Desde hacía algunos años conformaron una bella pareja, ella era atractiva, tenía los ojos color café y un perfil de cara precioso. Las curvas de su cuerpo bien definidas exaltaban las miradas de alucinantes por su gracia al andar.
Durante tres años, él la enamoró sin cansancio: le escribía todos los días poemas, le regalaba flores y se hacía coincidir en encuentros casuales en cada esquina de las calles, hasta que encontró la entrada a su corazón. Se amaron con locura.
Él era cariñoso, trabajador y buen hijo, pero padecía de diabetes mellitus y tenía el vicio de fumar y adicción a los dulces. Su mejoría dependía de la voluntad personal, de saber escuchar los consejos dados, de seguir las indicaciones y de cómo sobrellevar el padecimiento.
En diciembre de 2020 una pandemia asomó a las puertas de la humanidad, el SARS-CoV-2, terrible enfermedad que en poco tiempo se extendió por muchos países en el mundo. Orientaciones, medidas de seguridad para evitar el contagio y su propagación estuvieron a la orden.
Ellos nunca pensaron en contaminarse hasta que le llegó el indeseado diagnóstico de positivo con la COVID-19. En pocos días, él pasó de grave a crítico, y ya, en sus últimos suspiros, ella le tomó las manos y con lágrimas en los ojos le dijo: –Gracias por lo feliz que me hiciste estos años y por lo dichosa que fui a tu lado; siempre te recordaré por todo el amor que me diste. No sé si hay algo tras la muerte, pero sea lo que sea, estarás en mis pensamientos hasta el final de mis días. Y hablándole así, con esa ternura que ella transmitía, él cerró los ojos y dejó escapar un corto quejido.
Un mar de lágrimas asomó en sus mejillas, un frío adiós apenó las palabras dichas, un rose de manos enguantadas soportaron los lamentos, sin besos ni abrazos ni cariños.