Era día de fiesta. Aun sin pasar la verja ya tarareabas las mismas canciones que amenizaban tus días escolares. Adentro, un enjambre de pequeñas abejitas daba los toques finales a su espectáculo. Una voz autorizada conducía a los recién llegados al lugar donde podían cambiarse y maquillarse.
La primera casita infantil creada en Cuba cumplía 29 años. En predios de la empresa pecuaria genética Camilo Cienfuegos, en tierras ganaderas de Consolación del Sur, los Futuros Vaqueritos, sus padres y “tatas” celebraban otro aniversario.
Los colmeneros bailaron, recitaron, cantaron. Algunos se impresionaron con la multitud y decidieron permanecer en silencio. Luego aparecieron los invitados, parte de la joven vanguardia artística pinareña que acudió al encuentro.
Las ocurrencias del payaso Papelón, las adivinanzas de Lisandra, las historias de Luisiño, la música del fagot de Marlenis dibujaron más que sonrisas en los pequeños, en los adultos, en el entorno, en la comunidad.
Se respiraba la alegría espontánea que sienten los niños cuando le zarandean la imaginación. Se notaba en sus rostros la emoción de que al lugarcito donde pasan la mayor parte de sus días llegaran unos desconocidos a regalar fantasía, arte.
Entonces pensé al instante en tristes episodios de algunos centros escolares y actividades para niños en edad de círculo infantil. Incluso, recordé varios videos que recorrían las redes de alumnas de primaria “perreando” en el aula, a ritmo del más grotesco reguetón.
Lo peor es que son los propios pequeños quienes prefieren que su fiesta la amenice lo más reciente de la farándula que una canción de Liuba María Hevia, y más triste aún es que cuente con la anuencia de los maestros, y que luego los padres le “rían la gracia”.
Que una celebración pioneril se convierta en pista de baile para mostrar el baile de Anitta, (busque en Youtube por si no lo ha visto), corear el estribillo de los últimos hits de La Diosa o Chocolate, por citar algunos ejemplos, se aleja mucho de los preceptos que defiende la escuela cubana como centro cultural más importante de la comunidad.
No es cuestión de atacar al género ni atacar preferencias, pues si desde casa nuestros hijos acostumbran a oír esa música, es normal que sea lo que prefieran cuando están de fiesta. Pero a la escuela no solo le toca formar valores, sino ser paradigma, ejemplo y garantía de que entre sus muros se prepara un futuro mejor.
La temprana hipersexualización que, a veces de manera inconsciente, le imponemos a los pequeños desde la casa y también en la escuela, puede parecer un juego. Pero a la larga tiene un impacto en la formación de su carácter, su personalidad, sus actitudes.
Y es doloroso que muchos vean esos pasajes como algo normal, cotidiano; aspectos que pasamos por alto o no nos detenemos a analizar por la vorágine de la rutina diaria y el cúmulo de problemas y carencias que “pugilatean” constantemente en nuestras cabezas.
Por eso me quedo con la imagen de los Futuros Vaqueritos, de la niña flor que permanecía casi inmóvil para no dañar su atuendo, de las carcajadas de los padres con las ocurrencias del payaso, de los aplausos después de adivinar los acertijos, del canto a coro de canciones de Silvio, de Liuba, de siempre.
Me quedo con los rostros deslumbrados, las manitas inquietas de aplaudir, el agradecimiento de la voz autorizada que conducía a los recién llegados, los videos de los padres orgullosos del talento de sus hijos, el arte joven que tenemos y a veces subestimamos.
Me quedo con la primera casita infantil creada en Cuba, esa que como muchos otros centros aún se aferran a los principios que la forjaron, a cultivar la niñez y no a empañar la inocencia. Me quedo con ese día de fiesta.