Tuve que mirar varias veces para cerciorarme de que era ella. Ante mis ojos se derrumbaba la imagen que tanta admiración y respeto inspiraba cuando impartía sus clases de Historia. De los recuerdos de aquella maestra de Primaria quedaba solo una vaga figura, sumergida ahora en un contenedor de basura.
Escenas como esas, más que sorprender, entristecen. Los ejemplos son inimaginables, las historias desgarradoras. ¿Cómo puede cambiarle tanto la vida a una persona? ¿Cuánto hay de pérdida, de necesidad, de abandono en tales imágenes?
Es innegable que el incremento de los llamados “buzos” se ha convertido en un fenómeno social en el país y, lamentablemente, golpea a dos de los sectores más vulnerables de la sociedad. Aunque cueste y duela reconocerlo, son los adultos mayores y los niños quienes más “escarban” en los basureros.
Hace 10 o 15 años no veíamos en Cuba un panorama similar, por aquel entonces, el “buzo” se limitaba, casi siempre, a ensartar latas en un palo con punta, para ni siquiera entrar en contacto con los desechos. Hoy se sumergen en busca de mucho más, sobre todo, restos de comida y hasta algún harapo o zapato viejo que se pueda aprovechar.
En esa época, nos asombraba ver, en los segmentos de noticias internacionales o en las telenovelas, lo común que era que niños y adultos vivieran en las calles a expensas de lo que recolectaban en los vertederos. Hoy somos expresión viva de esa realidad.
Recuerdo que hace unas décadas, al caminar las principales calles de la ciudad, sabías dónde pernoctaban esos personajes que acostumbraban a abordarte y pedirte “alguito” para beber o fumar. Hoy no caminas una cuadra sin que te tropieces varias veces con ancianos pidiendo dinero para comer.
En los vertederos, donde se vierten los desechos que los camiones de Comunales recogen cada día, los buzos tienen su territorio definido, y allí también se persiguen más que latas y botellas para materia prima.
Y qué decir de lo que el fenómeno representa para la higiene comunal y social. ¿Cuántas enfermedades o infecciones se manifiestan luego en el organismo de quien pasa la mayor parte del día sumergido en un latón de basura? ¿Cómo atender a tiempo un padecimiento a consecuencia de ese hábito, más aún con la poca disponibilidad de recursos con que cuenta Salud Pública?
Este tipo de panoramas no es solo el reflejo de la compleja situación económica que atraviesa el país, sino de la escasez, el abandono y el desamparo a una parte vulnerable de la población, que evidentemente no es atendida como se debe. Y todo ello se une, como un combo, a las disímiles fracturas de la familia cubana actual, ya sea por la migración o los conflictos generacionales.
Mucho se habla del envejecimiento poblacional en Cuba y de la necesidad de que nuestros mayores envejezcan con dignidad, pero su protección, en todos los sentidos, sigue siendo una asignatura pendiente en las políticas sociales que deben velar por que eso suceda.
Urge transformar esa cruda realidad que vivimos, que nos duele y deja cicatrices bien profundas. Urge borrar imágenes como las de esa maestra que dedicó su vida a formar el futuro, y que, irónicamente, el suyo no es más que vivir de la basura.