Como lo avisamos entonces, en aquel último reporte sobre el Evento Provincial de Investigadores del Patrimonio que en mayo acogió La Palma, habría que dedicar párrafos extras a un equipo de gente soñadora; de profesionales afines al mundo de la Cultura para quienes el fin supremo de sus andares se resume en la eterna búsqueda del bien común. Y de eso trata este breve acercamiento a un proyecto de vocación e influjo comunitarios, terco en su hechura, que se ha granjeado el respeto y la estima de todos los que han caído en las sutiles «garras» de tan útiles “victimarios”.
Por caminos y carreteras, afortunado apelativo que lo identifica desde los orígenes, deviene la consumación de ese apego por el conocimiento y el bagaje cultural al límite necesario, cuasi imprescindibles en una época que parece correr a contracorriente de la espiritualidad que siempre debiera distinguirnos como especie; suscrito el presente al excesivo y lacerante apego a lo meramente ramplón. Imbuido en la ilustre idea de batirse -en agónico y heroico duelo- contra los molinos que hoy impulsan esos vientos al extremo posmodernos – ¿no nos conducirán a la oscuridad? -, José Manuel Fernández Paulín, actual director del Museo Provincial de Historia, es la figura descollante dentro de la escogida tropa que se empeña a troche y moche en hacer perdurable lo bello, garantes y testigos de cargo del menoscabo a la oxidación mental que aquí aplaudimos.
Resume el entrevistado: “En cierta ocasión, en medio de un trabajo de campo, allá en las márgenes del Cuyaguateje, hallamos un interesante percutor (menaje aborigen), y nos dio por mostrárselo a los niños de una escuela cercana. Fue tal la reacción de ellos, que en ese mismo instante nació la idea de llevar a los centros docentes apartados, como aquel, no solo piezas arqueológicas propias de los habitantes primitivos de la región, sino, sobre todo, el conocimiento del patrimonio y la historia de Cuba”.
Pero no se detendrían ahí, en el tibio beneplácito con el impulso fundador. En igual medida en que iban tocando puertas, afloraban otras ideas, enriquecedoras del proyecto original. Al paso del tiempo, irían consolidándose líneas de trabajo concebidas para despertar en las jóvenes generaciones el amor por la sabiduría y la defensa a ultranza de la nacionalidad. Fue así que cobró fuerzas, en los postreros intercambios, el enfoque didáctico que se ampliaba al asumir como soporte inteligente el audiovisual.
“Empezamos a pensar en cómo ganarnos mejor la atención de los niños. Evidentemente, fieles a su tiempo, aun cuando vivan en un medio rural, ellos se interesarían de inmediato por cualquier propuesta que privilegiara la visualidad. Y sucedió como creímos. Aprovechamos esta circunstancia, y en lo adelante nos dimos a la tarea de poner en sus manos, en atrayente envoltura, materiales dirigidos a la promoción del patrimonio material e inmaterial. No solo eso: comenzamos a involucrarlos con lo más valioso del cine cubano, utopía apenas realizable cuando eres capaz de atemperarte al modo en que perciben su entorno vital los chicos del nuevo milenio”.
Eje esencial dentro de la perspectiva asociada a la formación de valores -esa que asumen como fin postremo los integrantes del equipo-, es la notoria aproximación a la vida y el pensamiento del Héroe Nacional. “Bello”: no encuentro diferente adjetivo para calificar el hecho del que fuimos parte el fotógrafo (como ayudante de campo) y el redactor (como fotógrafo). Me refiero a lo que podríamos definir como renuevo in situ de los bustos que en los centros exaltan la figura de José Martí. En tal sentido, ineludible referirme a las horas de sol que muestra en su piel curtida Manolito (Manuel Valdés Suárez, cátedra de la restauración en Pinar).
Bastante quedaría por decir sobre José Manuel y Manolito, almas del proyecto. Ha sido este, acaso, resumen apurado de su largo andar. Ojalá y haya oportunidad para volver a hablar de ambos en estas páginas. Y, lo más importante, desear -y casi exigirles- que, Por caminos y carreteras, aun en espinoso contexto, no detenga su promisorio andar.