No hay día que pase que no disfrute de una buena carcajada. Me encanta reí, pues tal fenómeno libera endorfinas y tiene un sin número de beneficios asociados al cerebro y al cuerpo en sentido general.
Además, si hay que decirlas todas, creo que somos conscientes de que con risa todo funciona mejor, y al final de una risotada descontrolada y decibélica, siempre queda esa sensación de agrado, tranquilidad, beneplácito.
Reír es un arte, tanto para los que a menudo “soltamos la cajetilla” como para quienes hacen de ello un oficio. Y es tan pegajosa, que en ocasiones, ya sea en un show o un cine, podemos encontrarnos riéndonos de aquellos que también ríen… vaya, desternillados a cuenta de la risa de otro.
Y comienzo así, pues últimamente la sonrisa, como muchas otras cosas carentes en nuestro país, también está escasa. No lo digo por la situación económica en sí –para aclarar ante los mal pensados–, ya que como buenos cubanos sacamos lascas de todo, y bien enfocados, los problemas diarios también nos mueven los músculos de la mandíbula.
Mis líneas y su crítica implícita van por el camino de la pantalla chica. Sí, específicamente referidas a los programas humorísticos que de vez en cuando nos “propone” la Televisión Cubana.
Nada más y nada menos – como siempre en horario estelar– esta vez Cubavisión nos presenta El último pa’ reírse.
Para ser sinceros, y tratando de evitar el hipercriticismo, al parecer, este escriba no ha encontrado el dichoso “último” o no le ha llegado el turno, porque luego de tres programas en escena, los dientes no quieren salir.
No es que tampoco sea la primera vez que nos ataca esta “sequía” humorística televisiva, pues ya tenemos impresos en nuestros maltratados subconscientes otros momentos e intentos ultra fallidos como El motor de arranque, El atracón, Na, megando, Humor a primera vista, Al habla con los muertos y La hora de Noelia… sí… tremenda mala racha.
Tras esto, quizás me puedan tildar hasta de arcaico o “quijá’ dura”, por discrepar de la “hilaridad” del elenco arcaico y renovado a la vez de Pateando la lata y A otro con ese cuento. Pero realmente es que la factura de El último pa’ reírse, no es nada divertida. Todo lo contrario, roza con la indigestión y el bloqueo mental.
Y no es que en Cuba no existan humoristas de excelente calidad ni guionistas avezados, pues muestra de ello se puede apreciar todos los años en los festivales Aquelarre del Centro Promotor del Humor.
Me pregunto entonces, ¿qué sucede con la televisión y el humor? ¿Por qué ese divorcio tan mal llevado? ¿Por qué no presentar en la pantalla, a modo de capítulos, los monólogos del festival del humor para aquellos que no pueden asistir?
¿Será que la crítica –como suele ser– en estos festivales es demasiado dura y cruda y el miedo a la censura televisiva es real, o son otros los cánones para el formato 4:3?
Lo cierto es que herederos de grandes humoristas –afiliaciones políticas aparte – como Leopoldo Fernández (Tres Patines), Luis Enrique Arredondo, Argelio García Rodríguez (Chaflán), Guillermo Álvarez Guedes, Alexis Valdés, Virulo, entre otros, no debería ser tan difícil diseñar y conciliar un espacio televisivo al menos entretenido.
Al entender de este escriba, el asunto de hacer reír en la televisión, ya más que una deuda o asignatura pendiente, es un problema conceptual. Y no es que ese humor de la pantalla chica esté temporalmente ausente… no, ya es un mal enraizado y sin cura de seguir por estos tantos caminos fallidos.
Por tanto, mientras continuamos intentando buscar el último, o nos llegue ese turno infinito, propongo, ya “sin sombrero” como dijera el célebre Chaflán, ofrecerle el pésame a la risa y “deleitarnos” con otras propuestas de verano.