Cuando Pepe se lastimó su brazo de lanzar sintió que el mundo se derrumbaba bajo sus pies. En ese momento estaba en el clímax de su carrera y todos sus sueños comenzaban a levantarse detrás de los montículos.
Había integrado la selección nacional que participó en la Liga Can-Am en el año 2017, y luego había enfrentado a los universitarios norteamericanos en el tradicional tope que se pactaba todos los años.
Era ya una de las piezas fuertes de los Toros camagüeyanos para la venidera Serie Nacional 59 y era considerado por los especialistas como uno de los mejores serpentineros de la actualidad, cuando ocurrió la lesión que lo alejó de los terrenos, quizás para siempre.
Pepe fue atendido de inmediato, pero en medio de sus frustraciones alguien le dijo que buscara al “profe”, un hombre envuelto en una mística beisbolera con una fama de reparador de brazos que se había ganado durante largos años.
Las historias que ese pinareño había dejado esparcidas por toda la isla, los testimonios de agradecimiento de grandes lanzadores dentro y fuera de nuestras fronteras, y su afán por poder regresar algún día al montículo, lo llevaron hasta él.
“Para ser un lanzador de élite primero hay que tener una buena constitución física, ser trabajador, y ser un eterno inconforme. Debe tener desarrollada la capacidad de escuchar y jamás pensar que se lo sabe todo. Si no es así, jamás llegará a la cima”, me confesó un día el profe en una entrevista, y fueron estas las características que vio en el joven cuando aceptó comenzar el proceso de ‘restauración’.
El trabajo fue intenso, pero según me ha confesado el profe en varias conversaciones, la clave del éxito con sus pupilos está en el aspecto psicológico.
Pepe fue cauteloso, pasaba el tiempo sin notar mejorías notables mientras miraba de reojo a ese Quijote pinareño a su lado que nunca paraba de hablar, y varias veces las dudas lo azotaban en esas noches deprimidas donde la imagen de él lanzando a estadio lleno, se iban desvaneciendo.
“Un día llegué al estadio y cuando me acerqué a su lado estaba llorando. Le dije que no había ningún problema, que tenía que confiar en las cosas que le decía, y lo mandé a La Habana a ver al doctor Anillo”, dice el profe.
“Cuando regresó me dijo que el doctor estuvo de acuerdo en toda la estrategia que había diseñado para él, y fue ahí cuando me gané toda su confianza, un elemento indispensable para llegar al éxito en este tipo de trabajo”, agregó.
Eran las siete de la noche y Pepe había estado todo el día sin comer. El profe lo invitó a unas pizzas y se tomaron una cerveza juntos, y fue quizás el momento que aprovechó este hombre para soplar sobre la mesa ese polvo mágico que recupera brazos dañados.
Hoy José Ramón Rodriguez, el Pepe de nuestra historia, volvió por sus fueros, y al concluir el calendario regular de la Serie Nacional 61, fue el segundo lanzador que más juegos ganó con 11 y ponchó a 76 contrarios, a solo uno del líder del campeonato.
Tuvo 17 salidas con dos lechadas propinadas, muchas veces llegando a 120 lanzamientos, apenas concedió 2.13 bases por bolas por juego, y su promedio de carreras limpias fue de 3.54, con un equipo que quedó ubicado en el lugar 13 de la tabla de posiciones.
“Estoy muy agradecido por todo lo que el profe hizo por mí cuando más lo necesitaba, por dejarme llorar en su hombro, y por darme su mano para poder levantarme de nuevo”, le declaró a Cubadebate.
“Le doy muchas gracias por todo. Llegué a una cifra que hace unos años la veía imposible y que siempre luché para lograrlo”, agregó.
José Manuel Cortina, el profe, aún continúa el trabajo con él desde la distancia, como hace con otros tantos lanzadores. El hombre que increíblemente nunca ha sido llamado a un equipo nacional no obstante su tremendo palmarés, sigue allí a sus 71 años en su natal Pinar del Rio, escondido detrás de las medallas como ha hecho a lo largo de tantas décadas.