Cuando se es niño, la curiosidad asoma ante cualquier acontecimiento novedoso, elemento común en quienes se estrenan en la vida. Así sucedió cierta vez con Laura, la pequeña niña que nació por los rumbos de la carretera a San Luis, quien justo después de aprender a leer supo que la dirección de su domicilio decía cooperativa José Antonio Labrador, ante lo cual se impuso la interrogante a su bisabuelo de quién era esa persona y si era familia de ella.
Por nacer en este tiempo, Laura no podía reconocer ese nombre que figuraba en su tarjeta de menor, pero que le inquietaba el saber, por lo que las anécdotas de su bisabuelo fueron las primeras lecciones para anclar, desde ese día, lo que hoy puede conocer mejor.
DESDE EL CAMPO PINAREÑO A UN CUARTEL DE SANTIAGO
“Sus padres eran campesinos como nosotros”, le contaron a la niña. De la voz de quien vivió de cerca aquellos años, supo que había aprobado con magníficas notas el tercer grado de la enseñanza Primaria cuando abandonó la escuela rural para integrarse al trabajo agrícola, obligado por las necesidades económicas.
Supo también que con apenas siete años murió su madre, y José Antonio Labrador se mudó al municipio de Artemisa, en aquel entonces parte de la provincia de Pinar del Río; pero si algo captó la atención de quien investigaba, fue que durante la relatoría su bisabuelo mencionó que había participado en el asalto al Cuartel Moncada, pues no hay un pionero cubano que no atesore a los Moncadistas como héroes de tamaña grandeza.
Cuentan que en julio de 1953, su padre puso una humilde bodeguita en Pinar del Río, con la idea de que «Toño», como se le conocía a José Antonio, fuera a trabajar con él, pero este le dijo sin muchos detalles: “Viejo, tengo un negocio de responsabilidad y mi deber es terminarlo y cumplirlo”.
Llegó después la víspera de la Santa Ana, una madrugada ajetreada por el carnaval de Santiago de Cuba. Allí 135 combatientes, vestidos con uniformes del ejército y dirigidos por Fidel Castro, establecían un plan de ataque.
Sobre estos hechos se ha escrito mucho, existen informaciones diversas con datos, documentos, fotos, además de testimonios contados por sus protagonistas. Pero si algo se repite en cada página es la valentía, heroicidad y condición humana de los asaltantes, que dicho sea de paso, eran menos en relación con el número de hombres y armamentos, favorables a las fuerzas del tirano Fulgencio Batista.
José Antonio Labrador no cayó en combate, así lo refiere el profesor consultante José María Sánchez Fernández, en entrevista concedida a Guerrillero, quien dice que fue asesinado posteriormente al ataque del Cuartel Moncada.
Sobre estos hechos del 26 de julio, el también doctor en Ciencias Históricas informó que de todo el país, en las propias acciones de lucha, cayeron ocho cubanos y 51 fueron asesinados brutalmente por la tiranía batistiana, “fueron sacados de los hospitales en los cuales eran atendidos, a unos les inyectaron formol en las venas, a otros los mataron en los propios elevadores o, incluso, sobre la misma cama de las instituciones de salud”.
Fulgencio Batista quería ver sangre. Relata el profesor Sánchez que se hizo una carnicería y que el dictador, al enterarse de los heridos, ordenó que por cada rasguño de sus soldados quería 10 muertos de los nuestros “y salieron a asesinar a mansalva”, dijo.
EN EL CUARTEL CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES, TAMBIÉN UN PINAREÑO
Como los hechos deben ser analizados en tiempo y espacio, como sugiere Sánchez Fernández, en el contexto de 1953 la provincia más occidental se extendía desde Guanajay hasta Guane, en no pocas fuentes bibliográficas se citan a los más de 30 pinareños que participaron en los asaltos del 26 de Julio.
Sin embargo, Juan Carlos Rodríguez, Historiador de la Ciudad, se refirió al campesino Toño y al obrero Lázaro Hernández Arroyo como los únicos de raíces en la capital vueltabajera actual; el primero, radicado en el kilómetro cuatro de la carretera a Viñales y el segundo, en un humilde hogar del conocido reparto Oriente, comunidad que hoy lo honra con su nombre.
Sánchez Fernández refiere que al igual que José Antonio, Lázaro es asesinado, pero este en las afuera del cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
Estudió en la escuela pública No. 10 de esta ciudad, hoy conocida como Gabriela Mistral, y como la mayoría de los niños pobres tuvo que abandonar los estudios y empezar a laborar para sustentar la economía familiar.
A la edad de 12 años comenzó a trabajar como aprendiz en la dulcería Careaga, situada en la calle Justo Hidalgo, y después tenía que trasladar los dulces hasta el frente del teatro Milanés donde los vendía, todo por un mísero salario.
Bibliografías consultadas recalcan que ya con 15 años y con unas enormes ansias de mejorar económicamente se traslada a La Habana donde vivía uno de sus hermanos, pero pronto se convence de que la precaria situación para los pobres era la misma en cualquier lugar del país. No es hasta inicios de 1947 cuando comienza a trabajar como peón de albañil y al poco tiempo, por su esfuerzo y dedicación, domina perfectamente el oficio.
Es por esa época que conoce a Pablo Agüero Guedes, quien también fue mártir del asalto al cuartel de Bayamo, y establecen fuertes lazos de amistad.
Cuando se produce el cuartelazo del 10 de marzo de 1952, Lázaro trata de buscar contactos y orientaciones, de esta forma llega a integrar una de las células del Movimiento 26 de Julio en Marianao, dirigida por el también mártir Hugo Camejo Valdés. Estos jóvenes, además de participar en huelgas y manifestaciones, empiezan a realizar prácticas de tiro en fincas cercanas a la ciudad de La Habana.
Algunos textos sobre la época citan el 23 de julio de 1953 como el día en que su amigo Pablo le comunica que se va a realizar una gran práctica y supone que será fuera de La Habana, que debía preparar condiciones. Lázaro se despide de sus familiares y le comunica al capataz de su trabajo que necesita visitar Pinar del Río. Junto a otros compañeros de la célula se dirigen a Bayamo y van directamente a la casa que tenían alquilada.
Allí, los jóvenes se organizan en cinco grupos encargados de atacar el Cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo. Esta acción, dirigida por la alta dirección del Movimiento 26 de Julio y comandada por Ñico López, estaba sincronizada con el asalto al Cuartel Moncada. Tenían la misión de desactivar las fuerzas que se encontraban en dicho cuartel y formar un grupo de avanzada junto al río Cauto, e impedir así el apoyo de las fuerzas de la tiranía que se encontraban en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953.
Luego del fracaso de la acción, junto a un reducido número de compañeros, logran salir de la ciudad y llegar a uno de los arrozales. El hambre, la sed y la fatiga los castigó, por lo que deciden descansar en un bohío abandonado, lugar donde son delatados y descubiertos por los esbirros de la tiranía.
… Y HUBO UNA PATRIA LIBRE, SIN PRESENCIA DE TIRANOS
El triste panorama que vestía al país era común para muchos cubanos, pero principalmente para las familias como las de Toño y Lázaro, con razón plantearía nuestro Comandante en Jefe en 1976 desde estas tierras que “…en el capitalismo, ninguna región del país fue más olvidada y ninguna población de Cuba fue objeto de mayor indiferencia, y hasta podríamos decir de desprecio”.
Este escenario fue el motor impulsor en ambos para salir a andar con ánimos de justicia. Ellos se colocaron a la vanguardia de la lucha por la verdadera independencia de Cuba y protagonizaron, junto a sus compañeros, aquel asalto recordado para siempre en la historia.
La niña Laura creció y conoció por sus maestros de cada etapa escolar los fragmentos de historia que le imprimieron magnitud a su Cuba. Supo de cada uno de los asaltantes, de los asesinados, los sobrevivientes, los acusados, en fin, de los tantos héroes que registra la gesta del Moncada; por eso ella continúa evocando, desde su pedacito de tierra, el sacrificio y la valía de quien enfrentó a un tirano con las ansias de ver su Patria libre.