Hace poco leía un artículo excelente publicado en La Jiribilla sobre los factores que legitimaban la obra de arte: hablaba sobre mercado y crítica, pero apuntaba la conclusión siguiente:
“…existe algo que es capaz de valorar una obra de arte en cuanto al pasado, al presente y al futuro juntos. Ese algo es alguien que se llama tiempo. Él es el crítico más justo y el comprador menos especulativo. Solo el tiempo es capaz de apreciar en su justo valor, y valorar en su justo precio, ya que considera a la obra de arte en su devenir. El mercado y la crítica elevan o hunden; el tiempo inmortaliza o mata”.
Sin embargo, cuando una obra sobrevive a su propio contexto ¿quién la saca a la luz pública? ¿El tiempo? Solo si tuviera manos y pies.
Por supuesto, que las buenas obras de arte transgreden su momento histórico, pero son los especialistas (curadores, arqueólogos, historiadores del arte, marchantes, restauradores…) los que ponen su ojo avezado sobre ellas y las develan ante el mercado.
La obra de arte se legitima por tres factores: la crítica, el mercado y la institución. Pueden estar presentes como triadas o solo uno de ellos. Incluso, agregaría un cuarto factor al que se le deben muchas de las piezas que hoy conforman la historiografía del arte: la ciencia.
La crítica
Promociona sea negativa o elogiosa. El discurso del crítico es un acto creativo permeado por la subjetividad y el conocimiento académico; pero es también un ejercicio de comunicación. El crítico es un promotor que contribuye con su práctica a atraer/crear públicos.
Mientras mejor currículo tenga el crítico, ya sea por lauros en su trayectoria o por publicaciones especializadas que lo avalen, más peso tendrán sus palabras en la palestra pública. Por tanto, su juicio será medidor para galeristas, instituciones, coleccionistas, sponsors, productores, etcétera.
El mercado
¿Todo arte es comercializable? ¿Quién le pone precio al arte? ¿La obra tiene un “valor” objetivo?
Hoy en día es “vendible” hasta un frasco vacío, siempre que alguien esté dispuesto a pagar por él. El precio del producto artístico lo fija el propio mercado, conformado por agentes individuales e instituciones que se dedican a la explotación comercial del arte. El valor del arte tiene pautas objetivas que definen su precio como: el nombre y reputación del artista, el estado de conservación, la rareza y edad, aunque sobre ello pese también cierto grado de subjetividad.
La institución
Prestigia y certifica. Las universidades para la formación de artistas son “patentes” en el currículo de cualquier creador, pues luego de vencer rigurosos programas académicos (se supone que) el artista es un profesional con sobradas aptitudes. El posterior éxito profesional tiene en cuenta esa “patente”, aunque no es una regla absoluta, ya que muchísimos autodidactas se ganan su espacio en circuitos artísticos. No obstante, insertarse en canales institucionales es más fácil para quienes provienen de academias nacionales. Funciona la máxima: “Dime de dónde vienes y te abro mis puertas”.
Pero la institución que exhibe la obra o el performance es aún más responsable en la legitimación del arte, porque no todas las obras son buenas por nacer de quien nacen, pero todo lo exhibido dentro del espacio institucional viene con la “etiqueta” Arte.
La institución, siguiendo preceptos supuestamente vanguardistas en ocasiones estandariza como arte lo mediocre y ¿quién puede discutirlo? Desde los años ‘60 del siglo XX, cuando se llevó un orinal al espacio galerístico, fueron redimensionados conceptos sobre la creación y el consumo. Hoy algunos artistas escudan la falta de técnica detrás de presupuestos teóricos elaboradísimos, y lo que hace décadas era vanguardia, en la actualidad es más de lo mismo.
Vivimos una época en la que predomina el arte conceptual y se frivoliza cada vez más la factura del objeto artístico. Lo que es exhibido dentro del recinto institucional está amparado por un velo no siempre justo, pero eficaz. El público lo entiende como arte y el mercado también.
La ciencia
El devenir ha probado su valía para la autenticación de obras de arte. No pocos descubrimientos de piezas se logran solo gracias a la ciencia, en procesos de restauración o investigación, a partir de imágenes hiperespectrales, radiación de terahertz y con el conocimiento estricto de las técnicas de restauración. Así puede definirse la fecha de ejecución, las características de ese proceso, los materiales y puede certificarse el autor.
La ciencia hoy es para el arte una forma de conocimiento, una aliada que interconecta y acaba con las brechas en los pensamientos más ortodoxos. A fin de cuentas, la historia del arte se ha tejido también a partir de la historia de la ciencia y el hombre.
…
Sonará pragmático lo siguiente, pero creer lo contrario es un pensamiento edulcorado: La obra de arte no es “Arte” porque nace del artista. El artista es solo un actor dentro de una fórmula comunicativa que también incluye público y canal (institución, redes sociales, medios de comunicación). Para legitimarse el arte necesita ser descubierto, develado. El artista necesita ser reconocido como tal. Crítica, mercado e institución lo hacen posible.