Pablo Pimienta Castro, el obrero forestal de Pinar del Río, experto carbonero, es Héroe del Trabajo de la República de Cuba. 39 años en el monte, dando hacha, matando mosquitos y respirando el humo alquitranado de los hornos, es toda una vida.
Corría agosto de 2020, y el periodista Ramón Brizuela, lo entrevistaba: “Espero un día tener en el pecho esa estrellita dorada que en Cuba llevan los Héroes del Trabajo”, dijo entonces. Era su sueño, porque soñar es lícito, lo mismo en la más alta cumbre que en una choza de monte, o mientras velas un horno y, sin proponérselo, construyes una historia personal.
Cae la noche del primero de mayo, y en Mantua nadie se aparta de los televisores. La imagen cotidiana de un Pablo enfundado en un atuendo de campaña hace que no lo encuentren en la fila de los héroes.
¡Un momento! ¡Es él!, de guayabera; el mismo Pablo, sencillo, que vive en un barrio tan humilde como su existencia, derechito como una vela, frente al presidente de la República. Instantes después, la estrella que soñara brilla en su pecho. En la Empresa Agroforestal lo esperan los camaradas. Desciende del auto y sonríe, como si pidiera permiso.
Pablo es tímido, no acostumbrado a hilvanar palabras, porque la soledad y el silencio del bosque le han coartado la elocuencia. Pero ellos aplauden y le piden unas palabras. “Quiero dedicar mi estrella de héroe a mis compañeros, a mi esposa, a mis nietos y a mis hijos”.
Y no hacen falta más: se funden en un abrazo, y las lágrimas ruedan caprichosas por huellas que madrugadas, soles e inviernos dibujaron en los rostros de estos hombres. En Mantua, le esperan. Allí abraza a la familia, a los amigos y besa a los nietos, su gran pasión. Hay palabras sinceras, poemas y canciones.
Pablo sonríe, mira al suelo y dice que “le fue bien, que nunca olvidará aquel momento con el presidente”. Meses atrás, cuando la crisis energética golpeó al país durante el verano que sucedió a la pandemia, Pablo Pimienta me permitió entrar a las interioridades de su vida y de su oficio. «Comencé en el carbón con unos primos -me dijo- y después no pude apartarme de esto. Yo decía que era por un tiempo, pero han pasado más de 30 años y sigo aquí».
Hacer hornos es complicado, le comenté. Cada paso debe ser perfecto, porque el derrumbe de esa pirámide que arde puede acabar con los esfuerzos de agotadoras jornadas, y derivar en accidentes. «Es la habilidad que llega con los años. Hay que plantar firme el corazón del horno, y seleccionar con buen tino qué madera poner en cada etapa».
Pimienta es delgado, apenas 1,65 de alto, y entre palabras y buches de café, lo vi subir decenas de veces la escalera del horno con pesados sacos de tierra. «Eso es destreza, nada más. Mis compañeros de la resina mueven tanques de 55 galones con una sola mano y son así, delgados como yo».
Regreso del recuerdo y miro a Pablo. Quiero preguntarle por su condición de Héroe del Trabajo y no encuentro las palabras adecuadas. Pero él me saca del apuro. «Tengo varias medallas, que aparecieron con los años, sin esperarlas. Alguien me dijo que llegaría este momento, pero ni lo imaginaba. Solo puedo decirte que sentí mucho orgullo al saber que me reconocerían con esta estrella, y mucho más cuando yo, un carbonero de Mantua, me vi entre gente tan importante que estaba allí por lo mismo».
¿Y ahora?
«Ahora a seguir haciendo carbón, que es lo que me toca para ayudar a mi familia y a mi país a salir adelante. Me alegra saber que lo que produzco, se exporta y trae dinero para Cuba». No quiero importunar. Pero hay una pregunta que todos quieren hacer. ¿Qué le dijiste al presidente? Pablo ríe. «Él me preguntó si era difícil hacer carbón, y yo le dije que no era fácil, pero tampoco difícil».