Cuando trabajo con jóvenes y escudriño en sus formas de ver la vida, ya sea en la Universidad o como periodista, siempre recuerdo las ocasiones, no pocas, en que mi abuela interrumpía los pactos de cofradía que inscribía con mis amigos. “Esta juventud está perdida”, decía, mientras nosotros seguíamos entre risas imaginando cómo tomar el cielo por asalto.
Nos ha pasado a muchos o a casi todos. Recibimos, cada cual en su momento, el juicio cortante de los más adultos que nos compararon con lo que son y no con lo que fueron en aquellos años mozos donde energía y sueño vencían a la tristeza y los momentos amargos. Con los años reproducimos el mal hábito de descreer en los jóvenes, tildarlos de inmaduros, a veces menospreciar sus ideas quijotescas o condenarlos porque nunca saben de dónde salen las cosas o no les importa nada.
Apegados a las generalizaciones, ya no nos basta con referirnos a alguien en particular o grupo específico, sino que, para mal mayor, hablamos de los jóvenes de una sociedad, del todo y no de las reducidas partes que lo componen, a pesar de que datos del contexto refuten tales premisas.
En el último año, el coronavirus y sus impactos en el país han debilitado tal estereotipo, al colocar a la juventud en el papel protagónico de muchos frentes, reafirmándose, nuevamente, que, entre internet, baile y sentido del humor, los jóvenes cubanos están seriamente comprometidos con el momento y la circunstancia que viven.
Decir que todos es igualmente reduccionista. Por características propias de la etapa, son ellos los de mayor vulnerabilidad a las trampas luminosas de las sociedades de consumo, pero hay muchos que en Cuba, sin renunciar a aspiraciones por vivir con dignidad y calidad, ponen los intereses colectivos por encima de los propios, se conmueven con el dolor ajeno y se preocupan por los destinos de su pueblo.
Un ejemplo reluciente, por estos días, son los jóvenes de la comunidad universitaria (profesores, estudiantes y técnicos) que apoyan en los centros donde se aíslan los viajeros para el control epidemiológico. Zona verde y roja se les llaman. Aquella contempla las áreas periféricas y ésta el sitio de estancia hasta que reciben el alta, según el protocolo establecido por el Ministerio de Salud Pública.
En la roja, la de contacto directo, la de peligro real más allá de las medidas de bioseguridad, están los jóvenes que entrevistamos, vía online. Son ellos quienes trabajan para higienizar el ambiente y llevar a cada cama comida, palabra precisa y sonrisa perfecta.
“El equipo lo conformamos cinco profesores, un técnico de laboratorio de Informática y cuatro estudiantes. Las actividades inician a las seis de la mañana con la clasificación y conteo de la ropa de trabajo, sábanas y toallas que se llevan a la lavandería, luego a las 7:30 entra en acción un grupo encargado de la alimentación que se dedica a organizar y repartir el desayuno, almuerzo, comida y meriendas, que terminan alrededor de la siete de la noche.
“Limpiamos las áreas de estancia, cargamos el equipaje de los viajeros, les garantizamos una estancia grata que los haga olvidar su condición de pacientes y la vulnerabilidad a una epidemia tan severa”, contó el joven profesor de Matemática Serdaniel Nieves Pupo, doctor en Ciencias y presidente de la Sociedad Cubana de Matemática y Computación en Pinar del Río, quien estuvo al frente de la brigada que prestó servicios en la Sede Rafael María de Mendive del siete al 17 de febrero.
Erik Herrera González también formó parte de ese grupo. Es profesor de Geografía, graduado el pasado julio. Hoy funge como adiestrado en la Universidad de Pinar del Río y en su primer alegato, enfatizó: “Nada me obligó a estar aquí, solo mi conciencia de la necesidad que tiene el país y de lo recio que nos ha llevado este virus. Este es el peor momento de la pandemia, muchos quieren que se acabe, pero será posible cuando muchos más den el paso al frente”.
No juzga a quienes no se han incorporado, a los que nunca han apoyado. Entiende que hay muchachos con enfermedades predisponentes como hipertensión o diabetes y otros que tienen miedo, un sentimiento que, con total naturalidad, aflora en este lugar y bajo estas circunstancias.
“Hemos atendido personas que han dado positivo justo en el momento que nosotros hemos tenido que distribuir la comida, por ejemplo. Nos lavamos las manos más de 30 veces al día, tenemos todos los medios de protección, nos cuidamos entre todos, pero asusta siempre, aunque la sensibilidad por apoyar es lo más importante para nosotros y jamás vamos a tratar a nadie como una amenaza”, relató.
En el primer frente de esta batalla, dos mujeres resaltaron con labores de hormigas bravas. Rocío Morejón Fonte y Wendileidys Duartes Castillo, estudiantes de Español y Literatura, en segundo y cuarto año, respectivamente, dieron el paso por encima de los temores de sus familias.
Para ellas quedó relegada la lectura de libros clásicos y el repaso de reglas gramaticales. Se desempeñaron como pantristas, alcanzando con presteza las seis comidas asignadas a cada ingresado. “La Universidad la presenta como tarea de impacto a la que los estudiantes se suman con carácter voluntario. Yo vine por la experiencia que esto representa para mí y porque no siempre la sociedad necesita tanto de nuestra ayuda. Si nos ha servido desde que estamos en el vientre de nuestras madres, ya es el momento de retribuirle”, testimonió Rocío.
“Mi familia entiende, pero no dejan de sentirse preocupada. Les digo que si me gusta integrarme es porque lo aprendí de ellos. Saben que tengo razón, por eso al final apoyaron mi decisión. Mi novio también entendió, me conoce, sabe que soy responsable y que no entiendo cuando de hacer por la Revolución se trata”.
Wendy, por su parte, siempre ha estado pensando como contribuir al país más allá del ámbito de la clase. “No había encontrado antes otra forma de hacerlo, y el llamado de la Universidad me dio esa posibilidad. Convencí a mi novio de sumarse y estamos tratando, a través de las redes sociales, que otros tomen conciencia, quitarles el estigma. Estos no son tiempos de miedo. Hay que cuidarse, pero hay que echar para adelante”.
Para ambas, el contacto con Gael ha sido de las experiencias más trascendentes de estos días. Un bebé de dos años se escondía cuando llegaban hasta él con la comida. “Al principio tenía pánico a los trajes, a los carros, máscaras protectoras, pero ya nos conoce y nos tira besos por debajo del nasobuco. Estamos muy pendiente del resultado de su PCR, rogando para que esté negativo, para que esté bien”, contaron por mensaje de voz.
Sobre la participación de más jóvenes en la tarea, las chicas tienen inconformidad. Piensan que pueden sumarse más una vez adquieren conciencia del momento por el que transita el país, que dejen de pensar en sí mismos para ponerse en el lugar de los necesitados. Sin embargo, para el doctor Serdaniel, también coordinador de la carrera Licenciatura en Educación Matemática, la paja no cae en el ojo ajeno: “Pienso que si la participación de jóvenes de la Universidad no ha sido la esperada no es porque no quieran o no estén dispuestos, sino porque ha faltado convocatoria y promoción de las actividades que aquí se desarrollan. Si eso se hace organizada e intencionadamente muchos sí se van a incorporar. Jamás perderé esa confianza”.
En la noche, mesas de dominó y el repaso de las anécdotas mitigaron el cansancio físico del intenso día. La realidad cubana actual puesta a debate, en clave juvenil, apasionada, convencida. Mientras algunos compatriotas y contemporáneos se extravían en el ocio y la improductividad, a estos, que juntos fueron mucho más que diez, les quedó para siempre una verdad, de buena fe: “No, que va, no hay heroísmo. Vine a darle un beso al mundo y nada más”.