Este 10 de septiembre conmemoramos el aniversario 155 de que la reina Isabel II concediera a Pinar del Río el título de Ciudad, cumpleaños al que llegamos en medio de un complejo contexto económico, poco propicio para jolgorios; pero hay otras formas de agasajo.
Más que calles y edificios a las urbes las definen sus habitantes. Los hombres y mujeres que residimos en Pinar del Río hoy tenemos heridas recientes, las dejadas por una pandemia que nos llevó al aislamiento, a lidiar con el miedo, el contagio y la muerte; a despedir en soledad a nuestros seres queridos y a otros tantos cambios, que reinventamos la cotidianidad.
A menos profundidad, pero con mucha trascendencia, atesoramos los pinchazos a través de los cuales nos llegaron las vacunas y empezamos a juntar jirones para tejer nuevamente la esperanza; esa que se resiste a que la emigración sea la única alternativa de futuro o la penumbra una compañera permanente.
Los que vivimos en esta urbe construida bajo el designio de vegas de tabaco, albergamos anhelos de prosperidad, pero es inútil pensar que el lamento o la queja se trastocarán en bonanza, deberemos forjarla sin pensar en que la responsabilidad está en el hombro del vecino o en las manos del otro. Este espacio geográfico que nos une, es un todo que no admite inútiles resabiosos cuya única habilidad es hacer luz sobre los yerros ajenos.
Convirtamos ese hipercriticismo e incredulidad en fuerza renovadora, ¿qué no he hecho para mí y los que están alrededor? La creatividad no es solo fabulación imaginaria de un mundo posible, construirlo a partir de mínimos aportes terrenales sería el mejor premio, sin pretensión de loas o aplausos para alimentar mezquinos egos.
Juntémonos con propósitos como mantener la higiene de los espacios públicos; enseñar a nuestros hijos la historia local, más allá de los libros, hilvanemos para ellos esos recuerdos propios que atesoran las esquinas, parques, escuelas y casas; dejemos que sus raíces beban de la savia aquietada en la memoria.
Hagamos del civismo un valor presente y que no solo se le evoque como prueba de que era real, allá por la década del ‘40 del pasado siglo, cuando abocados por él, se unieron pinareños buenos para cambiar la ciudad.
Para este cumpleaños no hay muchas novedades como hubo en celebraciones anteriores, pero no se deja de abrazar a una madre porque se carezca de dinero para obsequiarla. Al amor, ese que protege y resguarda, no le urge la riqueza, se mantiene incólume en medio de las crisis.
De modo menos ostensible, se sigue el programa de reanimación urbanística, contra viento y marea, enfrentando las mismas carencias que se ciernen sobre otras esferas y los esfuerzos apuntan a mejorar servicios vitales como el abasto de agua.
Varias fachadas de inmuebles ubicados en arterias principales reavivaron sus colores, queremos más, pero esos pequeños cambios son por ahora los realizables.
Tendrá sede nueva la compañía lírica Ernesto Lecuona, y ello confirma el afán porque la cultura siga siendo elemento distintivo de estos lares, desde los cuales la creación deshizo y deshace fronteras, rompiendo la barrera del ostracismo.
Pinar del Río llega a 155 años de ostentar el título de Ciudad, honrémosla poniendo a salvo esos valores de laboriosidad que llevaron a los vegueros a conquistar el mundo con el aroma de sus hojas; ahorrémosle la vergüenza del desamor reinando entre sus hijos, de la sordidez y el olvido.
Entreguémosle cada sueño o aspiración gestado a la sombra de sus paredes, hecho con el tesón de quienes por difíciles que sean los senderos del presente, avanzan, apremiados por la certeza de que más allá, tras la ciénaga, la montaña o el desierto, habrá tierra fértil en la que sembrar futuro.