A Erenia María Seijo Pereda aún se le agolpan los recuerdos al hablar de vivencias recientes, difíciles, conmovedoras. No pierde tiempo ante cada pregunta, conversa, ríe y también desprende por momentos de sus ojos las únicas impurezas que reconfortan el alma. Suelta una palabra detrás de otra mientras expone desde el sofá de su casa, enclavada en una barriada humilde de la ciudad de Pinar del Río, a ráfagas de ideas que conforman un testimonio inspirador.
Ella sabe que ha ganado una batalla significativa a los 51 años de edad, quizás la más estremecedora y compleja. Por eso cuenta diáfana cada detalle de su experiencia y lo hace ya sabiéndose parte de una suerte de privilegio, por haber burlado el escabroso camino que le interpuso en semanas anteriores la COVID-19.
Su ternura frente a los entrevistadores roza lo maternal y reconforta. Y no sorprende porque durante su vocación de servicio ha tenido que ejercer como madre, hija, amiga en innumerables ocasiones. Según dice, aprendió a asumir desde bien temprano cada persona que atiende como a un propio familiar.
Erenia no es caritativa por afición, nada de eso, practica hace tres décadas una profesión donde combate riesgos y sana lo humano, lo verdaderamente importante: es enfermera.
En la sala de emergencias del hospital León Cuervo Rubio, destinado a la atención de pacientes positivos a la COVID-19 en Pinar del Río, tuvo que enfrentar en año y medio de epidemia lo inoportuno e incógnito de este virus caprichoso que aún nos mantiene en jaque. Sin embargo, parece que, ante los riesgos latentes por duros que fueran, siempre predominó en ella ese sentido hipocrático que implica dosis extras de voluntariedad para salvar de garras desoladoras a los nuestros.
Sus historias cotidianas y las de sus compañeros de trabajo durante estos últimos meses en Zona Roja, percibidas por muchos como hazañas blindadas de amor tras el anonimato que precisa de espesos trajes, son sinónimo de entrega.
Erenia hasta hace poco, antes de recibir licencia para recuperarse de lo angosto, canalizaba venas y tomaba signos vitales con el mismo ímpetu que, incluso, bañaba en determinado momento a pacientes positivos que lo requirieran.
Pero la vida nos pone en situaciones complejas con suma rapidez, sobre todo, en tiempos donde el virus insolente intenta tomar el control de cada una de nuestras pulsaciones, de cada soplo de aire. ¿¡Quién lo duda!? A esta enfermera en cuestión de minutos le cambió su forma de percibir la vida. Apenas un jadeo atípico, desesperante, justo cuando comenzaba otra jornada de trabajo, la colocó frente a las ironías del destino.
“Te puedes imaginar, luego de 32 años ejerciendo la enfermería que, de pronto, sea yo la paciente”, dice. Y claro, es difícil pensarlo cuando casi todos confiamos erróneamente en la coherencia del momento, como si la epidemia hoy distinguiera entre “herejes y salvadores”.
El ejemplo de discordancia está en Erenia y otros profesionales de la salud en Pinar del Río con los que la COVID-19 también se ha enfrascado en duelos cobardes desde una sala de terapia. Tantas veces superando el miedo y los obstáculos de lidiar con un enemigo sin rostro en los centros hospitalarios quizás no sea suficiente para asumir, de golpe, el nuevo rol de paciente. “No estamos preparados para ese momento”, expresa “la seño”.
Ante la positividad de su prueba PCR y la falta de aire en aumento, ella solo piensa en lo malo, en su desafortunada suerte. “¿Por qué a mí que he hecho el bien?”, se preguntaba entonces con toda lógica.
Tal vez esa interrogante aún divague en su mente con la misma fuerza que en aquellos días difíciles, cuando el estado de salud decaía y sus propios compañeros le hacían conciencia para internarla en la sala de terapia intensiva.
Sin embargo, al parecer, siempre surgen déjá vu que se resisten a las buenas intenciones y martillan los pensamientos a la hora cero. Erenia los tuvo. “Solo saber que ocuparía la misma cama a donde trasladé personalmente a uno de mis colegas en estado grave días atrás, y en la que por infortunio falleció, me mantuvo especulando por momentos si iba a ser yo la próxima víctima”, cuenta.
La enfermedad la empujaba hacia lo incógnito y ella se negaba a ceder porque, entrar a la Unidad de Cuidados Intensivos como paciente nunca había sido una de sus opciones. Mas la realidad fue otra.
Ahora convivía en la quietud que impera dentro de esas cuatro paredes lúgubres, silenciosas y donde apenas hay espacio para lo grave o urgente. Erenia, “la seño” de emergencia, era entonces de forma tórpida uno de los casos graves por COVID-19 en la provincia.
Los jóvenes médicos que la atendían, sus colegas, se lo dijeron con franqueza: “no te vemos bien”. Y ciertamente estuvo en un estado delicado ante la falta de oxígeno en sangre que roza cualquier límite. Por eso quizás, según confiesa, solo miraba fijo aquel aparato médico (oxímetro) que traduce números en niveles de saturación mientras pensaba si volvería a ver la familia que dejó horas atrás en casa y a su único hijo, del que la separan cientos de kilómetros de mar.
“Cuando estás dentro de terapia eso es lo único que piensas, en tu familia. Porque nunca sabes expresarle a las personas lo que de verdad sientes hasta el momento en que te ves grave, cerca de lo peor”, dice con cierta emoción. Pero ese deseo de volver con los suyos, de abrazarlos nuevamente fue más que la mezquindad de este virus.
Frente a él, o te haces fuerte o te haces fuerte, no hay de otra. Y la opción de esta enfermera luego de unas primeras horas complejas sería la de luchar con optimismo para salir invicta del feroz combate. A empuje de voluntad fue ganando Erenia pequeñas batallas, una a una, hasta lograr la mejoría.
“¡Tú puedes!”, se decía para encontrar la fuerza. “Solo buscaba demostrarme a mí y a los médicos que iba a recuperarme”, comenta. Y claro que pudo. El tiempo premió su esfuerzo, la retribuyó con más vida, como debería hacerlo siempre con cada persona que enfrenta esta terrible enfermedad.
Con ese carácter para sobreponerse a lo adverso, heredado quizás en aquellos días difíciles de la terapia, ha vuelto luego de semanas de recuperación al trabajo. Allí donde es más complejo el panorama de esta provincia, junto a sus compañeros, está ella hoy con la experiencia de haberse sobrepuesto a la gravedad de la epidemia para seguir aliviando en otros, con amor, esos instantes de agobio que tanto la golpearon semanas atrás.