Basta verla sonreír cuando habla de su trabajo para entender cuánto le gusta. Es de esas mujeres que surgieron del campo listas para enfrentarlo todo. Y así se nota al cruzar apenas las primeras palabras.
A Marialina Calero Hidalgo todos la conocen por Puchita. Desde los 19 años decidió vincularse a la ganadería y ha pasado más de tres décadas en el oficio. Hoy es la jefa de la Lechería número 2, dedicada a la cría de búfalos, perteneciente a la Empresa Pecuaria Punta de Palma.
NADA COMO EL BÚFALO
“Nadie me enseñó a manejar el ganado ni estudié para eso. Pero nací en el campo y éramos cuatro hembras que desde chiquitas hacíamos de todo con mis abuelos: sembrar arroz, enyugar bueyes, ensillar una araña… lo que hubiera que hacer”, dice cuando le pregunto cómo aprendió el oficio.
En 1991 Puchita comenzó a trabajar como ordeñadora en una vaquería. En 2002 la trasladaron para el emplazamiento actual, hasta que en 2009 se sustituyó el ganado vacuno por el bufalino.
“El búfalo es mejor en todos los sentidos. La mayoría de la gente piensa lo contrario, pero con ellos se trabaja mucho más fácil que con las vacas. Son incluso más dóciles, está demostrado. Por ejemplo, una vaca parida guapa te va arriba si te ve cerca del ternero. Las búfalas no, puedes hasta caminar dentro de ellas; el búfalo anda en manada, les das un grito y vienen todos, al ganado vacuno hay que ir a buscarlo al monte”, explica.
Además de Puchita, en la lechería hay solo tres trabajadores, entre todos se encargan del manejo, del trabajo técnico y de las labores de limpieza y pintura. Cada día, a las cuatro de la mañana inician el trabajo de ordeño.
“Tenemos 43 hembras, 30 terneros y un semental. El ordeño es mecanizado, pero cuando no hay electricidad es a mano. Ahora estamos en periodo de sequía y también las hembras van llegando a los 240 días que es lo que dura la lactancia, pero a partir de junio comienza la temporada alta.
“Ya hicimos el diagnóstico y casi todas están gestando, aquí siempre cumplimos y hasta sobrecumplimos el plan de entrega al Combinado Lácteo. Hemos llegado a acopiar hasta 260 litros diarios”, comenta.
En la lechería, ubicada en la zona conocida como Chamizo, se trabaja fuerte, y en dependencia de la producción y de la calidad de la leche que entregan está el salario. Hay meses en que cobran entre 30 000 y 40 000 pesos.
Durante la etapa de mayor producción la jornada laboral se extiende. Hay que levantarse a las tres todos los días. “Mi trabajo termina alrededor de las 10 de la noche, en dependencia de lo que haya que hacer después en la casa.
“Aquí siempre hay algo que hacer, no es solo el ordeño, sino chapear, cercar, limpiar, pintar, además del trabajo técnico con los animales. A veces tengo que salir a caballo por el potrero o descornar un bucerro, como se les dice a las crías”.
Nunca ha tenido que lamentar un accidente con algún animal, insiste en que son muy mansos y que además ya están adaptados al manejo y al trato que les dan. “El vacuno es un ganado de mucho más temperamento. El búfalo es más inteligente, robusto y resistente a las enfermedades. Claro que los que andan silvestres pueden atacar, pero una vez que están bajo manejo son inofensivos.
“Nuestro ganado está muy bien controlado. Ellos pastan en cuartones radiales que tenemos en las siete caballerías que abarca la lechería, además tenemos la cerca perimetral casi completa y estamos al pendiente todo el tiempo”.
Confiesa Puchita que quien se adapte a trabajar con búfalos no quiere después volver a hacerlo con una vaca.
“En tiempo de sequía el vacuno se cae, como dice uno, y se vuelve nada, pero los búfalos no. Ellos guapean, comen de todo. Estos animales son inmejorables, dan la misma cantidad de leche que una vaca. Yo tengo una ahí que recién parida da 15 litros”.
Para quien no conoce el ramo, es difícil distinguir un búfalo de otro cuando hay una manada pastando. Es entonces cuando quedas boquiabierta al enterarte de que no es solo el marcaje al fuego, la presilla o el número lo que las diferencia, sino que cada cual tiene su nombre.
“Las conozco a todas, tienen su nombre, y el bucerro responde por el nombre de su madre. El semental, por ejemplo, se llama Federico. A la hora de ordeñar, cada una sabe el cepo que le toca y su turno. Hay quien la conoce por la ubre porque está adaptado a ordeñar, otros por la cabeza. Yo sé cuál es cuál como la pongan.
“Esto tiene lo suyo…”. Puchita sonríe, como quien se ufana de conocer y amar lo que hace. “Pueden venir cuando quieran a la hora del ordeño para que vean que es cierto”.
Nos despedimos con la promesa de regresar un día de madrugada a contemplar tal espectáculo. Al mismo tiempo me reafirma que hace lo que gusta y que en ello seguirá mientras la salud se lo permita. “No le tengo miedo al trabajo”.