Para Jesús Lazo Cabrera es siempre un placer atender a los niños, “cualquier cosa que haga para ellos, es como hacer arte, lo disfruto plenamente, de hecho, una de las razones por las que no me quedé definitivamente en la Neonatología cuando estudiaba, es que la veía muy estrecha, era un pedacito nada más de toda la Pediatría, y yo quería absorber todas las edades”.
EL AMOR DESDE EL PRINCIPIO
La Medicina siempre fue la pasión del doctor Jesús, pues según cuenta, ya desde los estudios primarios y secundarios tenía definido que quería ser médico, por lo que todo su esfuerzo como estudiante estuvo en función de alcanzar esta carrera.
Ya en la recta final, cuando debía definir su rumbo y decidirse por alguna especialidad, la competencia se balanceaba por tres: Ginecología, Anestesia y Pediatría; pero las habilidades para la primera no le eran muy fáciles, por lo que pensó que ahí no sería bueno. En el caso de la Anestesia, le gustaba, pero nunca en esa etapa rotó por la especialidad y no conocía a fondo de qué trataba exactamente, por la que la elección fue la Pediatría, una rama que estaba seguro lo cautivaba porque, entre otras cosas, tiene el valor agregado de interactuar con los niños.
En 1988 ya daba sus primeros pasos que lo acercaban a los niños, y en tres años se hizo pediatra. Nos cuenta que a inicios de 1991 hubo un déficit de neonatólogos en la provincia y él estuvo entre los que “se lanzó” y en seis meses logró dominar las técnicas específicas de esta área, lo que trajo consigo que al incorporarse nuevamente a la Pediatría, las personas lo conocieran como neonatólogo y no como lo que realmente era.
San Cristóbal fue uno de los territorios que lo recibió en la doble condición de neonatólogo y pediatra, allá estuvo varios años hasta que regresó a la institución que más tiempo lo ha cobijado y que le ha dado la posibilidad de crecer, no solo en competencias sino también en afectos, porque los niños no mienten y las familias tampoco: el hospital pediátrico Pepe Portilla.
¿Cuáles son las cualidades que definen a un pediatra?
“Diría, para no ser absoluto en todo, que la mayoría de los pediatras sienten pasión por los niños, una entrega desmedida que obvia las horas para descansar. Llegas a casa y continúas conectado con aquel pequeño que quedó en el hospital; llamas a la guardia para saber cómo siguió uno o qué hicieron con el otro. Te cuesta desprenderte, tienes la necesidad de saber como si estuvieras al lado de ellos.
“Los pediatras somos apasionados, obsesivos, muy detallistas, cualidad esta que ayuda porque los niños no manifiestan lo que sienten: es como la herramienta fundamental de nosotros.
“En la actualidad atiendo a los nietos de mis primeros pacientes, pero la experiencia con cada niño es la misma, amén de que cada uno es especial. Cada vez que recupero, que salvo, que soluciono algún problema, significa una satisfacción infinita, y a partir de ahí nace, sin duda, una familia. Quien fue un día paciente se convierte en una amistad para toda la vida.
“Las sensaciones cuando uno no obtiene el resultado, o en el peor de los casos, se nos muere un pequeño, son terribles. En los días siguientes quedamos mal como si hubiera sido un familiar, vivo el problema, pierdo el apetito, tengo que hacer otras actividades que me ayuden a levantar, porque siento una frustración que no se apaga a no ser con el tiempo”.
LA SATISFACCIÓN DE AYUDAR
En el “Pepe Portilla”, refiere el doctor Lazo, por el año 1993 aproximadamente, aparece una nueva vicedirección, la de Asistencia al Grave, que manejaba la terapia y los cuerpos de guardia. En ese momento nuestro entrevistado asumió esa responsabilidad y a los dos años fue promovido a director del Pediátrico, cargo en el que estuvo durante 10 años de forma continua, hasta que salió a colaborar a otras tierras, específicamente a Mozambique, lugar donde otros niños tendrían la suerte de sus manos y su sapiencia.
Al otro lado del Continente, lejos de la familia y adaptado a los niños cubanos, le impactó la nueva realidad, bien distinta (asegura) a la que vivía en Cuba. Vio enfermedades que solo conocía a través de los libros, por lo que esta etapa fue de estudio constante, “tuve que lanzarme al dominio, conocimiento y tratamiento de un grupo de enfermedades que nosotros los pediatras cubanos no dominábamos”.
En ese lugar vio la necesidad de asistencia que tenían los infantes, pero cuenta que la naturaleza es sabia, y que con apenas un antibiótico y un suero respondían bien.
A la par de la asistencia, las funciones directivas y las guardias, ejerció con agrado la docencia. Es Profesor Auxiliar, especialista en II Grado, tanto en Pediatría como en Cuidados Intensivos. “Los alumnos de todas las etapas, que hoy son también colegas, te tratan con mucho cariño, respeto profesional; piensan que uno tiene la razón absoluta y, a veces, no quieren ni dar su opinión porque soy el profesor, pero nosotros los maestros también tenemos la necesidad de refugiarnos en ellos y en lo que proponen” , refiere humildemente.
Hoy, con 58 años de edad, se le ve más tiempo dentro de la terapia, porque a su juicio, allí es donde los niños requieren más de él por su propia formación, por lo que decide estar donde el reto es mayor. Confiesa que la terapia es también una pasión dentro de la pasión de la pediatría; le gusta manejar procederes y dominar las actuaciones invasivas. En las guardias es el jefe de la decisión que se toma con un paciente por encima del resto de los especialistas; sin duda, una alta responsabilidad, pero a la vez una gran satisfacción.
“En este servicio sigo con la misma dedicación y formación, pero en constante tensión, es como si en una guerra tuvieras al enemigo al frente y tú eres el franco tirador”, así mismo ataca él a los males que achacan la inocencia de los que allí pernoctan, por eso es grande en toda la dimensión de la palabra.
“En el resto de los servicios tú eres quien detecta, pero se lo vas a enviar a alguien, en este caso soy yo quien tiene que detectar y que no se te escape la solución”, acotó compungido, pero seguro de su alcance como especialista ya fraguado.
LA PASIÓN QUE ENTREGA A TODOS
Al doctor Lazo le satisface que las nuevas generaciones tengan una entrega total a lo que hacen, se sientan motivados y que defiendan sus mismas premisas. Es del criterio que hay que amar la medicina y la especialidad, “cuando eso existe, en cualquier circunstancia o dificultad, tú trabajas y haces todo por ese amor y no porque haya o no haya, o funcionen o no las cosas”.
Otra premisa que aplaude es tener la motivación personal de querer siempre trabajar bien y hacer el bien desde la propia conversación con el paciente hasta el suministro de un medicamento, “ando por estos caminos por la mera satisfacción de ayudar; cuando ese es el deseo, lo otra sale”.
Esta sabiduría se sustenta en su decisión de siempre de estudiar Medicina y que fuera la Pediatría su plato fuerte, “nunca pensaría en ejercer otra profesión, no sé hacer otra cosa, es como que naciera para esto”.
De sus tres hijos, uno le sigue los pasos, pero pretende seguir otros caminos dentro de esta ciencia, quizás la Dermatología; tal vez, porque ve a su papá muy agitado en la profesión y él busca más calma, pero seguro que con el ejemplo de consagración en casa, será igual de apasionado en cualquier rama.
Me habló, además, de su paso por Mantua, por La Palma, sobre su familia, de lo que significó en su formación el apoyo de su esposa, de cuando a veces no vio crecer y caminar a sus niños, de cómo sus hijos jimaguas lo despedían dormido antes de irse a la escuela y en la gran mayoría de las veces, lo recibían así también tarde en la noche. “Hoy, viéndolo retrospectivamente, es cuando reafirmo que la familia fue un pilar fundamental en mi formación como médico pediatra”.
Mi David Alejandro, como muchísimos otros, es de los niños que conoce de la ternura de sus manos, del cariño de sus palabras, ellos ya se hicieron amigos y un día entenderá que las molestas inyecciones o los incómodos reconocimientos fueron no más que la intención de un hombre que vive para que él, y el resto de los niños de esta provincia, disfruten de la alegría y el bienestar de estar sanos.