vulgar. Lo popular es la palabra que surge del pueblo y que, al principio, no tiene un significado claro para todos, pero responde a una intención o a una emoción. De ello nacerá el vocablo que ha de quedar. Lo vulgar es la frase chocarrera, que hiere al oído y provoca rechazo. A veces, delimitar las fronteras entre ambas realidades se vuelve algo complicado, aunque las mayorías no se equivocan.
Actualmente, más de 500 millones de personas hablan español como lengua materna o segunda lengua, convirtiéndolo en el segundo idioma más hablado después del chino mandarín.
Aprender bien español abre puertas a nuevas oportunidades y experiencias; es vehículo idóneo para interconectarnos y lograr el entendimiento y la cooperación internacional. Sintámonos orgullosos de ella, seamos eternos guardianes de su estado de salud.