Algunas jóvenes se tatúan parte del cuerpo por estar a la moda; para dejar en su piel un recuerdo que le causó sentimientos profundos; por práctica ritual, para protegerse de una energía negativa que los acosan, entre otros motivos…
Y los tatuadores los realizan como actividad económica o por manifestar su arte, pero deben estar conscientes de que al modificar el cuerpo de otra persona es bajo responsabilidad mutua. Los antiguos reverenciaban algunos códigos establecidos, por el grado de compromiso que adquirían.
Al encontrarse una momia del neolítico en los Alpes, pudo determinarse que los primeros tatuajes empezaron a hacerse en torno a los 7 000 años antes de nuestra era. Desde entonces, son muchas las costumbres y creencias: en Egipto pensaban que tatuarse era cosa de mujeres. Los aztecas marcaban a los más pequeños para rendir pleitesía a sus dioses. En la civilización romana lo usaban como estigma que acompañaría de por vida a los criminales y delincuentes. Sin embargo, en occidente, el catolicismo consideraba el cuerpo propiedad de Dios y los tatuajes eran un sacrilegio, un atentado al templo del Altísimo, por lo que estuvieron prohibidos.
No fue hasta la década de 1960 cuando los tatuajes vivieron un resurgimiento gracias al movimiento hippy. Desde ese momento, se han ido extendiendo.
Pero si decides tatuarse te recomiendo que busques el lugar exacto de tu cuerpo, esa parte que menos se arruga con el tiempo, para que muestres a tus nietos pasión, amor, arte y sabiduría de una juventud caducada.