Pinar del Río: ciudad de silencios

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Foto: Cuba Travel

Pinar del Río es hoy una ciudad de silencios. No es que esta haya sido alguna vez una urbe de intensa actividad cultural, como lo son otras en el país; no obstante, en los últimos años ha decrecido significativamente el número y variedad de las opciones artísticas para el pueblo vueltabajero. 

Un breve recorrido imaginario por las principales instituciones culturales de la capital provincial nos permitiría corroborarlo. 

Comencemos por el teatro José Jacinto Milanés, que solo abre sus puertas esporádicamente. No se garantiza allí una cartelera estable, al menos, los fines de semana.

Contiguo al teatro está La Piscuala, un sitio acogedor, intimista si se quiere, que pasó de ser un espacio de presentación habitual para nuestros artistas a un cierre rotundo, solo interrumpido en los días de la última Feria del Libro aquí acontecida. 

Del Museo Provincial, también se extrañan las propuestas culturales de un tiempo cada vez más lejano. Mientras, el anfiteatro Rita Montaner (conocido como Pista Rita) continúa en su larguísimo letargo. Conocemos que se realizaron allí algunas labores, principalmente de limpieza, con la intención de retomar la programación cultural. Sin embargo, hasta la fecha, no se aprecian cambios.  

Quizás, el silencio más preocupante de todos sea el de la casa de las promociones musicales La Sitiera, porque ese mutismo, casi absoluto, es incompatible con la naturaleza del lugar, al que podemos llamar el escenario por excelencia de nuestros músicos. 

Llama la atención que ni siquiera se presenten allí, con determinada frecuencia, las agrupaciones y los solistas “subvencionados”, o sea, los protegidos salarialmente por la empresa de la música y los espectáculos Miguelito Cuní, a la cual pertenece la institución.

De esta lista solo se salva el cine Praga, que reabrió sus puertas hace pocos meses, y hasta el momento mantiene una cartelera de varias tandas al día, en la que han encontrado espacio las siempre añoradas producciones nacionales y los más variados géneros cinematográficos. 

Los limitados presupuestos constituyen la causa fundamental de la deprimida cartelera cultural de la ciudad. Es esa una verdad innegable. Corren tiempos difíciles en la economía nacional. En medio de esa realidad, no se puede pedir a los artistas que trabajen gratuitamente todo el tiempo, pues en su arte, está el sustento de su familia, como lo está el del obrero en su fábrica y el del funcionario en su oficina. Pero este es un asunto de muchos otros matices. 

Ante la escasez financiera, la estrategia del sistema institucional de la Cultura ha sido potenciar las actividades con artistas aficionados, cuyo trabajo desinteresado es admirable, pero a los públicos también debe llegar la creación del artista consagrado, ese de probado talento que ha debido quedarse en casa o ha tenido que buscar otra manera de ganarse la vida. 

Según percibimos, los exiguos dineros disponibles hoy se destinan a presentaciones en parques y algunos barrios, a veces con poquísimos espectadores, en horarios que no resultan factibles y con una promoción anterior insuficiente.  

Y aclaro, no es que esté mal llevar el arte a la comunidad, pero antes tenemos que asegurar que sea de la manera correcta. A la par, también debe ser un imperativo lograr que la comunidad vaya a la institución cultural y viva allí la experiencia de una obra de teatro, un concierto o un espectáculo variado. 

Limitados presupuestos requieren alianzas con otras instituciones, búsqueda de alternativas, estudio de experiencias en otras provincias con una realidad económica similar a la nuestra, pero con una actividad cultural superior. 

La estrategia a implementar debiera ser más conciliadora entre artistas aficionados y profesionales; entre espacios de presentaciones formales e informales. Hay que encontrar aquí un punto medio en el que gane el pueblo, ese que necesita y merece opciones de esparcimiento dignas, que alimenten verdaderamente el espíritu en estos días de carencias.

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