Muchos en Consolación del Sur, provincia Pinar del Río pensaron que estaba loco, pero nunca vimos un loco más cuerdo. Con el afán de que conociéramos su proyecto desde la raíz misma, empezó a hablarle a un grupo de periodistas sin tomar suspiro alguno, y entre palabra y cuento, emoción y recuerdos, dejó escapar los sentimientos.
Por cuenta de un par de lágrimas supimos que estábamos delante de un soñador, pero no solo eso, también dejó escapar razones para presenciar de igual manera a un luchador, y sobre todas las cosas, a un hombre bueno.
Hablamos de José Joaquín Díaz Rivera, quien dirige la minindustria Los Cukys, en este territorio sureño. Un ser que supo trazar un proyecto donde antes había un campo de marabú, a fuerza de “voluntad y corazón”. ¡Ah!, y casi sin recursos monetarios.
Por eso el consejo de él para todos es luchar siempre por los sueños, pues lo mejor que se cumple en la vida son aquellos deseos salidos del alma.
Él es una persona muy activa, de esas que buscan hacer algo útil a cada instante y no están quietas por mucho rato, difícil no darse cuenta, en tanto casi a la misma velocidad de sus palabras, echó a andar sus planes de construir un castillo y hoy ya exhibe su corona.
“Es un gran pez y tengo que convencerlo –pensó- no debo permitirme jamás que se dé cuenta de su fuerza ni de lo que podría hacer si rompiera a correr”.
Lo primero que nos enseñó fue un recorte del periódico Trabajadores, el cual guarda muy bien, en especial un artículo relacionado con las minindustrias como una alternativa familiar.
“Sentado en mi casa me puse a leerlo y pensé en esto, comencé a masticar la idea y al acercarme a algunas personas me decían que estaba loco, otros que era un soñador.
“Entonces en contra de la voluntad de mi familia y de muchos que me quieren, me dije: ‘yo estoy loco, pero lo voy a hacer, y vamos a ver qué pasa”’.
Cuenta que tenía 15 000 pesos guardados en el banco, de ellos 10 000 eran para los 15 años de su hija. Así, sin muchas cuentas más que sacar, emprendió su camino “aventurero”, con la confianza en sí mismo y los deseos de lograr sus propósitos.
El fondo alcanzó para una bicicleta y un horno pequeño, luego comenzó a hacer dulces, ese fue el cimiento, le sucedieron días difíciles.
“El pez también es mi amigo-dijo en voz alta…”.
“Siempre quise que cuando llegara a la edad de mi retiro tener algo, y era mi oportunidad, cuando le pedí la liberación a mi director empezó a llorar y me dijo: ‘No, tú no puedes’, y le dije que sí, que tenía un proyecto y lo iba a hacer”.
Cuenta José Joaquín cómo empezó a hacer dulces y al mes fue al Banco de Créditos y Servicios (Bandec) a pedir un crédito de 150 000 pesos, y aquello fue una “explosión”, según él mismo califica.
“Me dijeron: ‘tú estás loco, cómo tú vas a respaldar eso’, les expliqué lo del proyecto, pero aquello terminó en disgusto, entonces le comenté a la comercial que me iba pero que lograría sacar mi crédito y llevar a cabo mis planes; y me fui”.
Ni corto ni perezoso partió para el Banco Popular de Ahorro (BPA) y también fue una “explosión”, así lo describe.
“Hoy son amigos míos y soy cliente de ellos. ¿Cómo hice el crédito? Me senté en mi casa con una calculadora, una agenda y un lapicero y entre cálculos, soluciones y números estuvo todo. La cuenta ascendió sobre los 25 000 pesos; entonces me dije: con los 150 000 yo hago mi proyecto”.
Fue contra viento y marea, no faltaron los que lo tildaron una vez más de loco, soñador, autosuficiente y miles de calificativos; pero poco sabían los incrédulos que hay personas en esta vida que luchan por pescar “el pez” y llevarlo a la orilla, como Santiago, el viejo pescador cubano, aquel personaje de El viejo y el mar, la obra más famosa de Ernest Hemingway.
“Si el muchacho estuviera aquí mojaría los rollos del sedal -pensó…”.
Inició con Pedro, su papá, quien murió al tiempo de un infarto y en su honor, José Joaquín decidió bautizar a aquella finca como Los Cukys, en reverencia al apodo de su padre.
Ávido de encontrar lo que necesitaba, buscó por las empresas, él sabía a dónde llegar y preguntar qué productos ociosos tenían, en eso le sirvió que trabajó en la línea de aseguramiento toda una vida, a pesar de que fue educador.
La primera ventana fue gestionada por él en la comercializadora Escambray, a quienes agradece, tal vez por el hecho de abrirle la vista a la luz.
Puso la primera estaca, inmediatamente los vecinos proliferaban, su madre rezongando sobre cómo iba a pagar ese crédito y sus hermanos con la intención de hacerle entender su mala decisión, le bastó con que apenas uno solo le dijera de echar pa´lante, un sobrino que hoy es cardiólogo, sin saberlo tal vez, fue el motor impulsor para no desistir.
“Pero el hombre no está hecho para la derrota -dijo-. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.
Poco a poco y con mucho tesón avanzó la obra y hoy cuenta con una minindustria, clara evidencia de que querer… es poder. Cumplió José Joaquín así el sueño de su vida y ya pagó el crédito.
Y como este establecimiento fue inspirado en el bien y materializado sobre la base de buenas intenciones, de más está pensar que su fin, al mismo tiempo de constituir una alternativa de sustento familiar, es el de apoyar, desde su modesta producción, a quienes lo necesiten.
Tiene en su haber un grupo de donativos destinados a los trabajadores de la Empresa Eléctrica, que vinieron ayudar durante el huracán Ian, además, regalaron cunas para niños, cuyas familias perdieron sus pertenencias, entre otras acciones.
El buen corazón de José Joaquín, que dio inicio a este lindo proyecto, no deja de latir y nos comenta con orgullo que garantizan el jugo de un niño enfermo que lo precisa de forma permanente.
Entre las cosas que motivan a este hombre, no está el dinero, hoy se muestra dichoso porque la población está contenta con los precios de sus productos, entre los que sobresalen los encurtidos, los jugos y las pulpas de frutas y vegetales.
“A los 61 años solo puedo pensar en hacer bien a las personas y a la humanidad. Ahí tengo a mi colectivo de trabajadores (nos los presenta), el ciclón tumbó la casa de una de ellas, y qué hicimos, cerramos la fábrica, y entre todos le construimos un hogar temporal, y estamos a la espera de que le den los recursos para ayudarla con su casita”.
“Es idiota no abrigar esperanzas –pensó-. Además, creo que es un pecado”.
La historia de José Joaquín merece ser contada, y no es que todo haya sido fácil, él mismo nos expresó que muchas veces lloró al salir a las 11 de la noche de aquel lugar, tal vez por impotencia o incomprensión.
“Aquí no hay nada ilegal, todo lo que ustedes ven lo realicé a través de contratos con empresas, y siempre a pie, nunca contamos con un carro. Si iba para Santa Cruz, la fábrica de ladrillos, cogíamos una guagua a las cuatro de la mañana; si para Sandino o Guane, en el tren; eso fue así, como se los cuento”.
En medio de todo llega la Covid 19, periodo que pasó albergado en una casita pequeña que hay al lado de la fábrica, allí se mantenía cerca de sus planes, tiempo que vivió solo, sin que su familia pudiera venir, y se alimentaba con la ayuda de los vecinos.
“Me levantaba por la madrugada a trabajar y a las 12 me preparaba el almuerzo y seguía, terminaba a las 11 o 12 de la noche, aquí fui albañil, electricista, de todo, por eso pienso que sí se puede.
“Todo lo que una persona se proponga lo puede lograr, basta con ponerle voluntad, corazón y no se tenga miedo.
“Hablo bastante con mis trabajadores y les digo que de su salario guarden aunque sea 50 pesos, que se atrevan y cumplan sus sueños, un negocio se inicia con cinco pesos, pero hay que limitarse de muchas cosas”.
José Joaquín se atrevió y ganó, pudo más, al igual que en Santiago, sus ansias de dignidad y realización personal, por eso, al mirar su historia, resalta un ejemplo de valor, tenacidad y energía para crecer, amén de los temporales.