El valor humano para sobreponerse a las adversidades y obstáculos que imponga la vida diaria no encuentra límites. Solo los desafíos pueden ir engrandeciendo al hombre y la mujer en ese camino batallador que los hace, sin distinción profesional, parte unitaria de un triunfo.
Da igual desde dónde se desempeñe esa persona, qué rol juegue durante el trabajo riesgoso o qué nivel escolar figure en su título. A fin de cuentas para una sociedad de carácter humilde como la nuestra, lo verdaderamente importante radica en el esplendor de cada acción justa. Y así se ha demostrado en estos tiempos de combate sanitario contra el COVID-19, cuando una Isla toda asume el compromiso muchas veces desde la silenciosa grandeza.
En Cuba los héroes anónimos palpitan a diario. Están ahí y son parte cotidiano de nuestro recorrido hacia el trabajo, la escuela, los campos o rumbo a cualquier sitio que desandemos aprisa. Pero hoy, cara a cara frente al siniestro virus existe otro grupo de incógnitos que, entre máscaras y tupidos trajes, portan además la modestia de su trascendente obra.
Quizás por eso encontrar protagonistas más allá de los galenos que atienden a los pacientes positivos al SARS-CoV-2 en instituciones hospitalarias del país no representa una sorpresa mayúscula, sino que constituye la revolucionaria realidad de este último año.
Dentro del hospital León Cuervo Rubio, por ejemplo, es fácil distinguir en medio de tanta vorágine a esos héroes. Desde el personal de custodios, pasando por quienes laboran de limpieza al interior de las salas y hasta en la lavandería, uno se percata de la importancia de cada hombre o mujer en horas de peligro.
Y es que su trabajo durante los tiempos de pandemia puede catalogarse, a la par de médicos y enfermeros, como titánico. Incluso, “porque han tenido que exponerse al riesgo permanente, cuidar diariamente a su familias y extender además sus horarios laborales hasta tarde en la noche para conseguir un servicio más completo dentro de la institución”, según destaca Raidel Bordao Medero, subdirector administrativo del centro.
Sin duda, verlos con la destreza de quienes aparentan tranquilidad y con sonrisas tras mascarillas mientras limpian o entregan alimentos en una sala de positivos, parece ser un espejismo en momentos de tensión. Pero no, son como ellos mismos afirman, su manera de trasmitir confianza a esos que padecen el virus y de ayudarlos desde la bondad, aunque muy en el fondo sus rostros se muestren temerosos del contagio.
Quizás sea la propia satisfacción de saberse útil quien los mueva hacia ese objetivo de darle vitalidad al funcionamiento hospitalario. Lo cierto es que en opinión de Yoandry Izquierdo Martí, jefe del servicio, sin la labor de auxiliares, pantristas, personal de apoyo y calderas se haría casi imposible la atención integral a pacientes y médicos.
SELLO HUMILDE EN LA ZONA
Así de trascendental resulta la faena de estos protagonistas “camuflados” bajo fuertes medidas de bioseguridad dentro del “Hospital viejo”, como se le conoce popularmente en nuestra provincia a la institución de salud.
Una de esas muchachas que camina a la sombra del anonimato es Yaquelín Hernández Martínez, quien labora como clasificadora de ropa en la lavandería del hospital desde hace tres décadas. Para ella, que lleva cerca de un año y dos meses trabajando de forma ininterrumpida a causa del COVID-19, este ha sido un periodo difícil donde las inseguridades la golpearon, sobre todo, al inicio de la pandemia.
Sin embargo, sus deseos por ayudar en Zona roja pudieron más que los recurrentes temores y hoy continúa realizando frente al aciago virus una función que dice: “ama mucho”. Y es que la ropa para que vuelva a la vida útil debe pasar primero por las manos de mujeres como Yaquelín, quienes la doblan y clasifican antes de ser utilizadas nuevamente por pacientes y personal médico.
Dentro de la lavandería también se logra ver entre idas y vueltas constantes en la labor de mensajero a otro joven valioso. Desde las primeras horas de la mañana ya Michel Barrera Rodríguez debió comenzar el recorrido por todas las salas para acopiar el material sucio y llevarlo luego hacia la lavandería a un proceso de desinfección y limpieza.
Por supuesto que esta faena constituye a la vez que riesgosa, “una tarea agotadora y sacrificada”, según afirma el propio Michel. Todo resulta lógico en medio de tanto ajetreo que puede extenderse hasta tarde en la noche, cuando regresan al encuentro familiar y a la responsabilidad hogareña.
Y es que si bien los horarios de trabajo para el personal de servicio del hospital comprendían antes del agravamiento de la pandemia unas doce horas, en la actualidad con escenarios desfavorables y mayor nivel de ingresos, la jornada se torna más extensa en la búsqueda integral de mejores atenciones, explican.
Entre quienes han tenido que lidiar con una nueva rutina de trabajo luego del incremento de los casos en la provincia está el operador de calderas Antonio Díaz Blanco. Él, desde su trinchera en línea de contingencia, vela por la producción de vapor para el lavado y la cocción de alimentos, algo que destaca como vital.
Aunque confiesa sentir aún temores del contagio, no por eso deja de apostar a su faena en estos tiempos. “Si se paran las calderas, se detienen también todos los demás procesos higiénicos y fuera imposible brindar el servicio hospitalario, por tanto, debemos continuar hasta que nos necesiten”, explica categórico este tornero de profesión.
ALTO RIESGO, “PERO ALLÍ”
Dentro de la Zona roja ese espíritu de sobreponerse al miedo es percibido desde la sinceridad, incluso, de aquellos adultos en edad de riesgo que sienten el compromiso como esencia humana. No son pocos quienes enfrentan con naturalidad un peligro ya cotidiano y cumplen junto a médicos y enfermeros con sus trabajos al interior de las salas.
Algunas como Marilín Lazo Hernández, una de las pantristas que se le ve muy seguido en los pasillos del hospital trasladando la alimentación de los pacientes positivos, dicen sentirse reconfortados por la contribución y el trato amable recibido de quienes permanecen ingresados.
Quizás su propio vínculo desde la prudencial distancia con los pacientes la hace una mujer distintiva. “Me comunico mucho con ellos, le trasmito confianza siempre y trato de darles ánimo en momentos que son tensos para todos nosotros”, comenta.
Sin embargo, otra mujer de bondad infinita camina entre salas con guantes, careta y traje protector. Es Yusmari Chala Garrido una auxiliar de limpieza que también pone su empeño en mejorarles las condiciones higiénicas día tras día y la estancia temporal a quienes padecen el virus.
Esa labor, como la de todo el personal de servicio, la considera Chala Garrido de importante para la institución, porque sin ellas, los médicos no sentirían el respaldo y la seguridad tras sus espaldas durante esta batalla continua por la salud.
Lo cierto es que en estos tiempos difíciles siguen poblando para fortuna nuestra, héroes anónimos por doquier. Y lo más importante es que están ahí ante los ojos, para decirnos como Yusmari: “que no importa qué seamos profesionalmente, si al final nos definen nuestras mejores acciones”. Esas que hoy abrazan para bien el camino del triunfo frente a un virus.