Hasta Pinar del Río llegaría, el 22 de enero de 1896, la Invasión a Occidente, una evidencia clara, en pleno contexto de guerra, de las ansias multiplicadas por una Cuba libre, por acabar, como fuere, con toda la riqueza del extremo oeste del país.
Un objetivo claro movilizaba la intención: evitar los impuestos elevados que contribuían a financiar cada ofensiva contra nuestro propio pueblo; obvio -entonces- el afán reiterado de extender el teatro de operaciones mambisas para que la liberación de esta tierra fuera, de una vez, verdaderamente nacional.
EL ARRANQUE DE UN TRIMESTRE DECISIVO
El año 1875 había quedado atrás y hasta quedó en penumbras una invasión, frustrada por múltiples factores, que fue como “texto tachado” en el devenir histórico de un país que hacía los primeros ensayos de cambio; aquella vez se frenó el ímpetu invasor perseguido durante casi 10 años, protagonizado por el regionalismo y el racismo, pesadas y perdurables barreras que impusieron a los cubanos de la época estrechez de miras y pensamientos.
Sin embargo, la idea se mantuvo latente, volvía a los planes presentes la invasión de antaño, esta vez pensada por Martí, aunque él mismo no viviese para disfrutarla. El nuevo intento se hizo realidad el 22 de octubre de 1895, fecha en la que el Titán tenía organizadas las fuerzas y su equipo de mando.
Hora en punto. Avanzaba la tarde. Un presagio golpeando los sentidos: año venidero sería bisiesto y, con ello, la incertidumbre por los malos augurios que se imponen desde el prejuicioso imaginario popular, pero habría impedimentos porque la intención y la finalidad estaban claras. Después de la salida, Maceo utiliza la estrategia de evitar cualquier enfrentamiento con el enemigo, siempre que este significa merma de las fuerzas que se encaminaba al poniente cubano. Por ello, esquivó a las numerosas tropas que, desde Holguín, enviaban para frenarlo.
El insigne comandante de la armada invasora, a paso redoblado avanzó siempre a Occidente, dejó atrás a varias columnas españolas y solo cuando le fue cerrado el camino decidió echar mano a su machete para rechazar a sus rivales.
Por las experiencias heredadas del ´68, Maceo casi no combate en Oriente, tampoco en Camagüey, en donde entra el ocho de noviembre, mientras, en la finca La Matilde -antigua propiedad de los Simoni, la familia de Amalia, fiel esposa de El Mayor-, Enrique Loynaz del Castillo y Dositeo Aguilera compusieron, el 15 de noviembre, el Himno Invasor, inicialmente nombrado Himno al General Maceo, pero este, enemigo de todo cuanto significa exaltación a su persona, rechazó esa denominación y sugirió para dicha composición el nombre que hoy ostenta.
DESPUÉS DEL ABRAZO, LA CARGA AL MACHETE
El abrazo con Gómez tardó casi hasta concluir noviembre, oportunidad para estrechar manos y fuerzas; continuar el viaje era prioridad y de la voz del Generalísimo escucharon los mambises la orden de arrancada, “Soldados, la guerra empieza ahora. La guerra cruel y despiadada. (…) Soldados, llegaremos hasta los últimos confines del Occidente, hasta donde haya tierra española. Allí se dará el Ayacucho cubano”.
Y pasan a Las Villas, donde combaten juntos y, juntos también, escriben páginas de gloria, siguen rumbo a Matanzas, tramo en el que tienen lugar los combates de La Colmena y Coliseo, este último fue de poca significación desde el punto de vista militar, pero políticamente muy revelador, pues se demostró la imposibilidad de España para frenar el avance a Occidente, aun cuando sus fuerzas, esta vez, estuvieron comandadas por el mismísimo capitán general Arsenio Martínez Campos.
De Coliseo avanzan hacia Sumidero, donde inician el llamado “Lazo de la Invasión”, consistente en una contramarcha, aparentemente desorganizada, estrategia que pretendía transmitir a los españoles la señal de retirada. Martínez Campos cae en la trampa, y pensando cortarles el retorno a los mambises, sube a sus tropas a bordo de los trenes y se adelanta para esperar al supuesto ejército que se repliega en desbandada. Es entonces cuando los cubanos se reúnen nuevamente para orientarse hacia los prados del lado de acá y destruyen las vías férreas para evitar que el enemigo, en espera inútil por el este, los alcanzara.
Pareciera que el primero de enero vino a la historia para ser recordado, fue el día en que las tropas llegaran a la provincia habanera, colofón que hizo disparar las alarmas, pues las fuerzas colonialistas se atemorizaron al tener tan cerca, como nunca antes, la verdadera estirpe mambisa y a los dos jefes más renombrados de la guerra. Después de la primera semana del año, Maceo se despide de Gómez, quien permanecerá en la capital para evitar que se concentraran en la estrecha provincia de Pinar del Río todas las fuerzas hispanas contra el Titán.
YA EN EL VUELTABAJO DE 1896
El ocho de enero entró en la provincia de Pinar del Río la mole de ideas. Allí libró con su tropa los últimos combates de la invasión, resonaron los machetes en Cabañas, San Diego, Bahía Honda, La Mulata, Viñales, Las Taironas y Tirado. Gómez se mantuvo entre La Habana y Matanzas en constante movimiento de un lado a otro, mientras, le cuidaba la puerta de Pinar del Río al Lugarteniente General, como él mismo escribió.
El 22 de enero la Columna Invasora arribó a Mantua, justamente por Mangos de Roque. Fue recibida de forma oficial por las autoridades y vecinos de relieve; refieren documentos de la época que testifican que fue un momento de júbilo en el confín más occidental del poder metropolitano.
Hoy lunes cumple 128 años el acta firmada como conclusión de este épico episodio de la guerra, cuando se izó la bandera de la estrella solitaria, que le fuera obsequiada a Maceo por las damas del Camagüey, la insignia, desde ese día, flotaría más orgullosa y más cubana.
Tenía Maceo entonces 50 años de edad, y desde su salida de los Mangos de Baraguá hasta Mantua, había cabalgado 424 leguas y sostenido 27 combates, ocuparon 22 poblaciones importantes y arrebataron al enemigo 2 036 fusiles y 67 000 cartuchos, luchando siempre con una desproporción de fuerzas en el lapso de tres meses.
Desde la pluma del historiador Eduardo Torres Cueva a sus lectores se inmortalizó el juicio de que “atrás quedaban tres meses de increíble batallar, enfrentados los mambises al armamento más poderoso de la época, en condiciones de hambre y miseria sin cuento. Caminando a veces 20 leguas en un día, los revolucionarios antillanos hicieron realidad un fuerte anhelo de 25 años dentro del proceso nacional libertador”.
En 2016, Jorge Freddy Ramírez, profesor de la Universidad de Pinar del Río y miembro de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, refirió en el espacio televisivo de la Mesa Redonda que, las campanas echadas a vuelo y los vítores de toda la población mantuana coronaron la entrada triunfal del caudillo de Oriente. “El efecto de esta proeza militar fue fulminante. La logística de los españoles quedó destruida, así como su estructura de gobierno”, dijo.
La Invasión de Oriente a Occidente que se materializó en 1895-1896 sustenta que la grandeza de un pueblo cuando lucha por su independencia es imperecedera y con ello, la genialidad de los líderes que la guiaron; hasta hoy siguen en primera fila Maceo y Gómez y su ideario continúa vitoreando como bandera que heredamos de estos grandes de nuestra historia.
Los estrategas y tratadistas de la guerra más reconocidos de la época se asombraron de esta hombrada y elogiaron la capacidad militar de los dos jefes mambises, por lo que muchos consideran que la Invasión de estos hombres, fue el “hecho militar más audaz de la centuria”…
Consultas bibliográficas:
Torres Cueva, Eduardo. Historia de Cuba, 1492-1898, formación y liberación de la nación. Cuba, 2001, p.365
Consulta del artículo publicado en: https://www.monografias.com/docs111/invasiones-occidente-revoluciones-del-siglo-xix/invasiones-occidente-revoluciones-del-siglo-xix