En un abrir y cerrar de ojos, Polo Montañéz, un carbonero de la serranía pinareña, un soñador de la música, pasó de ser un desconocido a conquistar multitudes, lo mismo en Cuba que allende los mares.
Con la misma brevedad, unos tres años después de haber alcanzado renombre, un accidente automovilístico le arrancó la vida, cuando su carrera profesional auguraba un ascenso sin límites, y la gloria alcanzada parecía tan solo la antesala de un éxito sin precedentes.
Más de 100 canciones escribió el cantor. Solo dos discos pudo grabar. Con Guajiro Natural, el primero de ellos, se convirtió en el tercer cubano merecedor de un Disco de Platino, con más de 40 000 copias vendidas en Colombia.
¿Cuánto más hubiera podido lograr? ¿Cómo podemos explicar tanto éxito en tan poco tiempo? ¿Habrá en la música cubana otro Polo Montañéz?
UN ESTILO IRREPETIBLE
“Fue tan rápido su desarrollo, que no dio tiempo siquiera a que él mismo lo pudiera asimilar”, me dice la musicóloga Dorys Céspedes Lobo.
Ella lo conoció en sus primeras audiciones para entrar al mundo profesional de la música, y fue también quien escribió la despedida de duelo aquel fatídico noviembre de 2002, aunque me confiesa que no se sentía en condiciones de hablar de él, y hasta hoy le cuesta trabajo hacerlo sin emocionarse.
“Era una persona tan sencilla, tan desposeída de lo material, tan humano”, recuerda con admiración la investigadora.
Céspedes Lobo considera que Polo Montañéz ocupó un lugar imprescindible en la música cubana y lo hizo en el momento preciso. A su juicio, las sonoridades del entorno familiar, la poesía natural y sincera de sus composiciones y la suerte de acceder a los estudios de grabación fueron factores que permitieron ese éxito.
“Tenía el antecedente de una riqueza musical espontánea, ese vínculo con los poetas repentistas, con la percusión cubana en el contexto del guateque, incluso, tuvo influencias de la música de la Década Prodigiosa… todo eso pasó a formar parte de sus conocimientos musicales empíricos.
“Pero también hubo otras circunstancias, como contar con una disquera que facilitara su entrada a los estudios internacionales en un momento de consolidación de su carrera”, explica.
A Polo, la fama le llegó siendo ya un cuarentón curtido por las duras labores del campo y por los altibajos de la vida misma. De pronto comenzó a viajar, a saberse un artista bien cotizado por los de la industria musical e idolatrado por sus miles de seguidores. A pesar de ese gran vuelco que dio su vida, el cantautor mantuvo una esencia invariable que fue su gran carta de triunfo, de acuerdo con la entrevistada.
“El fenómeno Polo Montañéz es su estilo personal, eso es lo que define verdaderamente su impacto y trascendencia, porque le permitió lograr una interpretación que respondiera a su estirpe de guajiro, con una belleza poética y melódica que sintetizara todas las influencias que le dieron origen”.
La también profesora de la Escuela de Arte de Pinar del Río, reconoce que en la historia de la música cubana hay otras grandes figuras de origen autodidacta, y en el futuro pueden surgir más con un desarrollo similar al de Polo.
“Pero -alerta- imitar a Polo, tratar de ocupar el lugar de él es imposible. Él fue una figura insustituible”.
Le pregunto entonces si percibe un legado de Polo Montañéz en sus estudiantes y me explica:
“El legado existe. Está en el respeto, los valores éticos y el estilo personal de Polo. Lo que a veces en las academias de música no se les da suficiente valor a las figuras regionales. Sí sería importante que perdure esa sinceridad, espontaneidad y ese respeto por uno mismo que él representó”.
EL SELLO POLO MONTAÑÉZ
El destacado realizador audiovisual Luis Hidalgo Ramos tampoco duda en atestiguar la perdurabilidad de la obra de Polo Montañéz. “Los autores que son paradigmáticos se quedan para siempre”, afirma.
No obstante, subraya la responsabilidad de musicólogos, profesores, periodistas, comunicadores y otros tantos profesionales en la divulgación del legado de Polo entre las nuevas generaciones, una línea de pensamiento que ha defendido con su propio quehacer profesional.
Apenas comenzó a darse a conocer la música de Polo, Hidalgo Ramos entendió que la de aquel “guajiro natural” era una historia que debía ser contada. Varias producciones audiovisuales le ha dedicado hasta la fecha; incluso, un tema musical que compuso de un tirón, cuando recibió la noticia de su muerte.
“Encontré en él todos los valores que siempre he resaltado en un artista de su tipo. Era un hombre sencillamente genial, que no se daba cuenta de lo que valía. No hizo lo que hacían los demás, hizo lo suyo, el sello Polo Montañéz”, afirma.
En las primeras entrevistas, Luis Hidalgo Ramos percibió en Polo cierta timidez al mostrar sus composiciones propias. Sin embargo, es indiscutible el hito que representa su obra autoral. Lo han ratificado el público, la crítica y los propios músicos testigos de su carrera.
“Polo gustaba, había un encantamiento en su arte. Lo hizo en un momento en que la música popular cubana estaba cargada de estribillos muy fuertes, agresivos, y necesitaba llegar con algo más refrescante, más romántico, melódico. Eso hizo Polo, sentó a pensar a grandes músicos de su tiempo”, argumenta.
Me cuenta que en una de las varias invitaciones profesionales que le hiciera, a la entrada del telecentro de Pinar del Río, Polo escuchó a una mujer que lo halagaba desde un ómnibus en pleno movimiento. El artista no dudó en darse la vuelta y subir a la guagua para retribuir con cariño aquellos cumplidos.
“Era un fenómeno natural, amaba a la gente, amaba lo suyo. Representó eso para el público: la sinceridad, la fidelidad, la humildad, la modestia”.
Ese carisma, combinado con una raíz profundamente cubana, completó la fórmula de éxito del cantor sancristobalense, sin restar méritos a su talento innato.
“Triunfó por su cubanía, una obra con ritmos del campo, pero igualmente, con aires internacionales. También por tener un estilo al cantar, un timbre que no se parecía al de nadie. Cantaba con la poesía del artista de pueblo y con melodías contagiosas”, destaca Hidalgo Ramos.
Una veintena de años después de la inesperada muerte de Polo, hay un grupo que lleva su nombre, varios libros dedicados al análisis de su vida y obra, y hasta intenciones de realizar una película, pero ante todo, hay un público, todavía numeroso, que canta sus canciones.
A quienes conocemos parte de su historia, cada noviembre nos recuerda la fragilidad de la vida, al mismo tiempo, la inmortalidad del arte cuando es genuino.