Desentrañar los oscuros laberintos de la existencia, aceptar las maceraciones de la vida, asestar un duro golpe al destino, traer la muerte hasta tu cuerpo y dejarla pasar de largo han representado los signos con los que Alberto Peraza ha transitado hacia la verdad, hacia su verdad interior y hacia la absoluta verdad que es su poesía. Pocas veces he leído a un poeta con tanta verdad y cuando la poesía se construye de vida y verdades con ella se ha garantizado un sitial en el parnaso de los reales. Se vuelve infranqueable el poema, se hace coraza ante las propias maceraciones, inevitables maceraciones de la vida.
Macerar, premio Nicolás Guillén, es un desboque total de la poesía, una violación constante de principio a fin de toda regla literaria. Le ganan el poder anecdótico y la rabia para contar, en versos que no se ven porque quedan atrapados dentro de una prosa que enamora, desde la cual Peraza enarbola su verdad. Una poesía que hasta los excesos hacen la diferencia. No hay máscaras posibles, no hay puntos intermedios, no hay eufemismos porque nada puede entorpecer aquí su alarido. Exorcizar es lo que importa, proclamarse vencedor porque sin dudas, el poeta le ha propinado ese duro golpe a la vida y a la poesía o con la poesía como arma a la propia vida. Con este libro Peraza se ha desprovisto de todos los ropajes que vestían su verso anterior en cualquiera de sus moldes. No hay tendencia posible; aquí se rompen los cánones que han signado a la poesía precedente y a la suya propia. Su verso se ha movido siempre en el marco de lo vivencial afectivo familiar, con un discurso muy apegado a las formas coloquiales de la generación anterior, enriquecido y sublimado con imágenes más cercanas al universo lírico, donde la inmediatez de lo emotivo supera lo reflexivo. Pero estamos ante una clara y evidente evolución de un poeta y por consiguiente de una vida o viceversa y qué es entonces una poesía que no se construya directa o indirectamente de la vida sino palabra muerta?
En Macerar existe un equilibro perfecto entre anécdota emotiva y reflexión, evidenciándose, en algunos casos, una por encima de la otra sin que ninguna constituya un lastre para el libro como unidad.
Macerar es un símbolo, el hilo conque el autor une los desmembramientos de su vida como se unen los abalorios en un collar. Lo importante aquí no es la queja sino enarbolar el triunfo, saber que has ganado a la vida, que has burlado a la propia muerte o cada una de las pequeñas muertes cotidianas. Macerar entonces se convierte en leit motiv, carta de triunfo ante la espera. La máxima es no pelearse con el mundo como enseñó la madre del poeta, perdonar y esperar. A veces una bandera blanca no es señal de los vencidos, parafraseo al poeta, una bandera blanca te salva de morir. Mientras leía el poemario advertía cuan original su palabra viva, cuan original el modo en que Peraza encara el verso, dialoga con él y con todos porque indiscutiblemente la vida está hecha de maceraciones. Pensaba entonces en la exclusividad de su verso, en la fuerza de su palabra, en su irreverencia verbal cuando llego casi al final y leo del propio creador esta prosa como confirmación:
“No son de nadie estas palabras mías. Nadie ha de pedirme cuentas por usarlas… porque de ellas soy el único dueño. Yo las construyo y administro.
Nota: escrito hoy en la tarde luego de regresar a casa y haber presenciado un puro acto de pasión por la poesía. La presentación de Macerar, libro con que Alberto Peraza resultara premiado con el Nicolás Guillén, un certamen de relevancia entre el gremio poético de la Isla prestigiado por la lista de autores que han recibido antes esta distinción. El libro fue presentado en la sede de GEDEL en la ciudad de Pinar del Río y con la presencia de un grupo de amigos y familiares del poeta. Declaro que lo que allí sucedió fue más que la presentación de un libro. La magia se apoderó inevitablemente del lugar, aderezada por la excelente musicalización de dos poemas del libro a cargo de dos integrantes del grupo te teatro para niños, Titirivida. Mis agradecimientos en primer lugar al poeta por su regalo y a los promotores del Centro Provincial del Libro y Cultura Provincial, a todos los presentes que también formaron parte de la magia.
Por: Carlos Fuentes