Orestes Meléndez Cruz, y para muchas generaciones de mantuanos, simplemente, Orestico.
Quienes frisan los 50 lo recuerdan conduciendo la camioneta beige fileteada en azul, trono de un rey indiscutible de bajantes y postes; arbitrante insomne de la oscuridad y la luz, en la villa y sus alrededores.
Uniforme impoluto, orgullo en la mirada y la melena negra bajo el casco amarillo, le imprimían ese aire bohemio de rompecorazones que aún conserva.
Orestico peina canas, pero se empeña en llevar el pelo por encima de las orejas, costumbre de los años mozos que jamás abandonó.
El encuentro transcurre en un parque de los tantos que hacen la historia de Mantua.
“Tenía 15 años cuando me citaron para el Servicio Militar. Nos llevaron para Sandino y allí integré la Columna Juvenil del Centenario”.
Era la primera vez que el guajirito salía de Mantua. Atrás dejaba la finca del viejo, en Tirado, las pozas del río y la luz de la chismosa, que hasta entonces se le antojaba sol de invierno bajo la cobija.
“Estuve casi un año en Sandino hasta que una noche tocaron campana y nos dividieron en grupos: unos serían choferes, otros carpinteros y los demás, como yo, linieros”.
A Orestes no le preguntaron si le gustaba la electricidad. “En realidad no sabía lo que era un bombillo. Pero para salir de allí y ver el mundo estaba dispuesto a ir a cualquier parte”.
La Empresa Eléctrica estaba en el reparto Oriente de la ciudad de Pinar del Río. Allí le enseñaron los fundamentos de la energía eléctrica, a subir postes y otras peculiaridades del oficio.
“Salí liniero C, calificado para trabajar hasta 600 voltios. Después cambié la categoría para B”.
A Orestes lo destinaron a Guane, un poco más cerca de su tierra, donde se gestaba la empresa territorial, y le tocó estar entre los primeros. Habían pasado dos años desde que se marchó del hogar que solo visitaba los fines de semana. Para entonces ya era liniero A.
Meses después regresó a Mantua.
“Aquí llegué como Liniero Encargado, ríe, que era algo así como el hombre orquesta, el del mazo de llaves”.
Palmea sus rodillas y agrega: “Era el único eléctrico del territorio y debía ocuparme de todos los problemas. Tenía el carrito, el equipo de trepar postes y un ayudante diferente cada semana, que iba a buscar a la Empresa”.
Orestes no renunció a su afán de superación y se hizo, “liniero en caliente”.
“Eso es trabajar con la electricidad puesta, y es peligroso. Requiere valor, responsabilidad, mucho saber y sangre fría”.
Y estás aquí conmigo, después de tantos años…
Enseguida capta la indirecta.
– Claro que sí, estoy haciendo el cuento, lo que quiere decir que no tuve accidentes y conservé la vida”.
– Esto se parece a lo del zapador…
– Así mismo es, si te equivocas es una sola vez.
¿Qué pasó después?
“Después crecimos como Empresa aquí en Mantua, y vinieron otros, y se crearon las brigadas y el servicio de guardia. A mí me tocó enseñar a los compañeros y transmitirles las experiencias que acumulé como electricista, liniero y administrador, porque era todo eso”.
Cincuenta años y un poco más en el mismo centro de trabajo es mucho más tiempo del que en la actualidad cualquiera pueda concebir…
“Hoy la gente no dura en un empleo, no lo ‘calientan’, pero los de mi generación, que casi nos estamos jubilando todos, somos diferentes, no dejamos el camino por la vereda”.
Y la familia, ¿cómo la formaste?
“Cuando salí de Mantua no sabía nada de electricidad, pero sí tenía novia allá en la vega, y la conservé. Después nos casamos tempranito. Tengo tres hijos, dos hembras y un varón”.
Preocupados siempre por los peligros de tu profesión…
“Bueno, eso es inevitable, pero ellos tienen confianza en que hago las cosas bien, con serenidad. Ya no subo a los postes, para eso he enseñado a los muchachos nuevos, pero nadie llega a la Empresa más temprano que yo”.
¿Aprenden los jóvenes o se conforman con lo del curso de linieros?
“No, no, no, lo asimilan todo, son esponjas. Entran muchachitos y en poco tiempo son hombres hechos y derechos que se fabrican ellos mismos encima de los postes, de noche, bajo la lluvia, porque en esta profesión el que no aprovecha el conocimiento que le ponen delante, no avanza, y no hace”.
No hubo ciclón desde el 2000 hasta la actualidad en el que Orestico faltara a su deber, en Mantua, en Pinar del Río, o donde hiciera falta.
“Fui a todos los llamados. Primero aquí, cuando Isidore y Lili destrozaron la red eléctrica del territorio y nos ayudaron los tuneros. Después acudí en ayuda de otras provincias y así ha sido hasta el día de hoy”.
Muchas cosas dan satisfacción al primer liniero de Mantua, pero la mayor resultó una confesión que, no por lógica, deja de tener un sentido especial.
“Cuando reparamos una avería y la gente agradece, y los niños gritan que llegó la luz. Ese es el momento más lindo de este trabajo y deja que te digan otra cosa”.
¿Y los tiempos actuales con los apagones?
Orestes mira el parque a esta hora vacío. Una nube de contrariedad opaca el brillo de sus ojos.
“Son tiempos difíciles. Las máquinas de producir corriente nunca se detienen, algunas llevan 30 años y más, y se rompen, pero saldremos de esta, porque se está trabajando mucho y hay gente muy seria metida de lleno en esta cuestión”.