Brindis de Salas, el “Paganini Negro” vivió multimillonario y murió como indigente.
Claudio José Domingo Brindis de Salas Garrido, nació en La Habana, Cuba, el cuatro de agosto de 1852 con un talento natural y codeado por su padre, quien fue músico y le enseñó. A los 17 años estudiaba en París tras ganarse una beca. En su desempeño obtuvo excelentes resultados.
No tardaron los considerables contratos; lo frenéticos aplausos en las grandes ciudades de París, Berlín, Londres, Madrid, San Petersburgo, Viena, Caracas, Buenos Aires… el mundo de la música y la crítica se rendían ante el talento de aquel hombre negro. Ganó mucho dinero y prestigio.
En Prusia fue condecorado con la orden de la Cruz del Águila Negra y en Francia con la Legión de honor. El kaiser Guillermo II lo nombró Barón de Salas. En Buenos Aires en 1890 recibió también los mayores honores, fue huésped de honor de Bartolomé Mitre que lo recibió en su casa, donde de pie, junto a un piano, levantó su violín y logró conmover a lo más rancio de la oligarquía porteña.
Se casó con una joven baronesa y obtuvo la nacionalidad alemana, tuvo dos hijos, que fueron también violinistas, pero su vida era ir de puerto en puerto tras más aplausos, gloria y dinero.
Fue elogiado como el mejor violinista de todos los tiempos, considerado por la prensa universal como el «Paganini Negro» o el “Rey de la Octava”.
Despotismo Racial
Una de las anécdotas que evidenciaba el despotismo racial de la época colonial en Cuba es narrado en un artículo de Ciro Bianchi.
“Es ya de noche en La Habana colonial cuando 4 amigos –negro uno de ellos– entran, después de un concierto, a refrescar a un café. El dependiente toma el pedido de los blancos y cuando el otro se dispone a ordenar, le da esta respuesta insolente: —Yo no sirvo a negros, sino a caballeros. El aludido apenas puede reprimir la ira. Se incorpora de golpe, señala, altanero, la condecoración que luce en la solapa izquierda del frac y dice: —Pues yo soy Caballero de la Legión de Honor francesa y no hay en este salón quien pueda decir lo mismo”.
Tiempo después se le sumaron a la condecoración de Francia las que le otorgaron los reyes de España e Italia, Austria y Portugal. Y el emperador de Alemania le concedió los títulos de Caballero de Brindis y Barón de Salas.
La muerte sorprende al “Rey”
Después de vivir una vida de lujos y glorias, como el gran monarca del violín, murió como un indigente, tísico, olvidado y arrojado a una calle de Buenos Aires, Argentina, el 2 de junio de 1911 a la edad de 59 años.
Así se narra en artículo publicado el 10 de junio de 1911 en la revista Caras y Caretas (Buenos Aires). Agapito Candilejas.
―¡Hola! ¿Hablo con la Asistencia Pública?
―Sí, señor. ¿Y yo?
―Con la fonda y posada Ai Re dei Vini [al rey de los vinos], del Paseo de Julio 294 [actual avenida Leandro N. Alem]. Sírvase de mandar una ambulancia a recoger un enfermo grave. Es un negro atorrante que se está muriendo.
La ambulancia fue. Regresó trayendo al infeliz. Se le acostó en una cama para examinarle. Era un negro, dos enfermeros comenzaron a quitarle el traje. Tenía el saco y los pantalones sucios y descosidos, los botines rotos. Las prendas interiores eran… ¡qué pena!, ¡qué asco! Daba pena y asco toda aquella miseria. La camisa inmunda y, en vez de camiseta, un corsé masculino con ballenas. Un corsé parecido al que usan las mujeres.
―¿Quién será este hombre?
―Un atorrante, sin duda.
―Aquí en este bolsillo tiene unos papeles: hay un pasaje, el programa de un concierto, una tarjeta. Un pasaporte que dice: “Caballero de Brindis, barón de Salas”
―¡Oh, es el violinista Brindis de Salas!
Al oírse nombrar, el moribundo tuvo un segundo de lucidez. Abrió los ojos:
―Sí, soy Brindis de Salas pero me muero.
Después cerró los ojos y empezó a agonizar. Y lenta, tranquilamente, se fue quedando frío, duro, ¡muerto!
En una parihuela de carnicería llevaron su cadáver al depósito de la Asistencia Pública. Allí lo tiraron junto a un joven suicida y un viejo ladrón a quien un compañero matara de un balazo.
Así lo encontré, sobre el cadáver habían puesto su ropa y su corsé mugriento. Ese corsé era el último reflejo de la vanidad del pobre negro…
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