“Pero el muerto que cargue su elegida muerte
Putrefacto que camina fuera del sepulcro
Pidiendo que otro cargue su masa inerte
Quejumbroso, acusador como el insulto”
Israel Rojas
Horas antes de que la tormenta tropical Laura azotara a Pinar del Río, un equipo de prensa recorría la zona norte de la provincia, comprobando los preparativos para mitigar el impacto de este fenómeno meteorológico sobre el territorio. Lamentablemente si algo pudimos constatar es que no toda la población tomó las medidas pertinentes.
Años atrás ante cualquier vaticinio de este tipo y al transitar por las carreteras se veían la mayoría de los techos asegurados con sacos, cables y maderas, persianas tapiadas, cristales cubiertos con cinta adhesiva y otras tantas acciones que son conocidas por los nacidos en estos lares, destino frecuente de huracanes.
Lo que más duele es que entre las casas que se podían apreciar desprotegidas, muchas tenían ese aire de nuevo que no se puede disimular en una construcción recién hecha, por las dimensiones, materiales y prototipo, incluso algunas respondían a los módulos que se financian mediante subsidio.
En intercambios con las autoridades de varios municipios Julio César Rodríguez Pimentel, presidente del Consejo de Defensa Provincial (CDP), insistía en resguardar las cubiertas ligeras, porque un territorio con más de 7 000 damnificados de huracanes anteriores, aún pendientes por construirles la vivienda, debe preservar lo logrado.
Resulta inaudito que haya que convocar e instar a las personas a proteger su propiedad, que cada quien no haga lo que esté a su alcance por cuidar lo suyo. Reza un viejo proverbio que lo que nada nos cuesta hagámoslo fiesta.
Y tal parece que todavía hay pinareños, a pesar de los estragos causados en el fondo habitacional por los ciclones a su paso por estos lares, que no entienden tal urgencia. Causa pena y vergüenza que así sea.
Como lo es que entre las deficiencias que presenta el programa de construcción de viviendas por la vía de subsidios se encuentre la morosidad de los beneficiarios. Ante tal comportamiento, como estrategia, la dirección de la provincia decidió que entidades estatales asuman el apadrinamiento de los mismos.
Y es cierto que, en determinados casos, requieren acompañamiento porque son personas cuyo grado de vulnerabilidad interfiere con la destreza para asumir trámites o desenvolverse a nivel social; más en otros solo se trata del mal hábito de dejar las cosas en manos del Estado, como si fuese un ente milagroso.
No es asunto de abandonar a su suerte a los ciudadanos más desvalidos o quienes ante cualquier circunstancia adversa requieran apoyo institucional, sino de que se valore un bien obtenido sin realizar inversión alguna, porque tal vez algún individuo sienta que no le costó nada.
Comentaba con una colega sobre la intención de escribir estas líneas y me narró las peripecias de alguien que recibió como vivienda un local en óptimas condiciones, que antaño acogía a un centro de trabajo, y luego lo permutó por otra que según supo estaba en muy mal estado; eso aumenta las probabilidades de que reingrese a la lista de damnificados y exija respuesta a la situación.
Existe un procedimiento establecido a nivel de país para contabilizar las pérdidas y certificarlas ante eventos de esta naturaleza, quizás sería oportuno incluir entre los elementos a valorar si quien sufrió daños, tomó las medidas necesarias para evitarlos; porque si bien la política social cubana apunta a no dejar ningún ciudadano desprotegido también urge decantar a los que abusan de tal práctica.
Los recursos del Estado no son una categoría abstracta, es el aporte suyo, mío, nuestro; y es loable que parte de ellos se destinen a eliminar o al menos acortar las distancias entre unos y otros. Valorarlo en su justa medida permitirá que sean más los beneficiados.