Accidentes, muertes, incendios son noticias que proliferan en las redes sociales, ocurridas o no en nuestra geografía, y si bien es cierto que nos asiste el derecho a estar informados y conocer lo que sucede en cualquier rincón del planeta, también lo es que parece afianzarse la tendencia a reflejar solo lo negativo.
Hay días que cualquiera pensaría que no pasa nada bueno, y estoy lejos de renegar de la necesaria y humana empatía con el mal ajeno, sino del gozo en él.
Existe una manera para definir ese exceso de interés en sucesos trágicos y es: la curiosidad morbosa, a juicio de especialistas todos tenemos un poco de ella, aseguran que contiene un pareo de emociones, en las que se combina el alivio por no ser nosotros las víctimas y la solidaridad con los que sufrieron la desventura.
Y aunque pudiera parecer algo asociado al uso de internet, el surgimiento de la llamada crónica roja se remonta al siglo XVIII y fue el filósofo alemán Arthur Schopenhauer quien designó un vocablo para describir “el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro”, el Schadenfreude, pero no se preocupe por pronunciarlo, en español, tenemos el nuestro, regodeo.
Es cierto que como nación no vivimos los mejores momentos, pero de ahí a convertir el día a día en un lamento, hay diferencia. Lo dijo Martí: “La queja es la prostitución del carácter”.
De mi abuela aprendí que llorar no soluciona problemas, y en lo personal, he visto a lo largo de casi medio siglo de existencia que le asistía toda la razón; cada accidente, incendio o cualquier adversidad es comentada como evidencia inequívoca de que nos circunda la desgracia.
Que nos enteremos ahora de más sucesos que antes no llegaban a ser noticia, es fruto de la interconexión y de eso que se ha dado en llamar periodismo ciudadano. Lamentablemente tenemos en la historia reciente evidencia de que hubo quienes llegaron hasta escenarios donde requerían ayuda y se ocuparon de seguir grabando en sus teléfonos móviles antes que de ofrecer socorro.
Y sin ánimo de absolutizar y mucho menos tapar el sol con un dedo, en este rincón que habitamos también se escuchan risas y chistes, no solo hechos a expensas de las carencias cotidianas.
La imagen de un campesino que labra su tierra y se crece ante la agreste cotidianidad tendrá alguna que otra reacción o comentario en el mundo virtual; ese mismo hombre, atacado por un animal o víctima de cualquier otra fatalidad se volverá “viral” en horas y miles estarán pendientes de su destino, que a fin de cuentas podía incidir mucho más sobre el nuestro mientras estaba bien y hacía su trabajo.
Me encantaría pensar que nada más se trata de empatía y preocupación genuina por la vida humana, pero es tanta la premura en dar primicias nefastas que se vislumbra entre reacciones y frases de dolor que hay regodeo en ser portavoz de otro hecho funesto.
Ya sabemos que no es exclusividad de la era digital esa práctica, porque tras la frase ¿te enteraste?, se abre un universo de posibilidades inimaginable, solo que ahora es posible teclear un mensaje y antes era un susurro en el oído y el tono del hablante permitía sentir la insidia del portador.
También hay amantes de desgranarnos sus penurias del día a día, como si el simple hecho de notificarla fuera un aliciente para el mal que los afecta; para esos paladines de la adversidad les recuerdo esta sentencia: “La queja trae pobreza, la gratitud abundancia”.
No es pasar de largo ante lo negativo y mucho menos callar lo mal hecho, pero hay que mirar asimismo hacia las luces, sin dejarnos enceguecer, para disfrutar de ese contraste de la existencia.
Es justo que penemos por otro, incluso sin esperar a que toque la desgracia su puerta, ayudemos a que no llegue a ella, seamos empáticos, pero en la cotidianidad y no solo en lo trascendental.