Los tiempos que corren reclaman y aplauden a hombres comprometidos con el presente y el futuro del país. Acerca de uno de ellos, director de Comunales en La Palma, trata el texto que Guerrillero pone a consideración de sus lectores.
Pregúntenle a la Providencia si ella tuvo que ver.
Guao. Era la frase por la cual aguardara yo varias semanas; ni modo que así, como quien dice de mansa paloma, la muy puñetera se me iba a escapar. Rompí la inercia de este atardecer, sin remedio soporífero por culpa del apagón; reté al borde de la cama el equilibrio sobreviviente a los años roídos; y, luego del paso doble, feliz por el recurso de la batería, encendí con apremio la laptop y tecleé veloz, antes de oír el bendito suspiro que siempre me exorciza al conseguir la línea de entrada… ¡Bingo!: ya la envejecida historia de Alberto el de Comunales había soltado amarras. Antes de la jubilación.
Como no resulta raro en el entorno de un pueblo sin semáforos ni ascensores -en el afán de rápida y precisa identidad-, el común de la gente lo reconoce de tal modo; asociándolo al sector de servicios en el que ha estampado traza sin par durante 44 años. Pero Alberto Martínez Sánchez dejó de andar a gatas por la vida en los linderos de la primera juventud. Su hoja de ruta recoge un trayecto anterior, ignoto incluso para parte nada desdeñable de este colectivo de hombres y mujeres por él dirigido -de humilde casta e imprescindible quehacer-; como en medio del diálogo de media tarde, libre de dobleces y petulancias, saliera muy pronto a relucir.
“Claro que sí: yo fui maestro también”
Soltó de improviso, al indagar nosotros en torno a la autenticidad de la información que habíamos recopilado previamente. “Cuando acabé secundaria, éramos en casa muchas bocas a alimentar. Dejé el sueño de ingeniero, y empecé a procurar trabajo. Logré que Educación me empleara, y de buenas a primera me vi con tiza y borrador frente a los niños en la escuela ‘General Pedro Díaz ‘, en Sanguily”.
Por espacio de dos cursos, se mantuvo en funciones formativas. Tratando de acercarse al hogar en la zona de La Jagua, comenzó a laborar en la Brigada de Mantenimiento a Viales; hasta que respondió al llamado del Servicio Militar.
“No se me olvida que un día preguntaron si había alguien allí que supiera dar clases. Sin pestañear alcé la mano. Me mandaron a una preparatoria en Caimito… Era la época de la Campaña por el Sexto Grado; y, acabando de regresar, me dieron la responsabilidad de los años finales de primaria; a civiles de las FAR que formaban parte de la Unidad. Después que viré, seguí en este sector otro curso, en La Sierra (Jagua Vieja)”.
Pudo más que el ser maestro, el ansia por conocer
Hasta ahí llegaron las clases. El espíritu aventurero hizo su parte en el período de madurez juvenil. A la incursión como asesor jurídico en Vivienda y en la Agricultura, siguió la zambullida en un mundo que, hasta este instante en que conversamos, lo define como ser humano y revolucionario tanto o más que su ocupación como director: delegado de circunscripción en el Poder Popular.
“Soy de los más viejos en esto: 26 años. Podrás figurarte las dificultades que he aprendido a sortear en el tiempo que llevo metido hasta el cuello en lo que pasa en mi comunidad. Como en todas partes, en el Consejo Popular de La Jagua hay temas para romperse el coco. A veces a uno le dan ganas de ser mago y sacar de abajo de la manga la solución de los problemas que en verdad enfrenta la población. Pero no es así. Y en los tiempos que vivimos; te imaginarás. Eso sí, quienes me conocen de cerca pueden dar fe de que nunca jamás le doy de lado a nada. Por eso estoy ahí: por la gente que me eligió”.
Angola, la guerra, y las ganas de cumplir
Retrocediendo a la década anterior, Alberto viviría, entrando en la adultez, una de esas experiencias que tatúan para siempre el alma de los seres humanos. Tal cual hicieran en ese entonces miles de compatriotas, cumplió misión internacionalista en la República Popular de Angola, en la convulsa etapa entre 1983 y 1985.
“No creas tú que fue fácil; ni para mí ni para nadie que haya estado allí, en aquellas caravanas que los sudafricanos cazaban como cosa buena. Mi unidad radicaba exactamente en Huambo, más o menos en el centro del país. Lo que más recuerdo de esa dura campaña, ahora que ha transcurrido tanto, es el montón de veces que nos íbamos con el mayor sigilo posible hasta la zona de Menongue, a llevarle técnica de combate a nuestras tropas. Era destinada a enfrentar y a ponerle freno a las incursiones de la aviación enemiga, muy frecuentes en el tiempo que te digo. Estaban causando estragos grandes entre las fuerzas de las FAPLA, y en las de nosotros igual. Eso lo llevo grabado aquí”; y con el índice se toca la sien.
El Alberto que nos trajo hasta aquí
La Palma es un pueblo entre un río y sus afluentes, en dimensión de arroyos. A contracorriente de la inmundicia plástica que, por desidia e incivilidad, de vez en vez obstruyen el cauce de los mismos, puede ser visto como uno de los lugares urbanos que mejor se ocupan de la limpieza y el orden en sus calles, callejuelas y callejones. Idéntica valoración habría que hacer cuando se hable de preservación de sitios históricos y patrimoniales; en particular los restos del pretérito Cementerio Colonial.
Sobre su antiquísima pertenencia a los Servicios Comunales, nos precisa el director:
“Yo empecé en el año 1978, como almacenero. Después fui auxiliar de Personal; jefe de los departamentos de Recursos Humanos, y del que vela por áreas verdes, parques y flores; especialista principal en Economía; y desde el principio me eligieron reserva de la directora. Desde el 2012 estoy en el cargo que ocupo hoy. Fíjate si se me ha ido la vida en este organismo que me ha visto envejecer entregándome en cuerpo y alma a continuar la tradición que toda la vida ubicó al territorio entre los ejemplos a seguir”.
Y la palabra “ejemplo” trae a colación el motivo principal que nos llevara a su oficina. Acudimos a ella prestos a dedicarle, en las páginas de Guerrillero, ese espacio que por derecho propio se ha ganado él: Alberto Martínez Sánchez, un guajiro de cepa y a mucha honra; devenido en cuidador del espacio urbano.
La fortuna de hallármelo precisamente allí: a la vera del Che
Haber estado ambos en el lugar y el momento oportuno, me permitió tomar la fotografía que desde un principio creí debía acompañar un texto que pondera las virtudes de un hombre como él. Salía yo al salón interior de la sede del Gobierno, después de haber participado en una muy instructiva reunión del Grupo Gestor del CIERI; aguardaba él por una de las habituales reuniones a las que es convocado allí. Le di la mano e intercambiamos saludos de rutina; y le prometí que pronto cumpliría con el encargo de escribir este texto, de tan dilatada hechura desde que lo entrevisté.
Di la vuelta en busca de la puerta acristalada que conduce a la Recepción. Algo hizo que girara el cuerpo y mirara hacia atrás, apenas el instante exacto; ese que me bastó para descubrir a contraluz la estampa que acompaña el trabajo: “El detonante. Hoy mismo lo empiezo a escribir”, me dije. Y sonreí al contemplar la perfecta congruencia en la composición: el Che pintado en la pared; y debajo, tranquila la conciencia, este hombre de ilustres empeños que -aun en tiempos proclives a indefiniciones- comparte con su ejemplo la doctrina del Heroico Guerrillero que un lejano día se marchó a la eternidad.