Fue asombroso ver a la orquesta de Oscar D’ León salir completa, con todos listos, instrumentos en mano ante una multitud que había llegado desde toda Cuba para no perderse el primer concierto del sonero venezolano en la cuna del Son, y algo más. Sería un privilegio ser testigo presencial, aunque toda Cuba lo vería, pues prácticamente había cadena nacional de radio y televisión.
El “Dame Cable” lo soltó Oscar desde el primerísimo primer tema, luego de ser anunciado nada menos que por Consuelo Vidal ante una tarima movible de derecha a izquierda, la famosa tarima de Varadero.
Ese primer tema fue “Melao de Caña”, de la autoría de Mercedes Pedroso y fue electrizante ver a Oscar y a Vladimir Lozano con aquellos trajes blancos llenos de flecos haciendo retumbar el anfiteatro de Varadero en noviembre de 1983.
Inolvidable, pero la historia no comenzó ahí. Siendo la única periodista venezolana acreditada oficialmente por Cuba para cubrir Varadero 83, será bueno contextualizar.
A la redacción de El Diario de Caracas llegó a finales de octubre de ese 1983 Alberto Quintero, venezolano, productor de eventos muy afiliado a Cuba. Llegaba enviado por Pedro Orlando Rodríguez, de Cuba, del ministerio de Cultura y director de Cubartista, empresa de eventos de la isla.
“La estamos invitando oficialmente al Festival de Varadero”
–¿A mí, a cuenta de qué?
“Ya lo sabrá, en su momento”.
–Yo no tengo dinero ni nada de eso para ir a Cuba.
“Todo será costeado por las autoridades culturales cubanas”.
Yo no lo podía creer y entonces señalé que el periódico no me daría permiso. Y ese señor, Alberto Quintero, solicitó una reunión con Manuel Felipe Sierra, entonces director de El Diario. Sierra luego me llamó: “Apoyaremos en todo, es un lujo de invitación y una exclusiva, pero, coño, no te nos quedes en Cuba”.
A correr. Algunos colegas y amigos, curiosamente ya sabían de este episodio. Y sería el inolvidable Ángel Méndez quien me diría: “Oscar propuso una terna de más de diez periodistas y no le aceptaron sino a Collazo, su jefe de prensa. Serás tú la única acreditada por Cuba. Esa gente sabe”
Y fue Ángel Méndez quien se ofreció a acompañarme al aeropuerto. “Tengo que decirle algo a Oscar”.
Méndez conocía muy bien a Oscar Emilio, desde los tiempos de la fundación de la revista Swing Latino. Al llegar al aeropuerto y toparse con él le dijo: “Mira Oscar, esta negrita es correcta; pórtate bien, compadre”. Así, de paso, conocí personalmente a Oscar.
La siguiente parada fue en Panamá. Recuérdese que no había vuelos directos de Venezuela a Cuba en ese entonces. A la Habana se llegaba desde Panamá o desde México. Nos trasladaron al Holiday Inn para refrescarnos y comer y luego otra vez al aeropuerto panameño para embarcar rumbo a La Habana, y era una multitud la que estaba esperando el vuelo en tierra cubana. Una multitud. Desde Alí Ko, trovador uruguayo quien era el mánager y representante de Oscar para ese entonces, hasta Orlando Montiel, productor de eventos y discográfico estaban sorprendidos, pues aquello estaba desbordado y casi fuera de control. Con seguridad les puedo decir que la vigilancia de aduana dejó su puesto para ir a ver al venezolano que llegaba. Para sellar los pasaportes aquello fue un suplicio. No había quien lo hiciera. Oscar bajó del avión a besar la tierra cubana y estaba siendo transmitido por la TV de ese país. La locura.
No pasamos por La Habana pues seguimos directo a Varadero, y en el caso de la orquesta y productores e invitados llegamos al hotel Bellamar. Oscar fue llevado a una mansión, para ser atendido individualmente, dada su fama, y por su seguridad.
El Festival de Varadero comenzó el 24 de noviembre de 1983. Oscar, cuyo único grito de guerra en ese momento era el ¿Cóoomo? se estrenó en ese evento el 26. Esa noche inauguraría el “Dame cable” y con los años el “Sabrooosooo”.
En ese momento indescriptible, de altísima frecuencia, Oscar se desató, y como se sabía el rey, comenzó a dirigir y a exigir. No se trató sólo de los cables. Es que hasta a los camarógrafos les exigía posiciones y tomas. En algunos momentos hizo llamados a la seguridad y al público, pidiendo mesura.
Quien escribe estaba en la hilera reservada a periodistas internacionales, pero detrás estaban los nacionales, los cubanos, y la yunta fue inmediata.
Cuando dijo por primera vez “Dame cable” que realmente fue una seguidilla pues repetiría como 6 veces seguidas la frase, Oscar no se metió en el público, pero sí se bajó de la tarima principal. Los maravillosos Vladimir Lozano, Luisito Quintero y Daniel Silva en el bajo quedaban al mando de la orquesta mientras Oscar pulsaba y hacía de las suyas en Varadero. Realmente se convirtieron en bastiones sobre los que todo el mundo posó ojos y atención. Un trío espectacular en escena.
Algunos detalles quedaron en evidencia. Ciertamente los técnicos tuvieron que correr y atravesarse en la tarima (muy visibles en la televisión) pues cables había, pero estaban enrollados. No se trató sólo de eso.
Por ejemplo, Oscar sólo se sabía completos los nombres de Barbarito Diez y Arturo Sandoval. A Pancho jamás supo decirle su apellido, Amat, y al Guajiro nunca pudo decirle Mirabal. Se notaba entonces el compromiso con los organizadores del Festival, sobre todo con Pedro Orlando, de Cubartista. Tan así es que Oscar se aprendió en un santiamén el tema de Juan Almeida (Tercer Comandante de la Revolución, y el único músico de los barbudos) “Esa mujer”, y le salió muy bien. “Se la pasa levantando a un rubio, que en Venezuela lo llaman catire”. Claro, jamás dio el nombre del autor.
Dame Cable en serio
La corredera se formó en verdad cuando Oscar D’ León comenzó a entonar “Calculadora” (tema de Rosendo Rosell) porque ahí, encendido Oscar y encendido el público el sonero venezolano decidió interpelar a todo el mundo y a sí mismo. Otro momento cumbre fue cuando comenzó a interpretar “El Derecho de Nacer”, tema que el público pedía a gritos. Cuando Oscar le entregó el bajo a Daniel Silva los técnicos y camarógrafos intuyeron el jaleo, y la seguridad también. El venezolano se metió completamente en el público. Los cables respondieron hasta que él mismo quiso, pues como la multitud se agolpó para abrazarlo (nunca le robarían ni un litro de sudor) Tuvo temor, y reculó, pero llegó hasta donde la audacia se lo permitió.
Hay que precisar que el repertorio escogido por y para Oscar D’ León en función de su presentación en Varadero fue exacto, a la medida de las circunstancias. Temas de las décadas de los cuarenta y cincuenta, como Melao de Caña, Calculadora, El fiel enamorado (Pica, o Monta mi caballo), El Baile del Suavito junto a Mi negra está cansá, Esa mujer, El Derecho de nacer y la diadema que es Mata Siguaraya revivieron una melódica que estaba olvidada por la mediática cubana y hasta por muchos músicos y orquestas, que consideraban a ese repertorio como algo del pasado, pero que funcionó perfectamente en la memoria de los cubanos. Oscar trajo de vuelta a Benny Moré, a la orquesta Aragón, a Barbarito Diez y los colocó frente a su pueblo como una Biblia abierta en el Salmo 23. A todo eso sumó su tremenda voz, su dominio escénico y ese amor por el canto sonero que le hace estar hasta cuatro horas en concierto. En Varadero, como en muchas partes, a Oscar no le abandonó la frescura, aunque perdiera tres kilos en sudor.
“Mata Siguaraya” (de Lino Frías), uno de los más emblemáticos temas interpretados por el Bárbaro del Ritmo, Benny Moré, fue el escogido por Oscar para cerrar la noche de su debut en Varadero y Cuba. Toda la isla cantó con él, si nos atenemos al monumental coro que se escuchó en el anfiteatro de la Playa Azul.
Ya no pidió más cable porque tomó el bajo que le entregó Daniel Silva e hizo una ejecución inolvidable que culminó con él y Vladimir Lozano lanzados al piso, como muertos, temblando y con una orquesta en pleno suspenso hasta que levantados de nuevo pusieron, en lugar de punto final, el inicio a la leyenda que significa noviembre de 1983 para Cuba, para Venezuela y para la música popular.
Al siguiente día, mientras en Cuba no se hablaba de otra cosa, Oscar D’ León ofreció una memorable Rueda de Prensa en la que había tantos músicos como periodistas. La Ritmo Oriental, la Original de Manzanillo, el Sierra Maestra, Gonzalito Rubalcaba, Adalberto Álvarez y Juan Pablo Torres están contabilizados en mi memoria. Oscar habló de la necesidad de dejar ejercer en el colectivo orquestal las individualidades, y respetarlas. Los músicos asentían y muchos pensamos que aquello era una directa a Irakere. “Cuando llega el momento de un solo, debemos respetar y apoyar al solista. Todo músico tiene el derecho a expresarse y los que dirigimos tenemos el deber de apoyarlo, lo que además es muy grato: al fin y al cabo son nuestros compañeros”.
Luego pudimos estar a su lado cuando le sugirió a Adalberto Álvarez el nombre de la nueva orquesta que estaba formando, luego de su salida del Son 14. “No abandones la palabra Son. Te propongo Adalberto y su Son” y así quedó.
Vendrían luego otra presentación en Varadero, una (memorable) en Santiago de Cuba, una en Cienfuegos, como homenaje al Benny y las de cierre en La Habana, incluyendo el Carlos Marx, el parque Lenin y la Ciudad Deportiva. Pero, si me permiten señalarlo, fue la primera noche de Varadero, la noche del “Dame Cable”, la que ha quedado en la memoria de todo un pueblo y un continente.
Hay quien opina que ese concierto debería llevarse a la Unesco para solicitar que sea elevado a Patrimonio Cultural de la Humanidad. Y, ¿saben?
Concuerdo.
Nadie me lo contó. Yo estuve allí.