Con el distanciamiento férreo que ha impuesto la COVID 19, sobre todo en este año, he pensado en rostros y nombres de algunos que conozco y no conciben la vida sin andar el barrio a toda hora, con sueños y asombros en el morral para repartir en cada esquina, cada parque, cada casa. Este tiempo de puertas adentro no es para ellos quietud o pérdida, sino fuerza necesaria para retomar impulso.
A esa lista agregué, desde que la conocí en su pueblo natal el pasado septiembre, a Isidora Villar Laza, una consolareña que exhibe 73 años con dignidad juvenil y pactó con la Revolución a los 11, el día que por primera vez vio de cerca a Fidel Castro. “Lo recuerdo inmenso, con mochila y espejuelos. Era el año 1959 y la gente lo vitoreaban. Mi corazón de niña me decía que había que apoyarlo, seguirlo. Es lo que he hecho, y haré, toda mi vida”, aseguró.
Hasta 2005 se dedicó a la enseñanza primaria, que combinaba con labores de esposa y madre y con el activismo social en tareas de la Federación y la cuadra. Vecinos de la circunscripción nueve, del Consejo Popular Villa 2, en Consolación del Sur, son sus testigos más fieles. Por 23 años ha sido la presidenta electa, siempre con un oído en el pueblo y sus problemas y el otro en la búsqueda de soluciones, gestionando los apoyos del gobierno, entidades y organismos del territorio.
“No es un cumplido, sino un desafío a la creatividad, ser la representante del gobierno en una zona. Los problemas se salen a resolver con uñas y dientes, y no se espera por nadie. Al que le duele, le duele, y es esa la misión que me dio mi gente”, nos compartió a propósito de su trabajo como delegada.
En tiempos de normalidad, otras funciones diarias llenan la agenda de este duende del pueblo. Coordina la cátedra universitaria del Adulto Mayor en el municipio. Su nombre no versa por cumplido en los papeles de una gaveta, sino que ha gestado un movimiento para el aprendizaje y disfrute de los abuelos.
“Impartimos conferencias sobre política, medio ambiente, historia local, al mismo tiempo hacemos excursiones, concursos, eventos científicos, intercambios de regalos. Cada vez se suman más y es un dilema cuando, por alguna razón, tenemos que suspender un encuentro”, dijo.
Por tal dinamismo, la Asociación Cubana de Pedagogos la reconoció, en el 2018, con el Premio Gloria Guerra Menchero, otorgados a las mejores experiencias cubanas en el trabajo con población de la tercera edad. Al mismo tiempo, sus vivencias como madre, esposa, abuela y secretaria de la FMC por muchos años, le han permitido asumir, como si fuera poco, la coordinación del eje temático de género en las acciones municipales del Proyecto Innovación Agropecuaria Local (Pial).
“Empoderar a la mujer ha sido la tarea. Me he preparado mucho, pero también me han dado pautas los años vividos como mujer en Cuba. Tener autoestima, valorarse por el trabajo que desarrollamos, creernos que todas sabemos hacer cosas útiles, hermosas. Las mujeres de nuestras comunidades han aprendido a consumir los productos elaborados por nosotras mismas, sin otros gastos, además de que hemos tenido remuneración y reconocimiento por nuestras manufacturas”, explicó acerca de lo que considera como los mayores impactos del trabajo.
“Hemos conseguido una tienda para nuestras artesanas, gracias al apoyo del Gobierno. Igualmente, parte de nuestras planificaciones ha sido estimular la producción de alimentos de mujeres rurales para su comunidad. También brindamos cursos talleres sobre temas que nos interesan y nos hacen más soberanas económicamente, como de peluquería o corte y costura, por ejemplo”.
Ya jubilada, Isidora no renuncia a la pasión por enseñar. Todos los universitarios de Consolación del Sur, de los cursos por encuentros o educación a distancia, pasan por sus anécdotas de Cuba antes y después del 59. “Siento que me escuchan, que lo viven como si vieran una película de aventuras. Mi edad, y la vida de esfuerzos que he llevado, me permite combinar la teoría con los recuerdos y la experiencia y eso es muy apasionante para los jóvenes”.
“Profe, síganos hablando de eso”, le piden los estudiantes cuando se abordan temas como la lucha contra bandidos, formación de las milicias, invasión a Girón, crisis de octubre, congresos del Partido, proceso de rectificación de errores u otros hallazgos que esta federada ha vivido desde la fragua y no frente a la televisión en el remanso cómodo del hogar.
Dos hijos y cuatro nietos completan su felicidad. De su esposo militar aprendió lecciones de ética y disciplina. Su descendencia la siguen en sencillez y responsabilidad y una nieta de diez años, la menor, le asegura la continuidad de su obra, por el talento que atisba para la comunicación y la animación en el barrio. “Salió a mí. Soy muy conversadora y creo firmemente que la lengua es el arma más poderosa que tenemos los seres humanos para formar conciencias”, dijo jocosa.
A esta federada le brotan anécdotas por doquier. Dos horas de charlas bastan para caer, “de cabeza”, dentro de un libro de Historia de la Revolución. Cuidadosa con los énfasis y adjetivos, ofrece un discurso fotográfico, real. Pude imaginarla en su travesura diaria con la docencia universitaria, los abuelos de la Cátedra, las mujeres del Pial, las artesanías, los nietos jóvenes, los electores.
De su huella no cabe duda. Menos de su valentía, cuando cuenta, todavía nerviosa después de 24 años, que en el V Congreso del Partido le declamó a Fidel el poema El tiempo no devora redentores, del Indio Naborí. Revive el suceso y canta. Pareciera que los aplausos de aquel día le aportan la energía vital para superar los obstáculos cotidianos de cada jornada.
Consciente del momento, Isidora se agarra a una verdad que la mantiene altiva y clara: “Cualquier tiempo pasado fue peor y hay que pensar en un futuro mejor, que se hace con la unidad de todos”. Así hay mujeres en nuestros pueblos, de cualquier edad, raza u oficio. Este distanciamiento es tiempo difícil para las traviesas que hacen el camino al andar, para las miles de cubanas trotamundos que florecieron en el pedazo de tierra donde la vida las plantó.