Desde las siete de la mañana del 27 de septiembre los vientos huracanados de Ian comenzaban a castigar al poblado de Puerto Esperanza. Los lugareños, “adaptados” a recibir el impacto de eventos con categoría dos, aún se sorprenden al narrar las historias.
El asentamiento quedaba prácticamente inaccesible, la situación se hacía compleja y había que “batirse duro”. Así lo cuenta Oslirio Rodríguez González, presidente de la zona de defensa, a la vez que resalta: “Tuvimos que buscar la forma de que todo fluyera y darle apoyo espiritual a las personas, porque lo material no lo teníamos”.
Aunque hoy el panorama es diferente y los aires que soplan son de recuperación, quedan insatisfacciones y todavía mucho por hacer.
EN LAS ZONAS MÁS BAJAS
Hasta parte del barrio La Camorra, uno de los más vulnerables del poblado, llegó este equipo de prensa. Aún despegaban el sargazo del suelo y de los alrededores. Al sol descansaba la guata de los colchones que no se seca del todo ni pierde el olor a desechos o a peces podridos que dejó el mar en su retirada.
Mirella Gallardo Luque y su esposo son jubilados, ambos pasaron el ciclón en el entronque del Rosario, pues su hijo, quien es meteorólogo en la Isla de la Juventud, les dijo que no esperaran nada bueno de lo que se avecinaba.
Parte de su techo sufrió severamente y se le mojaron colchones y algunas pertenencias. Gracias a la ayuda de los vecinos resguardó el televisor y ha podido recuperar algunos bienes. También ha recibido la atención de la trabajadora social.
“Se me abrió una ventana y tumbó varias cosas aquí adentro; sin embargo, ahí puedes ver a mis santicos intactos. No se cayó ni uno. Eso yo lo digo y nadie me lo cree”, dice emocionada mientras muestra el pequeño altar con la Caridad del Cobre, la Virgen de Regla y la Santa Bárbara que resguarda junto al antiguo chiforrober que quedó igualmente ileso.
Al frente vive Juana Rodríguez Camejo. Cuenta que en los 71 años que lleva viviendo en La Camorra jamás había sido testigo de algo similar.
“Esto fue un desastre, no nos dio tiempo a nada, se nos mojaron los colchones, todo. El hijo mío, que es salvavidas en Los Jazmines, nos sacó a mí y a mi nuera amarradas a él por la cintura con una soga, y así logramos llegar a la casa de un vecino.
“Por aquí nunca pasó una comisión de evacuación. Ayer fue que vinieron los técnicos haciendo el levantamiento, pero ni un colchón nos han dado, mi esposo y yo dormimos cada uno en un sillón”.
Felicia Hernández fue otra de las que también perdió sus colchones. Un vecino le prestó una colchoneta para que pudiera dormir hasta que “resuelva”. Ella y su esposo llevan cuatro años en una facilidad temporal en espera de que le terminen su vivienda, pero el proceso se ha quedado paralizado en el tiempo.
“Me dejó sin nada, si te fijas, estas chancletas que llevo puestas no son iguales, porque el mar se llevó los zapatos que tenía. Aquí todavía no han dado nada de recursos; eso sí, de la alimentación no nos podemos quejar, no ha faltado ni el arroz ni la carne, incluso venden comida elaborada y a precios bajos”, refiere.
Al respecto, el presidente de la zona de defensa comenta que al principio solo tenían dos técnicos para hacer el diagnóstico de los daños en las viviendas, pero este lunes otros 25 compañeros recibieron un seminario y ya contribuyen al levantamiento. Hasta este miércoles alrededor de 500 planillas estaban hechas.
“No obstante, refiere, aquí se han ido vendiendo los recursos que han entrado. Solo nos queda cemento, que no se ha repartido porque estamos esperando la entrada de elementos de pared y otros materiales, pero las fibras de asbesto, los tanques, las lonas y los colchones se repartieron ya”, asegura.
Las cifras que comparte, visiblemente insuficientes ante las más de 1 400 viviendas afectadas en este lugar, entre ellos 94 derrumbes totales, denotan que resta trabajo para un buen tiempo en el Puerto, pues solo 59, con daños parciales han tenido solución hasta el momento.
SER JUSTOS EN LA DISTRIBUCIÓN
Allí, donde la actividad económica fundamental es la pesca y la agricultura, se perdieron por hectáreas completas lo que había sembrado de yuca, plátano, calabaza, maíz, pepino, aguacate, frijol, más los semilleros de tabaco y los de hortalizas.
También los pescadores perdieron parte de sus artes y aunque lo fundamental ahora es colocar los techos, levantar paredes y encontrar un lugar que haga descansar la espalda, urge sembrar y pescar para todos.
Arcadio Martínez, el esposo de Felicia, no para de trabajar. Entre anécdotas de sus años mozos y su trayectoria como deportista comenta algunas inquietudes suyas y de sus vecinos.
Da gusto hablar con este hombre, quien, con claridad meridiana, explica las condiciones de su localidad y aquello que día a día se sufre, incluso desde mucho antes del ciclón, como las demoras para terminar de levantar las paredes de su casa y el sistema de drenaje de aguas albañales en Puerto Esperanza.
“Aquí es por donde primero entra y por donde último se retira el mar. Trae todo lo que está en las calles, somos la parte más perjudicada y es la tercera vez que nos pasa. ¿Entonces, cómo se entiende que empiecen a repartir los colchones por los edificios?
“Es cierto que todos tenemos necesidades, pero si entran recursos imagino que la prioridad sean los damnificados, y si se va a tener en cuenta a mujeres embarazadas o limitados físicos, que sean los que sufrieron daños, de lo contrario seguimos en las mismas.
“Yo pasé mucho tiempo trabajando en la Defensa Civil y la verdad no entiendo por qué no pasaron las comisiones de evacuación por aquí”.
Oslirio Rodríguez González tampoco descansa en el puesto de mando habilitado a la entrada de la comunidad. “Aquí solo han llegado 250 colchones y se distribuyeron. Al igual que con las lonas y los tanques se priorizaron las familias vulnerables”, precisa.
Habría que revisar entonces, para la distribución de aquello que llegará en lo adelante, si vulnerables y damnificados se corresponden en persona.
A orillas de la playa descansan los botes sobre el mar en calma que contrasta con construcciones enteras derribadas en tierra. A retazos descubres la labor de los eléctricos, del otro lado los camiones cargados de jóvenes en verdeolivo saneando las calles.
“Ha sido mucho”, dicen algunos. “Hay que esperar”, confían otros. Allí, por donde Ian eligió salir de Cuba, aún permanecen unas 40 personas resguardadas en casas de familiares y amigos.
Mientras más humildes mayor es la hospitalidad:
– “No se vayan, periodistas, vamos a colar un poquito de café y así el mulato tira más fotos. ¿Esto para qué periódico es?”.
– “Aquí llega Guerrillero y los otros también, lo que a veces atrasados, pero los vemos”.
– “Vuelvan pronto, pasen por aquí otra vez, con más tiempo y nos sentamos a tomarnos el buchito”, nos van diciendo mientras agitan las manos desde el camino.
El olor a salitre se mezcla con el sudor de quienes llegan a cada hogar para que se agilice el trabajo y entonces no se vaya la esperanza del Puerto.