A “Puchi” lo había vencido el miedo hacía algunos años cuando en 1973 el médico le diagnosticó diabetes y desde el primer momento tuvo que comenzar con las inyecciones de insulina. En aquel tiempo, confiesa, no conocía ni lo que era “el azúcar en sangre”, pero luego aprendió y supo también que podría heredarla a su descendencia. Ahí se dejó vencer por el miedo y la conciencia y decidió que no tendría hijos.
Regino Báez Bencomo, “Puchi” para sus conocidos, habla en tono moderado, vive en la casa de familia rodeado de las fotos de quienes lo aman y ocasionalmente algunas lágrimas se le escapan cuando cuenta momentos felices como aquel en que fue dichoso de que su esposa, divorciada y con dos hijos, lo aceptara como pretendiente y emprendiera toda una vida junto a él.
Nena, quien era maestra en la escuela del poblado Las Ovas, donde viven desde siempre, ha sido su compañera por cuatro décadas. “Por sus cuidados y los de toda mi familia, le debo ya algunos años a la vida. A ella también le agradezco el regalo de ser padre de tres”, afirmó.
Mariela, su hija, nació en 1979. “Ella es una bendición, me trajo la felicidad más grande que un hombre puede tener y nos ayudó a convertirnos en una verdadera familia porque me acercó a sus hermanos y ellos me aceptaron”.
REGALOS PARA UN BUEN PADRE
“Cuando nos casamos Nena y yo en 1978, sus hijos René y Carín ya eran adolescentes y fue difícil que me dejaran entrar en sus vidas. La verdad es que me esforcé mucho para que ellos me quisieran. Si algo luché fue por ganármelos, me preocupé siempre por eso”.
Puchi recuerda mucho, con detalles precisos, sobre todo los momentos importantes, esos en los que se basa la relación de los padres con los hijos: la presencia constante, el apoyo oportuno, el hombro para aliviar las penas.
Tiene grabada en la memoria la ocasión en que Carín asistió por primera vez a unos 15 en la ciudad y él estuvo ahí para cuidarla; así como estuvo para René cuando hubo algún tropiezo en el preuniversitario y su propio padre le pidió ayuda para hacerse presente y resolver aquel asunto.
“Si las cosas no se cuentan como son, pues la historia no sirve y no sería yo. Me sentí honrado de que él me llamara para hacer frente a una situación en la que como padre legítimo él no podía personarse porque vivía en La Habana”.
Puchi se califica como un hombre afortunado: ha podido ver a su Mariela convertirse en una buena mujer y a sus otros dos hijos crecerse ante las dificultades de la vida. Ha reído con ellos por los logros, por la fortuna de convertirlo en abuelo.
“La primera vez que me llamaron abuelo no fue una nieta de sangre, pero es una que guardo con mucho amor y mucho dolor porque ya no está. Todas son mis niñas y ante mis ojos, todas iguales”.
MEMORIAS DE UN BUEN HIJO
Lo de padre amoroso y dedicado a la familia le viene por el ejemplo a este hombre de pueblo, que nació donde otros tres hermanos y presenció la devoción de unos padres capaces de las más audaces decisiones con tal de apoyar a sus hijos en cada momento.
“Cuando tenía 15 años estaba en la Sierra de los Órganos en la lucha contra bandidos con mi hermano. Mi madre había perdido a un hijo en 1960 y en el 61 estábamos nosotros en las lomas y la vieja salió con mi tío a buscarnos, solo para vernos, hasta que nos encontró”.
Será por aquello de que vista hace fe que, cuenta, su padre también atravesó con desenfreno el lomerío solo para constatar que sus hijos aún estaban seguros. “Esas son cosas de padres”.
Puchi fue luego movilizado durante la invasión a Playa Girón y en la Crisis de Octubre; en 1965 comenzó una preparación de dos años en La Cabaña para hacerse técnico en artillería y en el 69 fue seleccionado para estudiar aviación en la Unión Soviética.
Mientras trabajaba en la base aérea de San Antonio de los Baños le detectaron la diabetes, por cuyas recaídas tuvo que salir del ejército.
LAS VUELTAS QUE DA LA VIDA
Por esos azares que tiene la vida, que provocan confusiones y debates entre si existe el destino o no, Puchi había asistido hacía muchos años a la primera boda de Nena. Lo había hecho por invitación de un amigo, sin ver siquiera a los novios, solo por la diversión de asistir a un evento social.
“Siempre me río de eso, le digo que estuve en su boda y ni la vi y luego me casé con ella”. Supongo que en esa ironía está la belleza de todo.
Debido a la genética, su mayor temor se cumplió: fue padre de una hija diabética que hasta hoy sobrelleva como él la enfermedad y convive con ella. “Mariela me salió con lo mismo que yo pedí que no me saliera, mi miedo se cumplió, pero creo que como padre no le he faltado en ningún momento”.
Su familia es su orgullo, el pecho se le llena de aire cuando comenta que, en muchas ocasiones de emergencias, sus tres hijos han estado a su lado, como lo han hecho con su madre y para él es una victoria.
“En esta casa siempre tratamos de hacer todo igual para los tres, lo que había para uno, siempre había para los otros. Compadezco mucho a los niños que tienen un padrastro que no les aprende a querer sanamente, porque quien no quiera a un niño no merece nada”.
Hoy Puchi tiene 75 años, Nena 80, son padres de tres hijos por igual y aún les queda el espíritu, el amor, el instinto para cuidarse el uno al otro con una leve caricia en la mejilla al final de la entrevista y un dulce: -“¿Te sientes bien?”.
La verdad es que el miedo se apoderó de él un tiempo, pero sus días han transcurrido envuelto en algo mucho más fuerte, el amor de una familia construida sobre la base del amor y el respeto.