“Voy al parque, mi prima me dijo que me conectara para una videollamada”, explicó la joven a su compañera de trabajo. Mientras salía de la oficina, la otra le alertó: “No te demores, que la jefa está…”, cejas arqueadas y una mueca con la boca dieron cierre a la frase, la primera giró sobre sí misma y replicó: “Que esté como quiera estar, mi prima es la que me mantiene con 40 dólares mensuales y no el salario que me pagan aquí”.
Más allá de lo apegada a la realidad de la escena, preocupa que cuando el trabajo deja de ser una fuente de riqueza se pierde parte de la motivación, porque el individuo vende sus conocimientos, habilidades, experiencias y fuerza, a cambio de remuneración.
Cuando los beneficios devengados por esta transacción son insuficientes para satisfacer necesidades perentorias, es lógico que el trabajador sienta poco interés por la labor, si, además, carece de las condiciones óptimas para su realización, es como pedirle peras al olmo.
No obstante, muchos siguen poniendo el extra en cada jornada, incluso para disimular ante clientes, usuarios, pacientes, educandos, familiares… las carencias y colocan sobre sus hombros un poco de la carga ajena por responsabilidad, empatía, bravura, amor, abnegación… esos son héroes anónimos que se enjugan las lágrimas a escondidas, cuando se las permiten, y tragan en seco la amargura para devolverla como sonrisa con la que iluminar sus rostros.
De ellos hay muchos en este país, que comparten el medicamento hasta con un desconocido que encuentran por azar solicitando ayuda en las redes sociales, y dan, no lo que les sobra, sino lo que tienen para socorrer a alguien.
Sin embargo, volviendo al inicio, nadie debería de vivir a expensas de otro, menos si trabaja y aporta a la sociedad. La economía cubana es hoy un entramado de difícil acceso; crecen los profesionales que renuncian al ejercicio de su profesión por oficios mejor pagados, los que encuentran en el lucro de revender el pretexto exacto para desvincularse de entidades estatales.
Y Cuba deberá salir a flote con un poco de todos, sin importar las formas de propiedad, pero para emerger juntos hay que dejar esta tendencia a la autodestrucción social, no debemos comernos nosotros mismos en una lucha desenfrenada en la que quienes más tienen parecen incapaces de saciar el apetito por ingerir a sus iguales desposeídos.
Pareciera que la formación de precios responde más a una subasta que a alguna ley económica apegada al juicio y a la mesura. Me pregunto si alguna vez en el momento de fijar una tarifa de venta, con margen comercial excesivo, sea cual sea el vendedor y su forma de gestión, ¿hay un pensamiento para esas familias que no podrán comprarlo?
¿Cuándo esos, con desmedidos deseos de formar capital, aplicarán normas elementales como que el precio de las presentaciones de gran formato no es la suma de las pequeñas por unidades, que debe llevar un incentivo de ventaja económica aparte de la cantidad? Y esta pregunta es solo una, sencilla y elemental, porque son muchos los desatinos entre los que se encuentran el mal servicio y la incapacidad de distinguir entre clientes y usuarios.
Si a la inflación sumamos las malas prácticas, el egoísmo y la falta de empatía estaremos destruyendo la esencia humana, porque entre quienes han perdido su poder adquisitivo hay muchos de los héroes anónimos. Sirva de ejemplo un matrimonio: ella doctora, él profesor, cuyos respectivos aumentos salariales se esfuman en dos paquetes de leche en polvo, uno para la nieta, hija de jóvenes galenos, y otro para ellos.
Algunos sortean escaseces por la generosidad de familiares, otros con esfuerzo constante y duro, pero hay quienes lo hacen desde la indolencia, y en el desprecio por sus semejantes, olvidan que, incluso con grandes sumas de dinero encima, a veces se necesita ser salvados. Los superhéroes de este tiempo no aterrizarán con capa y máscara, están en cada lugar donde hay alguien tratando de ser puente y no abismo.
Y si de salvar se trata, pongámonos a buen resguardo de decisiones electivas, y en esta Isla, construyamos un arca para todos los cubanos.