-¿Cuánto hasta la Fábrica de Fideos?
-Son 200 pesos.
Tragas en seco, recuerdas que hace dos días eran 150, pero no encuentras otra alternativa que seguir horadando tu bolsillo.
Cuando superas el primer impacto y te acomodas al lado de tu “verdugo-salvador”, abundas sobre el tema para empaparte mejor de la situación:
“El litro de petróleo está a 100 pesos por la izquierda. Desde la madrugada está la cola para comprarlo y después revenderlo. Así no se puede, nos estamos sacando los ojos unos a otros”.
Y lleva mucha razón. No solo nos sacamos los ojos, nos desangramos mutuamente como si nos rigiera la ley de la jungla donde el más fuerte es quien sobrevive.
Ejemplos como ese sobran, como cuando te piden 120 pesos por una bolsa de pan con solo ocho unidades, 300 por una libra de carne de puerco o al cochero se le olvida devolverte los tres pesos de un billete de 10.
Y no es cuestión de juzgar a quien brinda un servicio y le pone el precio a su antojo, sino de lo que se va convirtiendo la sociedad ante una situación de crisis generalizada que, además de inflación, acarrea otros males.
Sale a relucir entonces lo peor del ser humano. Ya nadie te viene a “tirar un cabo” si no recibe algo a cambio, lo que sea. Lo importante es ganar, sacar provecho. Da igual si es a costa del salario de quien pasa ocho horas frente a un aula o de la jubilación de quien sacrificó su juventud por un mejor futuro.
No se trata de regalar nada, se trata de ponerle freno al abuso que persiste cuando cada individuo llega al límite del “sálvese quien pueda”.
Antes nos daba placer ayudar al vecino: un huevo, un poquito de frijoles, una cabeza de ajo, una pizca de sal, dos “dedos” de aceite.
El contexto actual nos ha vuelto menos dadivosos, no tanto por lo que cuesta cualquiera de esos productos, más bien por la incertidumbre de no saber si mañana los podrás alcanzar.
¿Adónde ha ido a parar la solidaridad de los pinareños? ¿Dónde encontramos hoy esa hospitalidad desinteresada de la que nos hemos enorgullecido siempre?
Obviamos que somos seres sociales y nos convertimos en cápsulas herméticas: lo mío primero.
Que los constantes problemas que ahora mismo nos golpean: los apagones, los precios, la falta de transporte, el insuficiente abasto de agua, la escasez de alimentos y medicamentos… que nada de eso melle el espíritu del cubano de ser alegre, solidario, de quitarse lo suyo para dárselo a quien tiene al lado, de brindar una taza de café, de no aprovecharse del bolsillo de quien tiene que llevar un enfermo a un hospital.
Es cierto que la realidad que vivimos nos hace los días más tensos que años atrás. A veces nos sentimos apáticos, malhumorados, desinteresados de lo que nos rodea, como si no nos sintiéramos parte de la sociedad, porque cada quien se envuelve en sus propios problemas.
A pesar de eso, cada día nos levantamos a trabajar; a estudiar; a “luchar”; a tratar, de alguna manera, de echar adelante este país en que vivimos y que incluso con diversidad de opiniones y posturas, todos queremos que mejore.
Son tiempos de poner el hombro, de darse la mano, no de sacarnos los ojos.