La anécdota que les contaré es de una originalidad tal, que si alguien recuerda algo parecido le ruego me lo haga saber. Se trata de un gallego rancio, de hablar con la zeta, que dirigió un equipo de pelota, nada más y nada menos que en uno de los circuitos amateurs más fuertes antes de 1959: la liga Pedro Betancourt.
La tierra matancera es fértil en azúcar; petróleo; poesía; viandas y el turismo, con ese Varadero irrepetible; también lo es en béisbol. Solo recordaré que de allí brotaron dos de los más grandes peloteros de la época prerrevolucionaria: Martín Dihigo (El Inmortal) y Orestes (Minnie) Miñoso. Hecho el comentario inicial, vayamos al meollo de la cuestión.
Mi tío, Ramón (Mon) Goenaga, me contó que en aquel circuito, por los primeros años de la década del ´50, en el pueblo de Perico había un equipo que competía en los primeros niveles. Entre las personas con cierto poder adquisitivo hacían una colecta semanal para pagar viajes, comidas y otros menesteres a los peloteros que reforzaban el team.
Por aquellos días les llegó la noticia de que en el antiguo central Álava –hoy México–, cerca de San José de los Ramos, había un pelotero joven que prometía mucho. Allá fueron a verlo, le ofrecieron siete pesos por semana y el muchacho viajó a Perico para integrar el equipo. Al negrito (su piel tenía ese color) lo probaron en tercera base, pero no llenó los requisitos. Después en el short y en segunda; no era lo que buscaban.
Nemesio Acosta, el señor que recolectaba el dinero, se reunió con el mánager y los fanáticos contribuyentes, dentro de los que estaba mi tío; había que darle la mala noticia al muchacho del central Álava, el cual estaba convencido que sus sueños comenzaban a hacerse realidad. La conversación fue más o menos así:
-Mira muchacho, tú tienes futuro, pero estás muy verde, vas a necesitar tiempo y nosotros no podemos seguirte manteniendo por acá.
El jovencito oyó a Nemesio con humildad, mirando al suelo. Poco a poco levantó la cabeza y miró desconsoladamente al gallego-mánager, tenía una esperanza, un aliento.
El inquisidor, cuando vio aquellos ojos suplicantes, dictaminó:
-Mira muchacho, tú estás verde, no tienes posibilidades.
Ante la insistencia lacrimosa y como para no dejar margen a equivocación, tajantemente sentenció:
-Para serte franco, el día que tú seas pelotero yo voy a ser cura.
Frase final. Recogió sus cosas y se fue, sin decir palabra alguna, respetuoso.
Pasó un tiempo relativamente corto. Con la excepción del gallego-mánager, los participantes en aquella conversación en forma de ultimátum fueron hasta el entonces Gran Stadium de La Habana, hoy Latinoamericano, para ver un juego del Almendares. Allí estaba, como regular, en aquel tremendo team, nada más y nada menos que el negrito rechazado en Perico por un equipo de mucha menor categoría.
Al verlo, todos corearon su nombre. Se identificaron como “la gente de Perico”. El ya peloterazo los distinguió en las graderías, sobre el dugout de tercera y les contestó que después iba a saludarlos.
Al concluir el juego se acercó a los periquenses. Sus primeras palabras fueron:
-¿Cómo está la gente de Perico? Vengan acá ¿aquel gallego que era mánager, todavía está allá? Respuesta afirmativa.
-¿Y se hizo cura? Ahora fue negativa.
-Bueno, díganle que ya soy segunda base del “Almendares”, que este año voy para las Mayores y que él ni siquiera ha llegado a sacristán.
Evidentemente, la profecía del gallego-mánager no se cumplió, no pudo adquirir el olfato beisbolero que está en la sangre del cubano. Le hubiera ido mejor profetizando toreros, porque aquel negrito sería, nada más y nada menos, que el sensacional Tony Taylor, cuya combinación hizo época alrededor de la segunda base con Willie Miranda y es uno de los pocos cubanos que ha bateado más de 2 000 hits en las Grandes Ligas.
Así de anecdótica, pintoresca, sublime y genuina es la pelota cubana desde hace siglo y medio.