La trova pinareña despide a un amigo. Decimos adiós al ser inquieto que cual juglar de la ciudad caminaba nuestras calles, guitarra al hombro y regalaba música. Omar Pérez nos deja una estela de luz.
Por su belleza y sinceridad, su obra se hace imposible de ignorar. Pérez Aroche se erige como una de las figuras cimeras en el marco del Movimiento de la Nueva Trova Cubana, de la cual fue fundador. Al celebrarse el acto fundacional del movimiento en Manzanillo durante el año 1972, el cantautor pinareño participa como único representante del territorio vueltabajero. Luego de ello, Omar pasa directamente a ser integrante del Comité Nacional de Evaluación de la manifestación, cargo que ejerce de manera paralela a su desempeño artístico. En ese sentido, se reconoce esta etapa como un momento de profusa creación y a su vez de desmedida responsabilidad con su arte y el de la hornada de trovadores que se sumaban al movimiento en la provincia.
Si bien su creación estuvo indiscutiblemente influida por la trova tradicional y la corriente y las figuras de la canción pensante de su época, su accionar se recoge como una de las primeras expresiones de esta concepción estético-musical que apostaba por el desarrollo de la creatividad a partir de la asunción de lenguajes de tipo individual en el marco de la cantautoría pinareña.
Con relación a ello se debe destacar que el crecimiento cuantioso de artistas afiliados al movimiento también se debió a la innegable influencia del trovador, quien llevó a cabo toda una campaña de promoción cultural en favor del reconocimiento de la canción cubana de autor y su función social. Omar propuso la acción de trovar como espacio de socialización del arte a partir de los continuos y vitales intercambios entre los creadores, de ahí que la descarga representara el medio idóneo para la concreción de sus inquietudes creativas.
Nuestro trovador se desenvolvió con total desenfado en la creación literaria, vínculo que mucho le debe a su desempeño musical en el marco de espacios habituales dedicados a esta manifestación. A ellos se adscribió y en sus sedes cristaliza una acción performática que distinguió su praxis: todo su arte resulta un binomio de poesía y música, de ahí que sus intervenciones estuvieran dirigidas casi obligadamente a la declamación de un verso que antecede a la obra musical y cuyos textos se desarrollan en franca coherencia de matices y significados. Ello constituye una actitud específica ante la creación, así como un manejo de los códigos del lenguaje verbal y musical en función de un resultado de alta calidad estética.
Esta manera sui géneris de trovar constituye una elevación en la dimensión del artista en la función de intérprete y representa a su vez, la síntesis de las subjetividades personales de Omar Pérez, elementos todos que han permeado su discurso como reflejo del lenguaje creativo individual del autor a lo largo de todos estos años.
Estudiar a Omar Pérez Aroche fue todo un evento, un reto profesional sin precedentes para mí, que como estudiante de Musicología, ya conocía su obra y soñaba con la investigación que posteriormente se convirtió en mi tesis de licenciatura. Sin embargo, debo decir que conocerlo trascendió el ámbito profesional, porque, como muchos, sucumbí ante su música y sobre todo, ante su persona.
Trabajar con Omar fue un deleite y a la vez una experiencia revivificante, y digo esto percatándome de la dulce ironía de los hechos: desde su propia convalecencia -larga y heroica-, el trovador inyectaba amor y vida. Omar no sabía existir de otra manera, pues su realización personal la encontraba cantando junto a los amigos, evocando los recuerdos de su pesca submarina, piropeando a su amada Rosa, contándome de sus hijos , viviendo con toda su fuerza hasta el último minuto. Por eso, descansa en paz, amigo; adorna con tu canto el sendero de la vida eterna.
Escrito por: Marely Rodríguez Castro, licenciada en Musicología