“Al fin y al cabo,
Somos lo que hacemos
Para cambiar lo que somos”
Eduardo Galeano
Y entre tanta tensión, no sé si por psicóloga, por educadora o por patriota, lo que más me angustia es el daño irreversible que podamos hacerle a la espiritualidad de la nación. Ponerle corazón a la Patria es lo más reivindicativo que he encontrado en la calle virtual, en ello veo soluciones inmediatas, aunque con la preocupación de que no sepamos atemperarlo a esta realidad, donde algunos se disputan los sentidos del proyecto cubano.
Como punto de partida está, para avanzar, reconocer y legitimar la diversidad que somos. Pensar distinto no nos hace enemigos, sino diferentes con un destino que puede ser reconciliable si, en lugar de profundizar las contradicciones, retomamos los puntos de encuentros, los sentidos comunes. Es esta hora la de sumar, desde la memoria y las razones, a quienes muestran señales de agotamiento y desesperanzas después de años de resistencias y escaceses.
Que el ser humano piensa como vive es un principio dialéctico y, quienes pasen por encima o hagan oídos sordos, están lejos de ponerle el corazón al proyecto, de comprender el memorandum que nos legó Fidel en el concepto de Revolución. Tener sentido del momento histórico, cambiar lo que debe ser cambiado no puede ser, para los revolucionarios, consignas de barricada, sino vivo referente para una gestión política que ha quedado últimamente dañada por presiones como la COVID-19, el bloqueo y la crisis mundial.
La actual coyuntura obliga a definirse, a tomar parte, pero el pensamiento humano –individual, único, concreto– dicta contenidos y ritmos ante situaciones de crisis. Lo único bueno que trajo el 11 de julio fue la conexión de toda Cuba con el panorama político, el entretejido de opiniones y emociones, la reafirmación de la naturaleza antimperialista y antianexionista de nuestra identidad, la puesta a prueba de la capacidad de discernimiento y diálogo, pensar en los más vulnerables, interpretar la política en vínculo con la vida cotidiana, sus limitaciones y anhelos.
Optar por el tránsito socialista, apoyar al Partido Comunista y ser revolucionario no es estar en la radicalidad extrema, no es gritar más o llegar primero a la marcha, es querer, de corazón, un mejor país, repasar con lupa sobre sus luces y manchas y apostar a la honestidad para identificar problemas y soluciones.
El verdadero revolucionario, en Cuba, ahora, es el más coherente, el más humilde (que es seguro el más humano), el que predica con razón y belleza a fuerza de moral, tomando, junto al pueblo, el cielo por asalto desde la justicia, la promesa como verdad que se construye colectivamente, la esperanza como horizonte posible.
La correlación de fuerzas cubanas está a favor de quienes apoyamos a la Revolución, con la urgencia de sumar a los que crean que rehacer y construir es posible. El enemigo en su sitio y la mayoría, diversa e impactada por sus circunstancias, tratando de avanzar en las mejoras económicas, sociales y políticas previstas en el proceso de actualización.
Concentrarnos en las causas de las protestas es una tarea inmediata. Le toca al revolucionario de corazón alzar la voz popular, no edulcorar, poner a prueba los múltiples problemas que coexisten en una realidad que ha sido económicamente asfixiada, oponerse a trabas burocráticas y al autoritarismo, entrar a los barrios, tocar las puertas de las casas, predicar con el ejemplo, denunciar la corrupción y los ventajismos, es decir, ponerse codo a codo con el pueblo.
Ponerle corazón al momento es, también, entrenar capacidad para lidiar con las intransigencias contrarias. No es bronca lo que se busca, sino consenso; no es guerra, sino paz; no es reacción, sino educación. Quizás en redes sociales puedas bloquear a quien piense distinto, a quien sea grosero o irrespetuoso, pero ¿qué haces si convive en el barrio, centro de trabajo, en la propia familia? ¿Es una actitud revolucionaria evadir la realidad, negarla, bloquearla? ¿Acaso no sabemos, de sobra, que son las trincheras de ideas más poderosas que las de piedra?
Si el socialismo es humanista y el humanismo tiene por principio la bondad, entonces la mesa está servida. En Cuba hay mercenarios, antisociales, delincuentes, personas influenciables y comprables, pero después de 60 años de educación, la mayoría del pueblo, de cualquier edad, credo o condición socioclasista construye criterios propios y los expresa, y esa es otra de las fortalezas con las que contamos para afinar la democracia propia.
La actual batalla de “los de corazón” tiene que usar todos sus recursos ideológicos para desterrar rencores que afloran de incomprensiones más que de reales antagonismos, para lo que se requiere de voces honestas, propositivas y comprometidas, más que las que agotadas aprueban todo sin cuestionamientos de nada. Escuchar, como en la psicoterapia, tiene que ser principio básico de la fragua cotidiana, con argumentos, emociones, en el interjuego preciso de pasado y futuro, de lo vivido y el porvenir, con la seguridad cabal, como nos enseñó Fidel para toda la vida, que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar las convicciones, las ideas.
Gigante prioridad la que tenemos en frente, en medio de una pandemia letal que nos aconseja quedarnos en casa. Hace 16 meses ni nos visitamos ni nos abrazamos, no hemos tenido fiestas populares, posibilidad de una mesa con muchos comensales, celebraciones, tazas de café al aire libre. Las emociones andan al garete y es de revolucionarios que ellas vuelvan a su sitio, al centro del pecho, para seguir encontrándonos, y mirándonos, y queriéndonos como lo que fuimos y somos: compatriotas.