En estos últimos años la pandemia ha reclamado vidas, ha interrumpido las economías y ha cambiado la forma de vivir, percibir y pensar. También nos ha demostrado lo fuertes y creativos que podemos ser, incluso de forma aislada.
La realidad está influyendo de modo igualmente negativo en el ejercicio de la crítica literaria, artística y cultural. Da la impresión de que la progresiva desorientación de los estudios de arte en general contribuye decisivamente a ese descrédito y a ese silencio voluntario. En la actualidad, son muchas las exposiciones que tienen lugar en varios espacios de la provincia, por lo que se hace absolutamente imprescindible informar al público de nuevos creadores y artistas, sea en una visión positiva o negativa es garantía de honestidad de instituciones y críticos.
Las exhibiciones más recientes de las artes visuales engloban un conjunto muy heterogéneo de prácticas artísticas cuya contemporaneidad declina casi en el momento en que se definen. El arte contemporáneo puede compartir cosas con el arte moderno o de Vanguardia, y entra dentro de la vertiente que se nutre de obras que re-interpretan, re-significan otras obras, o explotan cualidades sociales, culturales, políticas o comunicativas del arte, superando el confinamiento subjetivo y los ideales románticos de la creación artística.
En este sentido, el presente artículo tiene como objetivo trascender esta conceptualización simplificada con la que tantas veces se trabaja en este ámbito, con el propósito de desvelar o revelar, desde unos márgenes de interpretación propios de nuestro tiempo, la identidad de estos nuevos show contemporáneos que emergen en pleno siglo XXI como nuevos referentes culturales, de modo que todo ello nos abra a futuras interpretaciones que contemplen su carácter complejo, múltiple y variable y nos lleve en último término a «disfrutarlos».
Me divierte, en el sentido positivo de la palabra, todo lo que acontece en el arte contemporáneo en Vueltabajo, me saca de mis prejuicios, entona mi mente como una ducha de agua fría, como un viaje a un delirante parque de diversiones, al tren de la bruja con sus escobazos persistentes en la espalda.
Sí, me fascina asistir al mundo moderno del todo vale, también en el sentido estrictamente positivo de la palabra. No hay nada más rejuvenecedor ni que te quite más la oscuridad de la vista que el discurso del circo contemporáneo. Pero eso sí, asisto distante, activando el gran angular de mis ojos y de mi juicio para no perder el criterio ni caer en el boberío facilón ni en la pedantería estreñida del conceptualismo imperante, cuando ya los conceptos, en arte, son manidos y huelen a antropología casposa.
Cualquier manifestación mediocre banal o superficial es considerada como Arte. Diversos son los espacios donde se realizan las colgadurías incoherentes e improvisadas ideas curatoriales desprovistas de fundamentos y de normas elementales del «oficio».
Me aburre en cambio, y de qué manera, las charlas tediosas de los artistas y auto-curadores que tratan de ensalzar con conceptos pomposos (otra vez los insufribles conceptos) aquello que no necesita explicación alguna, o casi.
Nunca jamás se explicó tanto el arte, ni hubo tantos legitimadores que te asaltaran hasta de debajo de las piedras asustándote con su suficiencia para venderte enciclopedias infumables que pretenden dar sentido, obviamente para los incautos consumidores, a la más ridícula de las obras actuales. Pedantería en grado máximo al servicio del (ego) negocio supremo.
Me gusta el arte contemporáneo, sí. Lo observo, me refresco con él, tomo los guijarros de interés que pueda encontrar y lanzo el resto inmisericordemente al contenedor más banal, el del plástico. Y a seguir, que se nos termina el tiempo.
Para los que no saben leer, o sacan las cosas de contexto, vaya por delante que pienso que cada cual es muy libre de crear y exponer lo que desee y permitan las instituciones.
Curadores y galerías dejan constancia de mi tristeza ante la invasión de creaciones artísticas fáciles y de ese nuevo decorativismo cómodo y enmascarado de modernidad que está convirtiendo el mundo del arte en parques temáticos donde la calidad y autenticidad brillan por su ausencia.
El tiempo, su transcurrir implacable, nos indicará la inmortalidad de la obra así como olvidará la que no fue capaz de trascender eliminando teorías, crisis, invenciones disparatadas y discursos que quedarán invariablemente en simple polvo.
Solamente un cambio de paradigma radical, que hoy no podemos ni atisbar, podría ser un punto de inflexión que marcase un arte nuevo. Y por eso creo que los artistas no deben insistir en encontrar algo completamente inusitado y revolucionario cada día si no encontrarse a sí mismo…
Es realmente simple esa pretensión, vanidosa y egocéntrica, de creer que tu edad contemporánea es la única edad contemporánea que ha existido, o la más importante de todas ellas. Y no.
Tal vez lo sea para ti como sujeto presente que está vivo, pero en términos históricos todo momento fue contemporáneo mientras transcurrió, todo artista estaba viviendo en la más absoluta modernidad, en el más completo presente imaginable.
Las causas de este proceso son muchas y variadas, y el propósito de estas líneas no es tampoco el tratar de aclararlas con el fin de mostrar un listado más o menos exhaustivo de esas mismas causas para poder responsabilizarlas de una situación que de cualquier modo es la que es y que tiene pocos visos de alterarse a corto o mediano plazos; tampoco estoy diciendo que me parezca bien o mal esa situación, ni siquiera que mi opinión importe hasta el punto de alinearme a favor o en contra de una de las alternativas.
De momento, me basta con señalar esta situación porque es la que me permite hablar de lo que verdaderamente me importa: la realidad en el arte y la crítica a la luz de las poéticas del arte contemporáneo pinareño.
Alerto sobre los peligros de socializar obras sin calidad técnica y estética que van en detrimento de los valores y sentimientos promulgados y defendidos por la sociedad cubana. Arte, ¿dónde estás?