Cada vez más, amplios sectores de la población europea expresan abiertamente su desconfianza hacia las políticas para combatir la COVID-19. La reacción de la política tradicional es de pánico y se caracteriza por el paternalismo y la represión: obligación general de vacunarse y restringir la libertad de circulación. Esa no es la forma de crear apoyo en la población. Para ello será necesario, como mínimo, escuchar los temores y las preocupaciones de las personas no vacunadas. Pero también hay otros elementos en juego. La comparación con Cuba es interesante.
Desconfianza en el gobierno
Muchas personas no vacunadas dudan, con razón, de la competencia y/o de la buena fe de los gobiernos que ahora quieren vacunar lo antes posible. No es tan incomprensible.
Los países europeos están improvisando desde marzo de 2020. No existe ningún tipo de uniformidad o lógica en las políticas para atacar la pandemia de COVID-19. Con índices de contagio similares las medidas difieren mucho de un país a otro.
En Bélgica, donde yo vivo, como en otro países en Europa, la improvisación era incomprensible. El gobierno belga esperó hasta mediados de marzo antes de tomar medidas. Eso fue un mes y medio demasiado tarde. Si hubieran tomado medidas antes, la tasa de propagación habría sido mucho menor y se habrían evitado miles de muertes por COVID-19. Y parece que no aprenden de sus errores. La respuesta a cada nueva ola de COVID-19 llega tarde.
Aunque los expertos llevaban años advirtiéndolo, el gobierno belga no estaba preparado para una pandemia. Al principio decía que las mascarillas no servían, porque (todavía) no se disponía de ellas debido a una mala gestión. Luego, de repente, se convirtieron en obligatorias.
En septiembre de 2021 las medidas se relajaron en Bélgica con cifras peores, mientras que en los Países Bajos se endurecieron con mejores cifras. ¿Cómo explicar eso? En Bélgica se tienen que poner de acuerdo siete ministros de Sanidad para poder implementar una nueva política. Al mismo tiempo, los gobernadores y alcaldes introducen normas más estrictas o más permisivas y los presidentes de los partidos pulen su imagen a costa de la salud pública.
Cuando esa desconfianza llega a las calles y a las redes sociales, la extrema derecha solo tiene que meter el balón de cabeza. Atraen a su lado a quienes están legítimamente descontentos solo con mostrar empatía con su desconfianza en el gobierno. El objetivo, por supuesto, no es exigir más democracia para los que no tienen voz. La historia nos enseña por que el objetivo de la extrema derecha es apresurar la formación de un régimen autoritario que deje completamente fuera a estas personas y lleve al extremo la explotación de todo y de todos por parte del 1%.
Las medidas anti-COVID-19 en muchos países europeos fueron y siguen siendo un enorme caos. Pero, en realidad, la desconfianza es mucho más profunda. En la anterior gran crisis, la bancaria de 2008, los ciudadanos también fuimos los que pagamos el pato. Los bancos que habían especulado con nuestro dinero se salieron con la suya y fueron salvados. Y la gente común pagamos la factura. Es obvio que existe desconfianza en la capacidad de gestión de una crisis por parte del gobierno.
¿Y en Cuba?
Ya en enero de 2020, casi dos meses antes de que los políticos en Europa entraran en acción, el gobierno cubano puso en marcha un plan nacional para combatir el coronavirus. Se lanzaron campañas masivas de información en los barrios obreros y en la televisión. Ni gobiernos contradictorios ni siete ministros de sanidad que se tenían que poner de acuerdo ni discusiones sobre mascarillas obligatorias.
El gobierno actuó con decisión e hizo todo lo posible para cortar el virus de raíz. Nada de promesas fáciles diciendo que íbamos a recuperar el ‘reino de la libertad’ gracias a las vacunas, nada de soltar las riendas demasiado rápido, debido a motivos electorales o a la falta de coraje político, sino medidas firmes. Algunos ejemplos. El turismo, principal fuente de ingresos pero también de contagio, se detuvo inmediatamente. Los niños a partir de seis años están obligados a llevar mascarilla. Cuando quedó claro que las escuelas también eran importantes focos de contagio, se pasó a la educación en casa, con muy buen apoyo de la televisión escolar, entre otras cosas.
“Al informar adecuadamente a la población sobre los riesgos sanitarios, los cubanos comprenden la importancia de quedarse en casa. Saben cómo transmitir la enfermedad, y se responsabilizan de su propia salud y de la de sus familiares y vecinos”, dice Aissa Naranjo, médica en La Habana.
La asistencia sanitaria en Cuba se centra principalmente en la prevención y está muy descentralizada. Cada barrio tiene su policlínica y existe un fuerte vínculo de confianza entre la población local y el personal sanitario. Desde marzo de 2020 casi 30.000 ‘rastreadores de contactos’ han ido de puerta en puerta, hasta los rincones más alejados de la isla, para comprobar en cada familia si uno de sus miembros estaba infectado. Se movilizó a los estudiantes universitarios para ayudar en ese rastreo. En Bélgica la detección la realizaron personas anónimas en centros de llamadas, lo que no inspira precisamente confianza.
Mientras tanto, todo se centró en el desarrollo de vacunas contra el coronavirus. En marzo de 2021 tres vacunas estaban ya en fase de prueba. En la actualidad Cuba cuenta con cinco vacunas propias, una de ellas para niños de tan solo dos años.
Las diferencias en las políticas COVID-19 entre Cuba y Bélgica se reflejan también en las cifras. En Cuba hubo 146 muertes por COVID-19 a finales de 2020. En Bélgica, con el mismo número de habitantes, la cifra era de casi 20.000. Eso fue antes de la variante Delta. Cuba no llegó a tiempo. Las vacunas propias recién se terminaron tres meses después de que la variante Delta empezara a proliferar. La rápida vacunación en Bélgica, a partir de finales de 2020, ha permitido reducir significativamente el número de muertes causadas por la variante Delta, al menos en las fases iniciales.
En Cuba la variante Delta en realidad llegó demasiado pronto; no había vacunas en ese momento. El pico de infección se produjo en el mes de julio. Esto causó muchas muertes y sacudió el sistema sanitario. Esta precaria situación sanitaria se sumó a los graves problemas económicos derivados del bloqueo económico de Estados Unidos, la pérdida de turismo y el aumento del precio de los alimentos. Como resultado, hubo mucho descontento entre la gente. A través de las redes sociales se ha intentado desde Estados Unidos agitar ese descontento y canalizarlo en protestas. El intento acabó fracasando.
Una vez iniciada la campaña de vacunación en Cuba los resultados fueron espectaculares. El 20 de septiembre, al inicio de la campaña, todavía había diariamente más de 40.000 nuevas infecciones y 69 muertes. Hoy en día hay 120 nuevas infecciones y una muerte al día. En Cuba también se vacuna a los niños a partir de dos años. El 2 de diciembre el 90% de los cubanos había recibido su primera dosis. Es el segundo porcentaje más alto del mundo, después de los Emiratos Árabes Unidos, y el más alto de América Latina. En Bélgica estamos al 75%.
2. Desconfianza en las grandes farmacéuticas
A muchas personas no vacunadas en Europa les parece sospechoso que el gobierno proporcione vacunas gratuitamente. Hay que pagar cada vez más por otros medicamentos. La sanidad cuesta cada año más a los pacientes y ahora, de repente, todos “tenemos” que vacunarnos gratuitamente. ¿No hay nada detrás? ¿Se es un teórico de la conspiración si se hace esta pregunta?
La gente sabe que las grandes farmacéuticas sólo miran las ganancias y no siempre se toman en serio la seguridad de las personas. Entre 1940 y 1980 millones de futuras madres tomaron DES (dietilstilbestrol) contra los abortos espontáneos y en los años 60 se les recetó Softenon contra los mareos del embarazo. Esas decisiones produjeron miles de bebés deformes. En Estados Unidos Purdue Pharma, propiedad de la acaudalada familia Sackler, vendía hasta hace poco el potente analgésico OxyContin, sabiendo perfectamente que es altamente adictivo.
Purdue es responsable de la muerte de miles de estadounidenses y de la adicción de millones. El fentanilo, inventado por Paul Janssen, del gigante farmacéutico belga del mismo nombre (que ahora forma parte de Johnson & Johnson), es también un analgésico altamente adictivo que se podía adquirir libremente en Estados Unidos y que se promocionaba con fuerza. Johnson&Johnson fue condenada por su responsabilidad en este caso.
La gente también sabe que las compañías farmacéuticas están cobrando precios demasiado altos por sus vacunas contra el COVID-19 y que muy están subvencionados por el gobierno, pero se les permite quedarse con miles de millones de beneficios. Cuando estas mismas empresas dicen entonces que es necesario otra inyección de refuerzo, esto despierta comprensiblemente la sospecha, aunque la necesidad sea científicamente correcta.
¿Y en Cuba?
En Cuba no existe una industria farmacéutica privada. Todas las vacunas contra el COVID-19 las fabrican laboratorios biomédicos de propiedad gubernamental. El 80% de las vacunas utilizadas en los programas de vacunación del país son de fabricación nacional. Aquí no encontrará precios escandalosos ni beneficios usureros.
Desde la infancia toda a población está vacunada contra una serie de enfermedades, al igual que aquí en Europa. Este es uno de los principales factores del rapidísimo aumento de la esperanza de vida en Cuba en las últimas décadas. En Cuba la esperanza de vida es mayor que en Estados Unidos y la mortalidad infantil menor. En los últimos meses se ha demostrado que las vacunas también son muy eficaces. Por eso no es de extrañar que cualquier persona cubana no solo confíe en sus empresas farmacéuticas nacionales, sino que se sienta orgullosa de ellas.
Desconfianza en la ciencia
La ciencia real y la pseudociencia se utilizan a menudo para hacer publicidad de todo tipo de cosas aquí en Europa: suplementos alimenticios, pañales perfectos, productos para crecimiento de pelo, móviles supersónicos… A consecuencia de ello la ciencia ha perdido gran parte de su estatus para muchas personas. Los frecuentes fraudes de investigación y a gran escala (pensemos en el dieselgate) hacen que la gente sospeche aún más.
Además, muchas personas salen de la enseñanza secundaria o superior sin ser capaces de entender las estadísticas o su representación en los artículos. “Hay tantas personas vacunadas como no vacunadas en el hospital, ¿no?”. Todo esto explica que grandes grupos de personas se sientan atraídos por teorías oscuras o, al menos, quieran tomarlas en serio porque piensan que “ellos” están tratando de hacernos creer algo. Que “ellos” quieren obligarnos a cumplir con una serie de cosas: pasaporte COVID, vacunas, etc. “Ellos” es, entonces, una amalgama de políticos, expertos y medios de comunicación.
¿Y en Cuba?
En Cuba la gente se enfrenta a la publicidad profesional solo muy esporádicamente. La ciencia llega a la gente a través de la educación -de alta calidad- y de medios de comunicación no comerciales. Incluso antes de la primera infección se explicó a todos los cubanos en la televisión qué es el COVID-19, cómo se desarrolló la pandemia en todo el mundo, qué se puede hacer al respecto y, por consiguiente, qué medidas se iban a tomar.
La población cubana sabea que sus científicos trabajan por el bien común de su país. La población lo constata casi todos los años, por ejemplo, en las evacuaciones preventivas de los pueblos y ciudades que se encuentran en las rutas de los huracanes, trazadas por los mejores meteorólogos del mundo. Vió cómo el VIH se contuvo rápidamente con un fuerte compromiso de prevención, cómo el dengue y el zika (1) se tratan de forma científica, eficiente y transparente, lo que tienen como resultado un número mínimo de víctimas.
4. Desconfianza en la solidaridad
Una gestión eficaz de la pandemia presupone solidaridad. La mayoría de la población, que personalmente tiene poco que temer de la enfermedad, debe solidarizarse con las minorías de personas (muy) mayores y físicamente débiles. La vacunación es importante para un hombre o una mujer normal, y también para los niños, para reducir la circulación del virus en la comunidad lo antes posible en favor de los más débiles. La mayoría de la gente -también en Europa- considera que eso es una razón suficiente para participar. Esto también se aplica al cumplimiento de las medidas de seguridad.
Es realmente sorprendente que no haya más gente en Europa diciendo: “Estoy lo suficientemente sano y fuerte, no necesito una vacuna, el resto tiene que hacer lo suyo”. Toda la cultura comercial y neoliberal de aquí le recuerda a la gente a diario su deber de desarrollarse, de hacerlo cada vez mejor en la vida, entiéndase, ser más rico. El ideal es la autonomía absoluta, no depender de los demás, ni mucho menos del ‘Estado’, pues de lo contrario se es un aprovechado. Los sindicatos son entonces los protectores de esos ‘aprovechados’. Hay que desengrasar el Estado, recortar la asistencia social y sanitaria. Esa no es precisamente una cultura que fomente la solidaridad.
¿Y en Cuba?
Las y los cubanos no están en una situación de competencia o de ‘sálvese quien pueda’. La población cubana sabe por experiencia que solo juntos pueden afrontar los grandes retos del país. Superar los problemas juntos es a lo que están acostumbrados, desgraciadamente hoy más que nunca. Ayudar a los vecinos, limpiar el barrio juntos, celebrar reuniones y tomar decisiones juntos en el lugar de trabajo, etc., es su forma de vida.
La solidaridad forma parte de su ADN. Durante décadas han enviado médicos, enfermeros y profesores al resto del mundo. Un pequeño país de once millones de habitantes, con diez veces menos recursos que Bélgica, envió médicos a luchar contra el COVID en lugares tan lejanos como Italia.
Esta actitud y forma de vida es la cuarta razón por la que hay pocos o ningún antivacunas en Cuba.
Nota:
(1) El dengue o fiebre del dengue es una enfermedad infecciosa sistémica aguda causada por el virus del dengue y transmitida por mosquitos. El zika es un virus que provoca fiebre y puede tener graves consecuencias para los fetos.
(Tomado de Rebelion)