Comer sano y deleitar al paladar está más cerca de dejar de ser una ilusión para ocupar su lugar como derecho. Después de estudios, valoraciones y evaluaciones llegó el tiempo de las medidas y el Gobierno, que puso la quinta velocidad en la actualización de los frentes estratégicos por encima de la crisis y la pandemia, ya cerró su etapa contemplativa con la actividad agropecuaria para pasar a la acción. ¡Enhorabuena!, grita a coro el pueblo.
La gran mayoría que respalda y empuja a la Revolución hemos esperado el momento con paciencia y confianza. Hace años el tema de la producción de alimentos quita el sueño a los que dirigen que, al fin, encontraron en el diálogo la herramienta perfecta para sistematizar las inconformidades, necesidades y propuestas de las bases productivas, de las manos que nos dan de comer.
Un total de 63 medidas se acaban de aprobar para la producción de alimentos en el país, con enfoque de soberanía alimentaria y educación nutricional, 30 de ellas de alta prioridad y aplicación inmediata. Un ojo en el campo y el otro en la ciencia (Silvio Rodríguez diría “ojo en camino y ojo en el porvenir”) condensan un paquete que incluye sugerencias de 1 300 productores, científicos y otros expertos del tema.
Rebaja de las tarifas de electricidad, agua y fumigación aérea, otorgamiento de créditos para fomentar la productividad y aumento del pago de algunos productos –como la leche– son reajustes que incrementan el gasto del Estado en más de 3 000 millones de pesos por encima del presupuesto, decisiones sabias en el camino a limpiar de obstáculos el desarrollo del sector agropecuario.
Garantías de pólizas de seguros para cubrir riesgos derivados de los fenómenos naturales, eliminar trabas en el sistema bancario, disminuir pago de impuesto sobre los ingresos personales del cinco al dos por ciento, eliminar estructuras intermedias que obstruyen el flujo de información entre decisores y productores, incentivos para el pago de la prima y la contratación y comercialización directa destacan en el nuevo ordenamiento cubano para la producción de alimentos, con epicentro en el municipio para la planificación, control y toma de decisiones.
En medio de los cambios, el autorizo de venta de carne de ganado mayor y menor, leche y derivados provoca la sorpresa popular, por razones obvias. En mi caso, la grata noticia me llevó al recuerdo de chistes populares sobre la carne de res en décadas pasadas y hasta al estribillo de la vaca Pijirigua, pero lo cierto es que ahora, quien cumpla el plan contratado y los indicadores de calidad e inocuidad, podrá vender al mercado minorista, incluso en establecimientos arrendados para esos fines, siempre que no se arriesgue el crecimiento de la masa ganadera.
Para el pueblo trabajador las medidas repercuten en mesa y bolsillo. Su efectividad se probará cuando el salario no se esfume en el intento por darle al organismo las proteínas, vitaminas y minerales que requiere un cuerpo sano. Por esta senda, tomar leche después de los siete años puede dejar de ser una utopía y el matrimonio básico de la dieta cubana, arroz con frijoles, no vivirá tentándonos con el divorcio (si desaparece uno de los dos) o la extinción de ambos.
Ahora comenzarán los comentarios a rodar y cada quien pondrá sus cartas según el color de lentes con los que mira el mundo. Como pueblo, seguimos prendidos a la espiritualidad heredada de la Revolución, a su dignidad y memoria, pero saldar la deuda con la base primaria de la vida es un asunto de principal envergadura y que no atañe solo a las bases productivas, sino a otras instituciones –y subjetividades que las deciden, dirigen o inspeccionan– que ocupan papeles protagónicos en las cadenas de valor.
Para ello queda pendiente la revisión de estructuras inoperantes. A veces hay tantos jefes y oficinistas en una cooperativa como obreros para producir y, como ley y trampa las suelen poner los mismos, la ganancia obtenida se reparte por igual.
El discurso de la equidad solo cobra valor cuando se aleja de la injusticia y, en el sector agropecuario como en todos, lo que necesitamos ponderar es el estímulo al esfuerzo y el rendimiento individual, no solo para sustituir importaciones y avanzar en la soberanía económica, sino para volver a recuperar la honestidad que, en algunos lugares y el sujetos, se han extraviado y deformado con la crisis.
Las nuevas medidas, atemperadas a su tiempo, reafirman la cualidad agraria y popular de la Revolución. Bordeándolas resaltan las limitaciones del Estado para importar recursos, falta de disciplina que acarrea males como el impago por la devaluación de contratos y ralentización de procedimientos de instituciones como bancos o empresas de seguros. En el centro se luce la firme intención política de aclarar el camino, despejándolo de centralización, reunionismo fatuo, verticalidad y autoritarismo, métodos que ya sirven solo para descansar en los panfletos de la historia.
Reconocimiento en esta batalla por la soberanía alimentaria merece la contribución de la ciencia y la tecnología para diagnosticar problemáticas e introducir resultados en el sector.
En lo adelante, otras disciplinas tendrán que sumarse. A las sociales, por ejemplo, les corresponderá lo relativo a la cultura, motivación, trabajo en equipo, participación popular en los proyectos de desarrollo local, formación de liderazgos democráticos, ingredientes vitales para que arranque el único resorte que lo puede todo: la voluntad.
Un nuevo paso contenta a campesinos, obreros e intelectuales, a rurales y urbanos. A Cuba toda. Los resultados, y no la abstracción, dirán si es de avance, estancamiento o retroceso. Tiempo al tiempo y ahora apoyos porque, a fin de cuentas, ¿quién no sueña con que llueva café en el campo? ¡Ojalá!