La lomita de las afueras del “San Luis” también se repleta. Da igual si el astro rey está en su pleno apogeo o el polvo del Sahara se empeña en hacer las tardes más agobiantes por el calor. El pinareño está ahí.
Ni Aguas Mansas, aquella famosa novela colombiana, pudiera competir con lo que sucede por estos días en Pinar del Río a la hora de la pelota. Desde la grada, por la radio o, “afortunadamente”, detrás de la pantalla, el pinareño está ahí.
La calle está muerta a la voz de play ball. Aquel pu, pu..pa, pa, pa de la corneta de Filingo se multiplica en miles de aficionados que se juntan, como si se conocieran de toda la vida, para estar ahí, de la manera que pueden. La contagiosa conga hace de las suyas. Alexander Abreu y Velito Bufón con su Silencio ponen a bailar al más patón.
Y no cesa el ánimo, la confianza, la ilusión de volver a sentir la corona en el veguerío. Como el padre que no se desalienta ante los tropiezos de un hijo, el pinareño está ahí, con la gorra siempre hacia atrás, dispuesto a sostener a su equipo cuando algunos no creen, cuando muchos subestiman.
Entonces la familia crece, se agiganta, grita, llora. En una sola voz entrega el corazón a los suyos, y hasta el más novato se convierte en avezado del béisbol, en conocedor de récords y cifras a través de la historia, en amigo entrañable, en fan número uno.
La lomita de las afueras del “San Luis” pide a gritos una ampliación. El graderío es más que un hervidero cargado de muestras de aliento y esperanza. La calle se despierta, después del out 27, con un brillo diferente reflejado en cada rostro, porque pase lo que pase, el pinareño, siempre está ahí.