Una y otra vez te hace contar las cajas que forman los vagones del tren de carga que se extiende de una punta a la otra de la casa. Tus oídos zumban extenuados por el silbato de la locomotora que imita su aguda vocecita.
Pero eso es solo en uno de los días. Hay otros en que debes andar con cuidado de no pisar alguna pieza de carro que se haya quedado descuidada en el “taller”, o dejar de preparar la comida para acostarte en la cama a que el doctor te dé la medicina y te “escuche el corazón”.
Mantener el cuarto ordenado es una utopía. A veces te sorprende su capacidad para el arte cuando la pared se convierte en un mural abstracto de formas y colores, y en más de una ocasión se pone a prueba tu paciencia cuando acabado de bañar decidió atascarse, junto a sus vehículos, en el fango.
Son los reyes de la imaginación, pequeños hechiceros de manitas inquietas y pies revoltosos que se las arreglan para alumbrar tus días más oscuros con solo una sonrisa. Sin ellos no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz, decía el Apóstol, pues no hay peor desvelo que verlos mustios a casi 40 grados de temperatura.
Es entonces cuando necesitas sentir el revoloteo de su voz interrumpiendo cada palabra tuya o tropezar con alguno de los vagones del tren que construye a lo largo de la casa.
Y aunque se vuelven frases trilladas no hay nada más cierto: es tu razón de ser, lo que te mueve a seguir adelante y a luchar por garantizarle un mejor futuro, al costo que sea necesario.
Se convierte esa batalla en un sacrificio dulce que nunca pesa y que tiene la mejor recompensa en el abrazo, en el “te quiero” espontáneo que siempre te estremece, aunque se haga recurrente.
Contagiarse de su alegría es la mejor fórmula para enfrentar cada jornada. Participar de sus fantasías, acompañar sus sueños resulta el motor ideal para impulsar nuestras vidas. ¿No son acaso esos locos bajitos lo más importante?
No necesitan terceros domingos de julio ni días señalados para que hagamos por ellos, ni para demostrarles amor con un regalo o una fiesta. Ellos merecen cada minuto de nuestra existencia, simplemente para que nunca les falte la risa.
Día de los niños en Cuba: