Hace poco un amigo me comentaba su preocupación por el resquebrajamiento de los valores humanos en la sociedad actual, incluso, me ponía ejemplos muy bien fundamentados, y aunque coincido con él en algunas aristas, no todo en este tema se tiñe de negro y blanco.
Me ponía ejemplos de faltas de respeto hacia los adultos o ancianos por parte de muchas personas, lo mismo en el seno familiar que a escala social. Otros de los elementos que mencionó fue el desamor y el egoísmo que se ha desatado en algunos, a quienes solo les interesa lo material, dándole un jonrón a lo espiritual, para sacarlo del gran juego de la vida.
Luego de reflexionar sobre el tema y unir mis vivencias diarias, tuve que darle la razón. Recordé que hace unos días subí a una guagua de transporte urbano y al pasar al fondo pude apreciar a una señora de unos 60 años, la única en el pasillo, que se mantenía de pie, mientras 14 hombres -y tuve el placer de contarlos- de todas las edades se mantuvieron sentados e impasibles.
En aquel momento sentí deseos de encararlos, preguntarles, pero sentí vergüenza, por lo que no me atreví, y de esta manera, sin proponérmelo, formé parte de la desidia y el desamor.
¿Dónde quedaron la caballerosidad, la bondad y la solidaridad? Es una buena pregunta.
A veces en las colas aprecio que el afán por comprar o por pasar primero en las filas nos hace insensibles y poco humanos. Ejemplos de personas que con sus ofensas minimizan a los más endebles como ancianos, embarazadas, enfermos y limitados, sobran.
Las malas palabras en la calle, el maltrato a animales, la violencia entre humanos, el engaño o la estafa en la comercialización y la falta de honradez pululan entre algunos que equivocaron el rumbo de la vida, dándole importancia solo al fajo de billetes, a la prepotencia y a las manifestaciones soeces y ofensivas.
Sin embargo, en mí florece la confianza, porque ni aún los tiempos duros doblegan las intenciones correctas y los actos altruistas de los hombres de bien, que para ser justos son los que más abundan.
Viene a la mente entonces la etapa dura de la COVID-19, cuando la muerte acechó de cerca a todos y no respetó edad ni sexo, a nuestro alrededor apreciamos a médicos, enfermeros, laboratorista, camilleros, personal de limpieza… que arriesgaron su vida -incluso algunos la perdieron- para salvar la de otros muchos.
Vimos cómo, cuando todos teníamos miedo al contagio, maestros, docentes, instructores y trabajadores de Educación, del Inder y Cultura limpiaron los hospitales y entraron a las zonas rojas de los centros de aislamientos.
En lo particular, asistí durante toda esa etapa al Hospital Oncológico de Pinar del Río y al Abel Santamaría y allí aprecié a médicos, especialistas, técnicos y a todo el colectivo luchar codo con codo para atender a sus pacientes. Así fue en cada hospital, profesionales humanos que lucharon hasta el cansancio.
Entonces estamos a salvos y así nos lo aseguran miles de ejemplos como esos hombres y mujeres que nunca han dejado de extender sus brazos para donar de forma voluntaria su sangre generosa.
Hablo de hechos pasados, pero que están presentes en este pueblo, por tanto, solo queda reflexionar y afanarse por erradicar cada vez más los modelos negativos.
Y aquí podría mencionar a cada trabajador honesto que desde su puesto de labor cumple con su objeto social y trata a los demás con respeto.
Qué bueno saber que podemos aspirar a una sociedad y a un barrio en el que primen valores como el amor, la bondad, confianza, honradez, justicia, respeto, responsabilidad y solidaridad.