Corría 1959 y la naciente Revolución enfrentaba en diferentes puntos del país a bandas contrarrevolucionarias que llegaron a sumar 168, con poco más de dos mil alzados, y en medio de ese escenario Fidel durante un recorrido por Pinar del Río, conoció a Leandro Rodríguez Malagón, hombre con dominio de cada palmo de las sierras pinareñas.
De esos grupos, 136 operaban en la serranía del Escambray, otra parte de ellos en Vueltabajo, donde eran connotadas las fechorías del cabo de la dictadura batistiana Luis Lara Crespo.
De aquella entrevista de Fidel con Malagón surgió la idea de crear un grupo armado para la captura de los bandidos, por lo que el Comandante en Jefe orientó reunir a 12 hombres. Cumplido el entrenamiento en el campamento de Managua, regresaron para poner manos a la obra y muy pronto, tan solo en 18 días, en las cercanías del asentamiento de Pons, ubicaron al autor de más de 20 crímenes y de una gruesa lista de torturas y abusos.
Según relataron después Los Malagones, como fue bautizada la legendaria patrulla protagonista de la hazaña, decidieron no solicitar refuerzos ante el riesgo de una escapada, por lo cual acordaron rodear la vivienda donde se encontraba el asesino.
«Le ronca que me haya cogido una partida de guajiros como ustedes», expresó Lara tras su captura, en tanto los prisioneros fueron entregados de inmediato a la tropa del comandante Antonio Sánchez Díaz (Pinares).
Al conocer el acontecimiento, Fidel mandó a buscar a Los Malagones, quienes estuvieron en el acto de Palacio el 26 de octubre de 1959, donde se creó el movimiento de masas armado más grande de la historia americana: las Milicias Nacionales Revolucionarias.
A más de medio siglo de aquellas acciones, el último sobreviviente de la legendaria patrulla, Juan Quintín Paz Camacho, mantiene el espíritu y patriotismo de entonces.
Hoy, desde el mausoleo erigido al pie de la gran caverna de Santo Tomás, rememora al eterno guerrillero, en la zona donde hicieron historia y reposan sus compañeros, mientras con voz entrecortada confiesa que sólo ha llorado tres veces en la vida y en todas las ocasiones por la muerte de sus padres.
Visiblemente conmovido, recordó al sitio digital Tele Pinar, el gesto de Fidel cuando les dijo después de concluir las operaciones: «esos fusiles que ustedes tienen, yo se los regalo».
Con un gran esfuerzo para contener las lágrimas, logró expresar que la desaparición física del Comandante todo el mundo la ha sentido, porque hombres como él nacen poco.