Cada episodio de la lucha clandestina en Santiago de Cuba, de mayor o menor repercusión, quedó en la memoria del pueblo y dejó huellas en el acontecer nacional, sobre todo, por demostrar la osadía de la juventud de la época dispuesta a no ponerse de rodillas ante los designios del régimen de Fulgencio Batista.
Entre los sucesos con tales características se inscribe el asalto del 24 de julio de 1955, hace ahora 65 años, a la estación de la policía de El Caney, donde apenas unos tiros disparados sonaron a ráfaga de fuego graneado en los oídos de los sicarios de la dictadura, temerosos ante todo cuanto oliera a revolución.
Por idea de intrépidos jóvenes como Frank País, devenido jefe nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M-26-7), y José Tey (Pepito), caído heroicamente en las acciones del 30 de noviembre de 1956, se realizó el ataque a esa unidad para obtener armas necesarias en la lucha por la libertad.
El mismo objetivo los llevó dos meses antes a asaltar el Club de Cazadores, pero las armas ocupadas allí eran insuficientes, entonces Frank y Pepito planearon un embate por sorpresa, sin disparar un tiro, a la estación de El Caney, auxiliados por comprometidos con la causa que vivían en ese poblado como Roberto Lamela y Taras Domitro, el hermano de América, quien después sería la novia de Frank.
De acuerdo con testimonios de Domitro que aparecen en el libro Frank, entre el sol y la montaña, de William Gálvez Rodríguez, combatiente de la lucha clandestina y el Ejército Rebelde; tras sigilosa averiguación pudo hacer un croquis del enclave militar e informar sobre armas llegadas al lugar y el movimiento de rutina de los policías.
Para la acción aprovecharon el ambiente de carnaval de Santiago de Cuba por aquellos días de julio, y al anochecer del sábado 23 salieron para dar la impresión de que estaban de fiesta, y así despistar a la gente del barrio donde vivían y hasta a los uniformados del régimen porque en la madrugada del 24 sería la operación.
La oportunidad se pintaba sola, pensaba Pepito, pues sabían de antemano que en esa unidad por la noche se quedaban cuatro hombres, uno de guardia a la entrada y los demás durmiendo en el interior, así el propósito era entrar por distintos lugares que ya habían previsto y cogerlos desprevenidos.
Cuando partieron, el jefe de la misión les recordó a los participantes que no debían disparar a menos que tuvieran que defenderse; el plan era tomar la estación por sorpresa, dominar la posta y a los que estaban adentro, amarrarlos y llevarse armas y balas, fundamentalmente. Si hay tiro, hay que retirarse, esa era la orden.
Los combatientes en la acción tenían su objetico claro: César Perdomo, Reinero Jiménez, Ariel Rojas y Francisco Santa Cruz (Bilín) irían por detrás, Pepito y Carlos Díaz cogerían al de la posta, Emiliano Díaz (Nano) y Frank dominarían a los demás; mientras Santiago Montes de Oca (Chago), traidor, se quedaría en la máquina sin apagar el motor, según refleja el citado libro de la autoría de Gálvez.
Ya estaban listos para la operación cuando hubo un inconveniente. Al venir un auto a gran velocidad desde el parque de El Caney hacia la ciudad capital, el vigilante le dio el alto y no se detuvo inmediatamente; el grito creó confusión entre los revolucionarios, quienes se creyeron descubiertos, que los estaban esperando.
Cuando el conductor paró el vehículo y el policía Ernesto Castillo avanzó en busca de los tripulantes, se vieron él y dos de los atacantes que dieron media vuelta para regresar a la esquina, pero el guardia, al distinguir a dos personas corriendo, levantó el fusil y apuntó; ahí Frank que lo había observado todo subió el arma y disparó.
El tranquilo sueño de los vecinos de la villa de El Caney fue interrumpido por la detonación de dos disparos de escopeta calibre 12, demostración de que quienes se empeñaban en hacer a Cuba libre y soberana no daban tregua al enemigo.
Cayó muerto el vigilante, los tiros indicaron la hora de retirada, según las órdenes, hubo confusión y la partida fue tan estrepitosa que perdieron algunas armas, esto provocó luego un análisis fuerte, ya que el propósito era buscarlas, no perderías.
“Después del asalto Frank llegó a la casa casi al amanecer. Por la mañana del domingo 24 vinieron a buscarlo, me dijo que abriera la puerta, que no ocultara su presencia, el policía me preguntó y yo lo llamé con naturalidad, salió con la taza de café con leche en la mano, mi hijo preguntó al vigilante si podía terminar de desayunar, Frank era así de inalterable”, contaría Doña Rosario.
Lo tuvieron detenido en el Cuartel Moncada y en el Vivac Municipal y en los interrogatorios querían agarrarlo por alguna contradicción en sus declaraciones; no lo lograron, mantuvo su ecuanimidad, expresión de la fibra revolucionaria y madera de líder que había en el maestro santiaguero devenido héroe de la Patria.
Todos los sospechosos fueron liberados por falta de pruebas y en los primeros días de agosto Frank se reunió en su casa con los jefes de grupo de la acción de El Caney para hacer un análisis de los hechos; aunque el fracaso no fue culpa de nadie ni hubo mayores consecuencias, estaba muy disgustado y se lo hizo saber a los compañeros, porque cualquier cosa podía pasar menos dejar armas, cuando la operación perseguía aumentar el escaso parque existente para la lucha.