Que los padres sean los verdaderos reyes

Dorelys Canivell Canal

¿Tenemos derecho los padres a acabar de una vez con la ilusión de los pequeños en casa, de dejar bajo la cama agua y comida para los camellos de los Reyes Magos? ¿Tenemos acaso derecho a hacerles creer que de verdad existen?

Muchos dirán que es una ilusión de la infancia, que es bonito, y que nadie debería, ni siquiera los padres, arrebatarles la alegría con la que se escribe una carta pidiendo este o aquel regalo, a sabiendas de que lo que para nuestros niños es una fantasía, para los adultos puede convertirse en un dolor de cabeza.

Más allá de que sean signos de colonización cultural, de que nada tengan que ver con la idiosincrasia de los cubanos, aunque dicen los que peinan canas que ellos también dejaron cartas entre los zapatos para Melchor, Gaspar y Baltasar, mi preocupación es otra.

¿Cuánto cuesta a un padre cubano jugar el papel de los tres reyes? ¿Cuántos se debatirán este seis de enero entre poner un presente debajo de la cama o garantizar la merienda?

Pueden parecer exageraciones, pero no lo son. Un juguete es tan caro como un paquete de pollo, y no me atrevo tampoco a asegurar que el segundo sea más importante. Desde la psicología está demostrado el rol esencial de estos implementos en el desarrollo social, intelectual y hasta físico de los menores.

 Y lo peor no es que todos no puedan cumplir la ilusión de su hijo, sino que días después en la escuela se hablará de lo que trajo este rey o el otro, y más de uno mostrará su regalo como un trofeo. Entre niños es normal que suceda. 

Algunos obsequios serán mejores que otros, como mismo algunas meriendas son mejores, y hasta coquetean con la ostentación. También eso pasa en la escuela, por eso hay que trabajar mucho para que, al menos en ese espacio de aprendizaje, de cariños, de amigos, de maestros y libros, todos sean iguales.

Quizás sea más sensato enseñar a nuestros hijos que los verdaderos reyes magos son mamá y papá, y que se van a esforzar siempre para hacerles un regalito de año nuevo, y que no importa si es mejor o no, porque lo que vale la pena es quererse mucho y estar juntos.

Es increíble lo que puede entender un niño, a veces comprenden más que los adultos.

Y para quienes por estos días venden juguetes va un mensaje también: No hay que lucrar con ellos; no es necesario recoger el doble o el triple de lo que se invirtió en adquirirlo, en importarlo. El ser humano tiene conciencia y la capacidad de entender, de actuar en correspondencia con su toma de decisiones, y de ser sensible. 

A esa sensibilidad, a ese amor por el prójimo, a ponerse en los zapatos de otro, apelamos también a inicios de año, para que desde sus comienzos, 2024 sea verdaderamente mejor.

Salir de la versión móvil