Para el año que viene quiero que Cuba no precise de resiliencia colectiva, que no haga falta tejer redes de solidaridad de un extremo a otro de la isla para fundirnos en un abrazo de resistencia ante la adversidad.
Que cada cubano tenga un hogar, y dentro de él haya, al menos, visos de prosperidad, que se palpe cierta mejoría en materia de alimentación y calidad de vida.
Para el año que viene deseo que los rostros alargados con muestras de ofuscamiento se tornen rareza y dejen de ser norma, que llevemos la esperanza a flor de labios, la confianza y el optimismo estén al alcance de la mano; lloremos menos por separaciones, la migración se trastoque en excepción y salga de nuestra cotidianidad, porque dentro de fronteras se fecunden sueños, aspiraciones, ilusiones…
Y si de pretensiones se trata, pues me encantaría que después de este primero de enero bajen los precios, el salario nos alcance, dispongamos de servicios y ofertas de alta calidad, con suficiente disponibilidad.
Para el año que viene no quiero leer en redes sociales publicaciones que piden con desespero algún medicamento para familiares enfermos, ni ofertas de casas en venta con todo dentro, tampoco a revendedores comerciando a ojos vistas productos que sabemos de procedencia ilícita.
Aspiro a prescindir del bloqueo, que es real y nos entorpece, pero que para muchos deja de ser barrera y se convierte en tabla de salvamento al utilizarlo como parapeto tras el cual esconder ineficiencia, incapacidad e incluso indolencia.
Para el año que viene aspiro a que tengamos más motivos de celebración, que no sintamos pudor por confesar que estamos felices, porque nos avergüenza esa dicha ante el conocimiento de penurias ajenas, que la buena mesa deje de ser lujo y buscar el sustento diario esté exento de angustias.
También ansío que la economía abandone esa tendencia a números rojos y que las cifras en positivo se reflejen sobre los bolsillos de cada individuo.
Para el año que viene, resumiendo, quiero que a los habitantes de esta isla nos toque menos de accidentalidad y desastres naturales; que materialicemos algunas de esas proyecciones concebidas para que generen prosperidad y seamos más felices.
Sé que esos deseos son compartidos por millones, como también tengo la certeza de que no basta con cerrar los ojos y poner fuerza en el pensamiento para conseguirlo; cada cosa en la vida ha de gestarse desde el obrar en consecuencia con el fin propuesto.
Necesitamos como país contar con más personas empeñadas en encontrar soluciones ante los problemas que afanándose en colocar la culpa sobre los hombros de otros, más acción y menos lamento, que las instituciones y el Estado no son responsables de las decisiones individuales.
Políticas, estrategias y medidas nacionales inciden sobre todos, pero hay una cuota de abnegación personal que muchas veces falta, no podemos seguir alentando que se queden en el nido en plan pichón, aves listas para volar; el trabajo es la fuente de riqueza, y siempre será mejor bregar por completar que estar a expensas de que todo caiga como maná del cielo.
Para el año que viene quiero que sanen esas heridas profundas que dejó Ian en Pinar del Río, que no existan familias viviendo en facilidades temporales, núcleos vulnerables, apagones, escasez…
Reconciliémonos con el optimismo, ese que nos lleva a pensar en positivo y disfrutar lo que tenemos, mientras peleamos por alcanzar lo que carecemos; que llegue esa voluntad a cada cubano y en especial a los pinareños, sin olvidar que para lograr algo verdaderamente importante, al tesón y al raciocinio hay que unir la capacidad de soñar con los pies bien puestos en la tierra.
Es difícil delinear los contornos de metas precisas en nuestro actual contexto, hagámoslo paso a paso, sin desespero, aferrándonos a la vida.
Para el año que viene quiero que a todos nos vaya, al menos, un poco mejor y tengamos más felicidad. Éxitos en el 2023.